Si uno analiza la frecuencia de los escándalos burocráticos o de chismorreo político en los cuales se mezclan las mujeres, en fiestas, reuniones bailes de falda alzada en grosero intento de chiste vulgar, se debería de sentir sorprendido, pero no es así.
Nada es nuevo bajo el sol y no será a esta generación a la cual se le adjudique la invención de la lujuria, ni la mezcla de los carnales apetitos en la vida pública.
Hemos pasado de Elena de Troya a “Helena de Trojans”, en todo caso, pero en el mundo político las cosas cada vez más escriben no con la mano sangrienta de Marte, sino con los terciopelos de caricia venusina o venérea.
Dentro de todo esto hay a mi ver (y ni modo si los políticamente correctos me la mientan) una enorme exageración.
Por ejemplo, ¿cuál ha sido el infame pecado del ex jefe de la policía auxiliar José Pedro Vizuet, y su fiesta en la oficina? No conozco despacho respetable sin una celebración de cumpleaños con todo y brindis, música y quizá excesos antes invisibles pero hoy divulgados gracias al omnipresente ojo de los teléfonos inteligentes.
Hace unos meses a los miembros del Partido Acción Nacional se les construyó una hoguera por una fiesta en la cual se dijeron toda clase de magnílocuas condenas.
Habían contratado profesionales de la compañía para hacer una francachela y lo peor (probado o sin pruebas), habrían utilizado para esa “orgia” (cosa rara, todo estaban vestidos) sagrados recursos públicos, cuando lo único público a la vista era la condición de las señoritas bailarinas cuyo recato no les daba para bajarse la falda hasta el huesito.
Pero hasta el huesito, no del calcáneo, sino la cresta del íleon, le alzó la pollera el alcalde de San Blas, Hilario Ramírez, a su acompañante quien risueña ante la primera agresión de exhibición calzonera (todavía no llega al confort de la tanga), se mantuvo firme en el abrazo del bailongo hasta tolerar el segundo izamiento de la ajustada falda, entre gritos de chunga de los asistentes, celebrantes tan osada exhibición indecorosa y sonrisas y pedimentos por parte de la agraviada.
–¡Ay!; ¿ya ve cómo es?, ¡Tese sosiego!
Problemas tuvo Hernán Cortés con Doña Marina a la cual regaló como si se tratara de una yegua vieja a uno de sus fieles soldados. Ya no digamos lo ocurrido con la marcaida, doña Catalina.
Conocidas son en la historia las consecuencias de mezclar las labores profesionales con el amorío. No se necesita ser Enrique VIII para llegar a los extremos de uxoricidio y ruptura romana, pero debemos recordar ahora cuánta habilidad fue necesaria para salvarle a Bill Clinton la presidencia de los Estados Unidos cuando previsora la señorita Mónica Lewinsky ocultó con aviesos y futuros propósitos de asenso social, un vestido manchado con flujos seminales.
Siempre habrá quién recuerde cómo le pusieron una trampa a Dominique Strauss Kahn con una camarera cuyas redondeces de ébano le iban a ser de seguro irresistibles, y cómo el Fondo Monetario Internacional no soportó una estrépito de sábanas culpables.
En medios más subdesarrollados, tenemos la historia insólita del “Diputado Basuritas”, Cuauhtémoc Gutiérrez a quien le adjudican una red de prostitución en la cual las palabras daifa y asistente se volvían sinónimos previo paso por las arcas del Partido Revolucionario Institucional en el DF, en una especie de copia menor, muy menor, de las fiestas babilónicas del caballero Berlusconi.