Cuando se advierten los vaivenes de la actitud en el poder uno tiene derecho y a veces hasta obligación de preguntarse cuántos presidentes tenemos durante un sexenio.
¿Es el mismo el hombre de la entrada al caballero de la salida?
Seis años son suficientes para cambiar a una persona. Los biólogos nos dicen con más o menos certeza, las células del hombre se renuevan todas casi por completo cada siete años, excepto las del cerebro.
Pero si eso es cierto en la citología quizá no lo sea de otra manera en la poesía. Nos dijo Neruda: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Quizá por eso Billy Wilder hizo maravillas con aquella “Comezón del séptimo año” con la inolvidable Marilyn Monroe. Pero esas son cosas para otra ocasión, a pesar del vestido blanco en vuelo de revolera sobre las rejillas del Metro.
Pero en cuanto a los casos de la política la vida te da sorpresas. Por ejemplo: en julio del ya lejano 2007, seis meses después de su accidentada toma de posesión, el presidente Felipe Calderón improvisó un discurso ante empresarios relacionados con las agroindustrias.
Les quiso decir sobre la responsabilidad de las empresas en la vida nacional. Y les largó esta parrafada:
«…La finalidad social de la empresa es promover los valores fundamentales de la sociedad para su mejor desarrollo (…) es tiempo de terminar de manera categórica con el círculo de la miseria en el campo y no lo vamos a hacer con acciones graduales, con acciones inerciales o sólo con gestos de buena voluntad de todos, del gobierno y de la sociedad».
Les dijo estar dispuesto a revisar «aquellos puntos críticos que puedan ser susceptibles de revisión o de mejora en la propuesta de reforma tributaria y hacendaria que he presentado al país” y con una extraña severidad propia de los tiempos cuando soñaba rebasar al PRD por la izquierda, les zampó este seco:
«…Si no corregimos esa desigualdad ahora, se seguirán incubando en todo el país y particularmente en el campo donde se concentra la pobreza extrema, rencores y agravios que se exacerban con intenciones políticas y que pueden romper totalmente las posibilidades del desarrollo del país…
«…Perdónenme ustedes, es ahora cuando tenemos que revertir esa desigualdad y no lo vamos a hacer únicamente con acciones filantrópicas, son bienvenidas, (pero) la lucha contra la desigualdad requiere de actos concretos masivos y con todo el peso de la capacidad estatal».
Pero eso fue en el 2007. Hoy estamos en el 2011 aun cuando la mente de todos se halle un año adelante. Aquellos eran los tiempos del orto, estos lo son del ocaso.
Quizá por eso el Presidente se muestra tan contento cuando se reúne con los empresarios a quienes les ha dicho, como ayer en la final de “Iniciativa México”: nunca podrá (el gobierno) sustituir ni mejorar lo que sale del corazón de la gente.
Y de paso reconoció cómo Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego –señores ejemplares de cabo a rabo–, hacen brotar en el país los esfuerzos cuyo destino (sin ellos dos) serían la negrura y el anonimato. Eso hace por México ellos y los demás medios a esa iniciativa adheridos, porque “la obra humana más noble es servir a los demás.”
O como dice el boletín dominical nocturno de la Presidencia:
“Al iniciar el evento, el Presidente reconoció la labor de Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas, quienes han logrado consolidar este importante proyecto.
“Iniciativa México ha abierto un espacio donde la creatividad, el espíritu solidario y la vocación de servicio de los mexicanos puede expresarse ampliamente”.
Y como obras son amores y no buenas razones, el Presidente les anuncia a estos esforzados mexicanos la dimensión de su respaldo:
“Para la edición 2011, se entregarán dos pesos por cada peso que los organizadores entreguen a los ganadores de ésta y las futuras ediciones. El Presidente entregó, durante el evento, 80 cheques por un monto de 120 millones 200 mil pesos, que se suman a los 60 millones 100 mil pesos de las empresas promotoras del certamen, lo que suma una bolsa de 180 millones 300 mil pesos.