El fracaso de la batalla emprendida por el Ejército contra el crimen organizado y el narcotráfico en los tiempos de Felipe Calderón tiene muchas similitudes con la estrategia actual de negación de la realidad.

Primero por la prolongación de esa derrota, y luego, por la presentación de explicaciones vacías; argumentos sin contenido; retruécanos sin sentido.

¡Ah!, dice nuestro presidente en el mismo tono del anterior Ejecutivo Federal: son pleitos entre ellos. Y cuando esta explicación no basta y una ciudad o un Estado se incendia, dicen con aparente candor: es consecuencia del reacomodo de lol mandos entre delincuentes porque capturamos al capo y se disputan la plaza y el mando.  “…No, no es contra la población, es una confrontación de dos grupos…” Ah, ta güeno.

Y como son matanzas o secuestros o ambas cosas, entre ellos y de ellos son los muertos, el diagnóstico basta para anular cualquier otra consideración, para normalizar la vida y la muerte.

Como se trata de pendencias extremas resueltas con sangre por facciones en lucha, eso debe ser una maravilla para el resto de los habitantes quienes deben conformarse con la felicidad de almanaque expresada por una de esas vaciladas internacionales cuyas encuestas miden la felicidad, lo cual nos coloca en un sitio mundial de alegría constante.

Lástima, hay casi 200 mil mexicanos asesinados a quienes no les preguntaron siquiera por la felicidad contenida en sus corazones. Los mataron antes de la encuesta.

Las preguntas sobre la propia percepción de la felicidad son estúpidas al hacerse y al responderse. Vaya usted a la sala de espera de un hospital oncológico y pregúntele a cualquiera: ¡Hola!,  ¿cómo está? De diez, nueve responderán: bien, gracias.

Si estuviera bien no tendría cáncer. Como si fuéramos Finlandia. En fin.

HORA NACIONAL

Ayer decía esta columna de la inútil Hora Nacional. Inservible en un sentido social, aun cuando sea bien aprovechada como un especio adicional –y forzoso para la Industria de la Radio y la TV–, de la propaganda del gobierno.

Los argumentos para su existencia, en 1937 (primera mitad del analógico siglo pasado), le otorgaban un matiz propagandístico de forzosa ubicuidad con una radiodifusión encadenada (en todos sentidos). Como la HN se extralimitó ahora en el entusiasmo por Claudia Sheinbaum, en contra de los lineamientos del INE, algunas estaciones se desencadenaron. Esto dijo nuestro líder:

“…No cabe duda de que estamos viviendo tiempos interesantes.

“…Yo pensaba que ya no existía La hora nacional. Pregúntele a la gente sobre La hora nacional. Y se atrevieron a censurarla a La hora nacional, es algo inédito. A lo mejor ahora La hora nacional está más escuchada (¿y cómo sabe su rating si pensaba en su inexistencia?), pero antes era como un tafil, y ahora no (¿Y cómo sabe su amenidad si pensaba en su inexistencia?). La censuraron, el INE censuró a La hora nacional…”

Y en torno de los “apagones”:

–La CIRT, la Cámara de la Industria de la Radio y Televisión, le explican en la conferencia.

–Pero porque lo planteó el INE, el INE. Claro, muy afanositos, con todo respeto, de ganancias los de… ¿Cómo se llama eso?

–La Cámara de la Industria de la Radio y Televisión.

–La cámara, claro, afanositos, se apuraron a censurar.

Y Ramírez Cuevas, afanosito, mete su cuchara: “No fue determinación del INE, ni siquiera ha discutido”.

–Bueno, haya sido como haya sido, prosiguió el presidente  en parodia del clásico, sí, sí era para comentarlo, ¿eh? Porque pues es…

–Presidente, pero ¿qué llamado hace a los medios públicos? (…) ¿Cuál es el llamado a los medios públicos? Porque, finalmente, son recursos.

–Pues que respeten todos y que, aunque estén exagerando y actuando de manera tendenciosa los del INE, los del tribunal, les hagan caso, que no se expongan. A nosotros nos bajan…”

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona