La información parece sacada de un cuento de horror de aquellos con los cuales se criticaban los excesos laborales durante la Revolución Industrial.
Las costureras de entonces, las hilanderas, las trabajadoras de las fábricas medianamente mecanizadas, sometidas a turnos interminables en fábricas malolientes, insalubres y peligrosas; galpones de espanto construidos para la explotación sin misericordia ni pausa y por cuyas puertas las mujeres entraron al mundo del trabajo camino previo a su disfrute pleno de todos los derechos siempre relegados.
Pero el comienzo fue heroico, dicen las feministas, quienes por cierto ahora han hecho otra industria: el feminismo en sí. Pero esa es historia distinta.
La triste realidad es la de esa joven cautiva en una tintorería en Tlalpan, cuyos patrones la esclavizaron durante años y años para exprimirla encadenada a un aparato de vapor, en jornadas interminables, mal alimentada, golpeada y vejada de todas las formas imaginables.
Pero si ese caso de esclavitud y cautiverio no fuera suficiente, hay otro ante el cual ya la CNDH se ha pronunciado con indignación: el inicuo aprovechamiento del caso de la señorita Alondra cuya imagen se divulga por todas partes, en fotografías y videos en las redes y fuera de ellas, en los medios tradicionales, y de cuya desgracia todos los zopilotes del oportunismo sacan raja, como sucede con el Partido Acción Nacional en Guanajuato, de cuyas arcas piadosas ya se obtienen recursos para promover la esplendorosa fiesta de quince años de la joven cuya vida Josefina Vásquez Mota (¡Ay! Nanita) quiere novelar como si se tratara del nuevo diario de Ana Frank.
De acuerdo con la ley las fotografías de menores no deben ser divulgadas.
Es una forma de proteger su identidad hacia el futuro. La mácula de los hechos actuales puede convertirse en un futuro estigma para los niños y los adolescentes cuando lleguen a edades mayores, y esa es la razón de vetar su divulgación; no señalarlos, no dejarles huellas, cosa frente a la cual nadie ha reparado en este caso, pues Alondra puede ver –como todos–, su rostro espantado y con huellas del azoro ante el vértigo de su vida reciente aquí, allá y acullá como si se tratara de una futura ejecutante del violonchelo (como Bozena Slawinska, por ejemplo) o una estrella de la batería tal vimos en la cinta Wiplash.
Sin embargo el camino de las mujeres se ha abierto promisorio. No se sabe a veces cómo, pero ahora las féminas llevan dobles o triples jornadas, como nos ha contado Sara Lovera.
Brincan del gimnasio a las clases; del trabajo a la compañía de los hijos, del cuidado de la casa a la atención del marido (cuando hay marido por atender en cualquier sentido) y terminan exhaustas y libres. O al menos eso creen.
Por cierto, para garantizarles ese acceso al trabajo dentro y fuera de la casa, con una simultaneidad imaginable solo por su extrema fortaleza física y anímica, se han creado “cuotas de género” mediante las cuales se les confirma el acceso a candidaturas políticas o cargos públicos.
En Michoacán, por ejemplo, Silvano Aureoles, el candidato perredista al gobierno estatal, ha dicho: la mitad de mi gabinete (si logra tal) será de mujeres. Cincuenta y cincuenta.
En ese sentido las damas se diversifican.
Por ejemplo, la periodista Paola Rojas ha incursionado en el cine documental junto con la cantante Daniela Magún, en una producción de Paty Chávez (productora y documentalista de amplia trayectoria) , en la campaña de “Consida”, para mujeres embarazadas en prevención del VIH.
Ya después podremos hablar de otros casos, como por ejemplo el de Angélica Fuentes, cuya labor de “empoderamiento femenino” se ha visto un tanto limitada porque ahora debe, entre el temor y la lucha, atender las circunstancias horribles de un divorcio en el cual además de dolores sentimentales o emocionales, hay muchos millones de dólares de por medio.
Como dijo Louis Mallé en el descubrimiento de Brigitte Bardot: “…Y Dios, creo a la mujer.”