Podríamos corregir a García Márquez, quizá la vejez no sea un simple y honrado pacto con la soledad, sino la posibilidad de evadirla con el puro deseo de no transigir ante su empuje inevitable.

Una de las partes más dramáticas de la genial e irrepetible hazaña literaria de América Latina, Cien años de soledad, es indudablemente cuando el coronel Gerineldo Márquez, quien había escapado a tres atentados, sobrevivido a cinco heridas y resultado ileso en incontables batallas, según cuenta Gabriel García Márquez, se vio cercado por el indomable tiempo y “se hundió en la derrota miserable de la vejez”.

La vejez, destino y disimulo frente a cuya crueldad de espejo insobornable ninguno puede evadirse para siempre.
El siempre ya no existe para los ancianos, cuando más existe el siempre de antes, el del pasado. Es cuando se dice yo siempre fui, porque ya no se puede decir yo siempre seré.

Pero si (para seguir con GGM) el secreto de una buena vejez no consiste sino en un pacto honrado con la soledad, hay viejos sociables y dignos. Conozco a muchos así, algunos muy cercanos; otros no tanto, pero ahora quiero hablar de dos ejemplos notables.

Uno de ellos es Elena Poniatowska y el otro Ignacio López Tarso.
Apenas hace unas horas leí una reseña sobre la reciente visita de la señora Poniatowska a la casa de América Latina en París, donde estuvo para hablar de su obra literaria y como es obvio de las causas políticas de su fervor y su dedicación. Por ahora no me interesa hablar ni de una ni de las otras.
Sus libros ya tienen el juicio de los especialistas y no necesitan mis opiniones. Su activismo político no me parece ahora lo más significativo. Me importa más su combativa vitalidad, su deseo de estar y seguir; de subir y bajar y hablar ante quien la quiera oír. Pongo su actitud por encima de su certeza. La primera es un ejemplo, la segunda es un  envidiable derecho y una mejor circunstancia.
Tampoco indagaré la exactitud de sus calendarios. No me importa su precisa edad (no sería caballeroso); me importa su notable vitalidad, su ejemplar fortaleza para el más complicado de los oficios de la vida: vivir.
Y vivir con la proclama de sus verdades.
Y por cuanto hace a Ignacio López Tarso, me parecen sensacionales su empeño, su buen humor, su memoria extraordinaria para trabajar simultáneamente en una obra de teatro (Aeroplanos) y en una telenovela sin importar el nombre de ésta, cuando ya se le acumulan los 90 años sobre la espalda.
Voz recia, paso firme, mundo lleno de recuerdos, nostalgias por sus amigos de antes, sus maestros, su galería de recuerdos donde coexisten Villaurrutia, Novo, Gorostiza y lo mejor de la cultura nacional en materia teatral; Usigli, Mendoza, Carballido… tantos más.
Vida plena, ancianidad sin queja, tarde sin olvidos, ni memorias rancias, palabra de actor y hombre feliz en cuya reminiscencia  apenas cabe el nuevo disfrute de las cosas vividas hace tiempo.
A fin de cuentas, podríamos corregir a García Márquez, quizá la vejez no sea un simple y honrado pacto con la soledad, sino la posibilidad de evadirla con el puro deseo de no transigir ante su empuje inevitable.
Escribir sonetos o epigramas, ir al despacho y de cuando en cuando recordar un nombre y un rostro de mujer como hacen algunos  mientras llega la hora de terminar la siesta.

elcristalazouno@hotmail.com

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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