La sesión de hoy en la Suprema Corte de Justicia, en la cual se analizará y votará el proyecto de sentencia del ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, definirá en muchos sentidos el contenido ético o la hipocresía del gobierno de la Cuarta Transformación.
La previsible sentencia en contra del fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero sería también una derrota para el presidente López Obrador. Al menos por cuánto hace a este caso en el cual, sin decoro alguno, el jefe del Ejecutivo ha manifestado su confianza en el fiscal.
Y como no, si él lo puso en esa silla cuyas dimensiones lo sobrepasan.
Por años se criticó la existencia de un posible fiscal “carnal”; ahora se hablará del fiscal “inmoral”. O amoral.
Cuando el presidente de la república reconoce sin ambages la naturaleza privada de los asuntos sobre los cuales Gertz ha volcado su poder como fiscal (dizque) autónomo, de antemano convalida el obvio abuso y el grave delito del litigante funcionario quien indecorosa e ilegalmente utiliza para fines propios derivados de la excesiva codicia–, una institución pública cuya naturaleza obliga , por encima de muchas otras, a la institucionalidad, el respeto de las formas y la limpieza jurídica en los asuntos de su competencia.
Gertz ha cabildeado majaderamente desde la FGR para mantener en prisión a parte de su familia política. Ha inventado delitos y –de acuerdo con su propia voz–, ha gestionado apoyos en la Suprema Corte de Justicia para volcar en su favor una decisión aberrante, abusiva y fundamentalmente corrupta.
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Ya no hablemos de otras peculiaridades de su gestión. De eso se ha encargado el defenestrado consejero jurídico de la presidencia, el señor Julio Scherer Ibarra cuyo caso es del conocimiento general.
Mucho se ha querido hacer ver a Gertz como un nombre desconfiable a partir de las dimensiones de su enorme riqueza y sus caprichos. Eso no se discute ahora. Lo otro, sí. La corrupción implícita en el abuso del poder y la desviación interesada de un proceso judicial en condiciones abusivas y crueles, suficientes hasta para acusar a una persona por delitos inexistentes.
Pero lo peor en toda esta exhibición caciquil en la gestión del debatido fiscal (un ejercicio de poder más allá de las funciones del cargo; el anhelado tronido permanente de sus chicharrones) ha sido el respaldo presidencial, la pública expresión de confianza en un hombre en quien muy pocos confían. Pero si uno entre quienes le creen probidad y rectitud es el presidente de la República, basta y sobra para silenciar las demás voces.
Las razones de ese apoyo son del todo desconocidas. Solamente el señor presidente y Gertz saben los motivos, razones o circunstancias por las cuales este hombre llegó a la FGR. No es por tu talento policial; tampoco por su sabiduría jurídica, pues si la tiene, sólo la aplica para torcer veredas y recibir los beneficios.
Mucho menos es de suponerle amor por los humildes, excepto si los necesitara para lavar los automóviles de su colección o encerar los pisos del apartamento de la nada modesta avenida Foch y desde cuyos balcones quizá don Alejandro se asome el 15 de septiembre para proclamar cómo por el bien de todos, primero los pobres.
–¿Un apartamento en esa avenida parisina se podrá considerar muestra de clasismo? No, porque tiene el refrigerador lleno de tlayudas.
Si como se espera el tribunal constitucional ampara a la señora Alejandra Cuevas y diluye los cargos contra Laura Morán, Gertz Manero será personaje mañanero y habrá perdido hasta su fama profesional… si la tenía.
Un día después –mañana–, hasta los ujieres se reirán de él a sus espaldas. Pero la canallada contra estas dos mujeres, no se podrá borrar en mucho tiempo. Ni para él, ni para ellas, por desventura.