Sin superar su evidente aversión a los salones, sobre todo si son ajenos, el presidente Andrés Manuel López Obrador, un tiburón en las aguas abiertas de plazas y mítines, se vio en Washington como un pez Beta, capaz de mostrar los colmillos, en la pecera ovala de la oficina presidencial de los Estados Unidos, y leyó incómodo, prolijo y con riesgo de asesinar a Joe Biden con el disparo de su botón a punto de reventar el incómodo saco, media hora de clases de historia y presentación de un plan de cinco puntos en torno de la solución bilateral, tan elocuente, como para provocar la curiosidad y la avidez del interlocutor quien le pidió paciencia antes de comprender siquiera los detalles del pentálogo cansinamente puesto en voz alta, lo cual es verdaderamente extraño porque va desde convertir la frontera en una gasolinera de oportunidad cuyos precios quizá caigan en manos del simpático señor de las mañaneras de los lunes y su revisión de precios, hasta invertir mil quinientos millones de dólares (de nuestro abundante sobrante monetario) en infraestructura fronteriza, los cuales se destinarán, dicen algunos, a instalar, mecanismos detectores de migrantes; es decir, ponerle vigilancia a la emigración, lo cual ofrece congruencia con la postura inicial, ordenar el paso de personas, y una forma de hacerlo es advirtiendo su indeseada presencia desde la puerta, de acuerdo con estas versiones, pero además poner a disposición de EU mil quinientos kilómetros de gasoducto para servir a los habitantes de Texas a California, pasando por Nuevo México y Arizona, lo cual hace dudosa la cifra, porque serían, en todo caso, mucho más de mil 500 kilómetros de tubos con gas, pero en fin, lo importante es la forma presurosa como se hizo el viaje; la distracción de JB ante las lecciones de historia americana, y el evidente reguero de tepache en torno de la organización misma, porque ni siquiera fueron los Biden para recibir en la puerta al invitado, ni las correcciones agrícolas frente a la potencia de China, ni tampoco pedir visas laborales, cuando ya se han dado más de 300 mil de ellas, o llevar la fobia hacia los conservadores al terreno de la pluralidad americana, para ser reconvenido, y todo lo demás se va en agua de borrajas, porque bien a bien –y eso es lo novedoso–, nadie sabe la verdadera razón o motivo o asunto toral, de tan mencionado encuentro, ¿cuál su medula?, ¿dónde su cogollo?, ni mucho menos su posible utilidad, ni tampoco la razón de la mala fecha, ni mucho menos las cosas concretas, así pues, la sustancia, si la tuvo, debe haberse dado en lo privado, lo cual hace de este viaje un misterio envuelto en el celofán de los lugares comunes y la retórica de muchos anteriores, pero lo verdaderamente notable ha sido el traslado de la pieza fundamental de la política lopezobradorista: el baño de pueblo, y si no había rebaño suficiente, no importa, ya se pueden ir movilizando, los grupos de Morena en el extranjero y los Consulados para invitar (acarrear no es necesario, ni es verbo elegante), a los mexicanos amlovers, quienes deben ser adúlteros o bígamos porque aman a México pero viven en Estados Unidos y no se van a regresar ni siquiera por las perlas de la virgen, entonces ya no parece gallo en corral ajeno, y hace su mejor número: la arenga, y las dice los voy a defender, voy a hablar por ustedes, ustedes son héroes y heroínas, pero será por cualquier otra cosa, pero de la heroína al fentanilo también hay tiempo de referirse y la cumbre se vuelve una oportunidad para engrosar el álbum familiar, porque cada año el señor presidente ensaya su mejor pose de estatua cuando va a EU y ahora ya no se instaló vertical como una ceiba en el monumento a Lincoln, sino en las plazas donde se rinde homenaje al granítico Martin Luther King y a conmovedoramente animalista Franklin D. Roosevelt quien está vaciado en bronce junto con su perrita, «Fala», lo cual, llena de ternura el memorial con las cuatro libertades y todo el asunto del abandono de la Gran Depresión, pero para elecciones de historia está nuestro presidente, no este pobre aporrea teclas.
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