Obviamente usted conoce el asunto: en un mensaje privado, tanto como para hacerse público y darle la vuelta al mundo en instantes, el Papa Francisco (cuya intervención declarativa en el caso Iguala ha sido insistente, constante y pertinaz, y sobre cuya tonalidad casi militante ya había hecho esta columna algunos comentarios sobre todo por la lejanía de la diplomacia y tan cercana al jesuitismo), ha vuelto una vez más sus ojos hacia México.
Pero no lo ha hecho, como suelen decir los romanos pontífices para buscar alivio y auxilio espiritual en la “Morenita del Tepeyac”, sino para advertirle a quien lo escuche sobre un riesgo mayúsculo en el mundo contemporáneo: la “mexicanización” de la vida pública.
–¿ Mexicanizarse, cual es el significado de este ominoso verbo?
Pues de acuerdo con el heredero de Pedro, mirar cómo el Estado sucumbe ante la potencia implacable del delito, mejor sea dicho, del narcotráfico y todos sus complementos. Leamos la prensa de Buenos Aires:
“El Papa Francisco ha alertado del riesgo de «mexicanización» de Argentina por el avance del narcotráfico en su país durante los últimos años. Y ha deseado que los argentinos estén «a tiempo de evitar» igualar a la nación azteca.
“Es la primera vez que Jorge Bergoglio se manifiesta sobre el auge de la comercialización de drogas en Argentina desde que fue ungido Papa, en marzo de 2013. Aunque la Iglesia argentina advirtió varias veces sobre ese problema.
“La postura del Papa se ha conocido por la difusión de un correo electrónico que envió el viernes pasado al concejal porteño Gustavo Vera, con quien encabezó una serie de campañas de denuncias cuando era arzobispo de Buenos Aires.
“Este legislador preside La Alameda, una asociación de Buenos Aires muy activa que denuncia y demanda a las mafias del narcotráfico y la prostitución, así como a la explotación laboral de inmigrantes indocumentados.
«Querido hermano: gracias por tu correo. Veo tu trabajo incansable a todo vapor. Pido mucho para que Dios te proteja a vos y a los alamedenses», ha sostenido el Sumo Pontífice.
“Y remató: «Ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror».
A estas alturas no tiene mucho caso ahondar en las reflexiones papales, sino murar cómo se distribuyen los papeles.
El Papa sabía de antemano la divulgación de su mensaje. Para eso lo envió. El señor Vera sabía las razones del envío y su respaldo en el mercado político interno. Y sobre todo, Francisco, necesitaba dejar muy en claro todo hasta donde sabe y puede usar todo cuanto el Cardenal Suárez Inda y los demás jerarcas mexicanos presentes en el reciente consistorio de creación cardenalicia, le contaron.
Esa es quizá una de las explicaciones no ofrecidas antes para rehusar el viaje a México, cuya utilidad para el gobierno nacional (ahora sí) ha dejado de existir.
El Papa ha sido hipercrítico hacia México. No ante su beaterío ni su iglesia ni su gente, sino al binomio Estado-Gobierno. Sólo le ha faltado decir, no se lo merecen.
Primero cuando dijo al poco de Cocula, “…una nación donde matan a sus estudiantes…” y después cuando lo pone como ejemplo de la degradación política y social.
“Mexicanizarse”, verbo ingrato; palabra horrible ante la cual se le erizan los pelos a la cancillería cuya respuesta no podía ser más torpe. Llamar a consulta a nuestro embajador, Mariano Palacios, habría sido una actitud diplomática ante la cual el Vaticano se quedaba en necesidad de responder con hechos, no con palabras. Hacer declaraciones quejicosas envueltos en la bandera, sólo deja una vez más en desventaja diplomática a México.