Principio legal inamovible: el primero en el tiempo es primero en el derecho.

Si  alguien registró una tesis profesional en 1986 y otra persona presentó un texto idéntico en 1987, el plagio recae sobre esta última sin importar los antecedentes, ni la fuente de origen, ni la poco probable ética de la tutora o los sinodales,  ni el conocimiento previo de la idea, su desarrollo, sustancia, o planteamiento, tampoco su redacción o su estilo; de nada  vale invocar, exhibir o tener la protección  presidencial ni el sacrificio burocrático en responsabilidades anteriores, nada, las cosas caen por su propio peso, así la lerda universidad borde por las orillas e hilvane una culpa sin atreverse a sancionarla porque la raza y el espíritu se satisfacen con señalar la falta, pero sin osar un paso más adelante.

Todo en manos de la SEP, como si la SEP hubiera expedido el titulo mañosamente logrado.

Pero más allá de los aspectos generalmente conocidos, esta historia de la ministra Yasmín Esquivel tiene un episodio cuyo desarrollo bien habría sido envidia de Luis Alcoriza para una segunda parte de su genial “Mecánica nacional”.

Va de cuento:

Hace unos cuantos días, con motivo de la llegada del año nuevo, el empresario Antonio Torrado (con quien alguna vez trabajé en el periódico “Publimetro”), me envió un mensaje. Una invitación para comer el día 11 de este mes en su casa. Acudí.

Al llegar a la cita, me encontré con algunos colegas, nuevos, algunos; de tiempo atrás otros. La concurrencia me sorprendió. Y no diré sus nombres porque quizá ellos tampoco sabían la razón de tan amable invitación. Pero no era un gesto amable (no era amabilidad. Era utilidad), algo parecido a una emboscada, porque cuando ya se había reunido el grupo, el anfitrión nos anunció el verdadero motivo y la llegada de la ministra Yasmín Esquivel a quien nos presentó (yo ya la conocía), como una querida amiga de la familia. La familia de él, obviamente.

La ministra hizo gala de sus buenas maneras y su paciencia en explicar los antecedentes de su tesis, la costumbre como la maestra Rodríguez circulaba los textos entre sus alumnos (era su protocolo, decía) y la razón por la cual no pudo terminar la presentación de su idea sobre la sindicalización de los empleados de confianza, porque su trabajo social se lo impedía para provecho de quien se había nutrido de su proyecto.

 Mientras, la canal del cerdo –cruzada por una varilla– giraba y giraba rostizada.

–Yo nunca le di importancia a los medios más allá de atenderlos. No tuve una oficina de comunicación. quiero decir. Mi equipo de trabajo no tiene una jefatura de prensa, decía la ministra, y por eso no supe cómo reaccionar ante todo esto. La verdad me tomó por sorpresa.

Y en una larga cadena de confidencias personales, y aún íntimas, habla de los daños personales y familiares originados por todo este escándalo, y menciona a sus hijos jóvenes y a su marido y la madre anciana y las noches sin sueño y las congojas y todo ese rosario de calamidades en el cual se halla metida por algo injustamente presentado y peor calificado, porque el daño no es legal, sino moral y se queja de no haber tenido oportunidad de una defensa completa, ni siquiera del derecho de audiencia ante las autoridades universitarias y refiere un video en el cual el ya célebre abogado Báez, a quien su idea le sirvió de base para la tesis presentada con anterioridad a la suya, expone su testimonio frente al notario Mastache cuya fotografía circula a la vista de los comensales.

Y entre mirada y mirada a la foto y la lectura del testimonio notarial con las declaraciones de Báez, alguien dice:

—¿Me pasas las tortillas?

La ministra, serena y en confianza con sus interlocutores, periodistas de columna y una experta productora de radio y TV, va y viene con suavidad sobre sus argumentos y hace también un recuento de sus años de estudio (fui a la ENEP Aragón porque vivía en Bosques de Aragón); de su trabajo, de sus jefes, de sus compañeros y su pasado en  el servicio público. Más de treinta años. Toda una vida.

–Yo no tengo dinero para una oficina de comunicación que me haga este trabajo. Yo no se de esto, por eso les agradezco su presencia. Ustedes sabrán lo que quieren escribir y si desean hacerlo, dice, mientras mira con gratitud al anfitrión de la comida, quien sonríe con modestia.

Y en esas estamos cuando alguien –teléfono en mano—dice: acaba de salir el documento de la FES-Aragón.

–¿Qué dice?, pregunta alarmada la ministra.

Y el compañero lee con parsimonia:

“…Este Comité de Integridad Académica y Científica valoró los elementos de construcción, desarrollo, estilo, contenido, temporalidad, congruencia y manejo de la información de ambas tesis, así como el análisis de los archivos físicos y digitales institucionales y la documentación exhibida por las partes involucradas. A partir de ello, el Comité ha elaborado un Dictamen Técnico Académico del cual se desprende que, la tesis elaborada en 1987 es copia sustancial de la original presentada 1986 por el exalumno de la Facultad de Derecho…

Y entonces el frío de la tarde plomiza se cuela bajo la mesa y si en el jardín cae una llovizna pertinaz y helada, sobre la ministra parece haber caído un balde gélido de agua inclemente, cuya  sorpresa, sin embargo, no alcanza para hacerle perder la compostura.

Y entonces –como hubiera dicho Tomás Méndez–, enmudeció el palenque.

Minutos antes de la sorpresiva lectura y la expedición del dictamen del ya mencionado comité aragonés, este redactor le había dicho a la ministra: su peor enemigo es el calendario.

–No es posible defender algo sustentado un año atrás con el argumento de una paternidad no concluida un trienio o un bienio antes. No hay manera.

Y le sugiero a usted, con todo respeto, un camino: pida una licencia en la Suprema Corte de Justicia.

El jardín se llenó de lluvia. Y yo me retiré.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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