Hace muchos años, cuando yo era Director de Información del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho tenía varias obsesiones. 

Una era llegar a la presidencia de la República. No llegó. 

La otra, revisar todos los comunicados de prensa, cambiarles la puntuación, reescribirlos, redactarlos de manera abstrusa, críptica y luego… volverlos a revisar. Para nada le sirvió.

Cuando esa labor terminaba, entre interrupciones, llamados por la red, visitas inoportunas y demás, ya se había pasado el momento oportuno para enviar el material a los diarios. En ese tiempo no había internet  ni correos electrónicos, ni redes sociales. Todo era “a pelo”.

Obviamente una información inoportuna, resulta sin relevancia. Al menos para los medios. 

Y ahí es donde nace la eterna discrepancia entre el interés del político por usar a los periodistas para su propaganda, y de estos por aprovechar la información sin dejarse manipular por la propaganda. Excepto cuando la manipulación forma parte de un proyecto personal y comercial. De todo hay. 

Y ni así. 

Hasta la fecha no conozco un presidente ileso tras su relación con los medios. Hasta López Mateos –tan guapo y simpático–, sufrió embestidas feroces por parte de los bisabuelos de la actual izquierda cuando reprimió a los ferrocarrileros, los médicos y los maestros, y alguien le hizo el flaco favor de asesinar a Jaramillo.

Pero al menos “el mangotas”, tenía sentido del humor:

–Señor Presidente, Renato Leduc ha escrito cosas terribles en su contra, le dijo un día Humberto Romero, su influyente secretario. ¿Qué hacemos?

–Nada Humberto, ¿qué quiere?, Renato es poeta. 

Todos los presidentes han pasado reprobados a la historia.

No importa cuanto hayan gastado en eso llamado en los gobiernos liberales del XIX, el “fomento a los periódicos”.

Por eso hoy, cuando la conducta opositora o crítica al menos de los medios determina, a los ojos del poder, su calidad, hasta el punto de negársela a toda la profesión (“…no hay en México un periodismo profesional, independiente, no digo objetivo porque eso es muy difícil, la objetividad es algo muy relativo; pero ético, estamos muy lejos de eso. Es parte de la decadencia que se produjo…”)me parece oportuno releer a Zarco. 

Especialmente ante el autoproclamado monopolio de la ética, cuyo cotidiano ejercicio se ofrece a la vista de todos en el púlpito de la Tesorería nacional.

“(El Demócrata”, 5 de julio de 1850.- Hemos defendido la más amplia libertad de imprenta, y hemos reclamado que se la deje la mayor independencia, porque deseamos que ella sea útil al país y sirva para indicar buna civilización adelantada en la República. Hemos indicado la medida que hemos juzgado más a propósito para remediar en su mayor parte los males que hemos indicado y ha sido suprimir en los presupuestos de partida que se distinguen con el nombre de “fomento de periódicos”…”

En los días recientes la extraña relación entre el Señor Presidente y los medios ha generado muchos comentarios. Y de todas las frases, hubo una particularmente llamativa, al menos para mi:

“…el buen periodismo es el que defiende al pueblo y que está distante del poder, el que no defiende al poder, el que defiende al pueblo”.

Sin embargo en repetidas ocasiones el Señor Presidente –como si le no fuera la representación del poder nacional–, ha exaltado a quienes lo acompañaron, solidarios y militantes en su búsqueda de una silla, cuando le habían tendido un imaginario “cerco informativo”. 

Esos, quienes día con día, jornada con jornada lo apoyaban a él (un político en pos del poder, un líder de masas, un agitador social) desde una trinchera, ¿defendían al pueblo o propiciaban el triunfo de un movimiento político?

Imposible, por otra parte, divorciar prensa de política. 

El periodismo es una actividad política, no un  simple servicio social con alertas de huracán. Es un ejercicio de interlocución entre fuerzas sociales y de poder, cualquier poder.

La mejor crónica jamás escrita la hizo Bernal Díaz del Castillo. ¿A cual pueblo defendía? 

Posiblemente en esa definición de la buena prensa (como se llamaba la propaganda de la Iglesia), el Señor Presidente haya encarnado, él mismo en el pueblo, porque como dice Jan Werner Müller:

 “…los populistas pueden gobernar, y es probable que lo hagan, en concordancia con su compromiso básico, con la idea de que sólo ellos representan al pueblo…”

Me dijo una vez Manuel Buendía: la primera profesión del mundo, ya sabemos cuál fue. La segunda, la nuestra, porque alguien corrió a contárselo a los demás. 

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta