Como parte del magno programa cultural de los juegos olímpicos de 1968, Alexandro Jodorowsky, dirigió a Ignacio López Tarso en una obra magnífica: “El rey se muere” del rumano, Eugene Ionesco.

Se trata de una obra en la extraña composición alegórica del teatro del absurdo, como se dio en llamar esa forma de ironía, humor, acidez y desafíos a la lógica, fundamentos de la obra de Ionesco. Esta pieza es una burla del poder, pero también se le podría considerar un retrato, sobre todo en los tiempos contemporáneos de la vida mexicana.

En mi última charla con Ignacio López Tarso, una breve conversación, y dado el clima actual de la vida política en México, le pregunté si no le interesaría reponer “El rey se muere”. Humorístico me dijo: no me hable de la muerte, ni siquiera la del rey. Y se rio.

Hoy, como un breve homenaje y un recuerdo de su magnífica actuación en aquella obra, deseo reproducir algunos de los parlamentos. Son de lo más actual.

EL MÉDICO. – Majestad, habéis hecho ciento ochenta veces la guerra. A la cabeza de vuestro ejército habéis participado en dos mil batallas. Primero en un caballo blanco con penacho rojo y blanco, muy vistoso, y no habéis tenido miedo. Después, cuando modernizasteis el ejército, en pie sobre un tanque o sobre el ala de un avión de caza a la cabeza de la formación.

MARÍA. – ¡Era un héroe!

EL MÉDICO.- Habéis rozado mil veces la muerte

EL REY. – No hacía más que rozarla. No era para mí, lo sentía.

MARÍA. – Eras un héroe, ¿lo oyes? Recuérdalo.

MARGARITA. – Has hecho asesinar por este médico y verdugo aquí presente …

EL REY. – Ejecutar, no asesinar.

EL MÉDICO. – (a Margarita): Ejecutar, Majestad, no asesinar. Yo obedecía órdenes. Era un m mero instrumento, un ejecutante, más que un ejecutor, y lo hacía eutanásicamente. Además, lo lamento. Perdón.

MARGARITA. – (al Rey): Digo: has hecho matar a mis padres, a tus hermanos rivales, a nuestros primos primeros y segundos, a sus familias, sus amigos, sus ganados. Has hecho incendiar sus tierras.

EL MÉDICO. – Su majestad decía que de todos modos algún día se habían de morir.

EL REY. – Era por una razón de Estado.

MARGARITA. – Tú también mueres por razón de Estado.

EL REY. – Pero si el Estado soy yo.

JULIETA. – Infeliz, ¿en qué estado?

MARGARITA. – Él era la ley, por encima de las leyes.

EL REY. – Ya no soy la ley

EL MÉDICO. – Lo admite, cada vez va mejor

 MARGARITA. – Lo cual facilita las cosas.

 EL REY. – (gimiendo): Ya no estoy por encima de las leyes, ya no estoy por encima de las leyes

 ALABARDERO. – (anunciando): ¡El Rey ya no está por encima de las leyes!

 JULIETA. – Ya no está por encima de las leyes, pobre viejo. Es como nosotros. Parece mi abuelo.

MARÍA. – Pobre chiquillo, pobre hijo mío.

 EL REY. – ¡Un niño! ¡Entonces, vuelvo a empezar! Quiero volver a empezar.

 (A María)

 Quiero ser un bebé. Tú serás mi madre. Entonces no me vendrán a buscar. No sé leer, no sé escribir, no sé contar. Que me lleven a la escuela con los otros chiquillos. ¿Cuántos son dos y dos?

 JULIETA. – Dos y dos son cuatro.

 EL REY. –  Es ella que ha apuntado… ¡Ay, no puede uno hacer trampas! ¡Ay, ay, tantas gentes nacen en este momento, nacimientos innumerables en el mundo entero!

 MARGARITA. – No en nuestro país.

 EL MÉDICO. – La natalidad se ha reducido a cero.

 JULIETA. – No brota ni una lechuga, ni una hierba.

 MARGARITA. – (AL Rey):  La esterilidad absoluta, por tu culpa.

 MARÍA. – No quiero que lo abrumen.

 JULIETA. – Puede que todo vuelva a brotar

 MARGARITA. – Cuando él haya aceptado. Sin él…

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona