Ubicado en la certidumbre personal, no obstante haberse presentado en el Patio de Honor del Palacio Nacional «en medio de la incertidumbre», el Señor Presidente nos ofreció ayer –en uno más de sus informes– el recetario para salir de la crisis transitoria: más de lo mismo y a quien no le guste la sopa, ahí le va el segundo plato.

El mensaje, oportunamente coincidente con su programado informe trimestral, cuyo contenido era tan previsible como para resistir los varios días desde su anuncio, no hizo referencia alguna al diagnóstico de la Secretaría de Hacienda sobre el ominoso futuro de un “crecimiento negativo” (así es el oxímoron económico) hasta del 4 por ciento y desempleo mayúsculo cuyo cálculo es ahora innecesario por conocido. 

Fue, simplemente, la reiteración de un programa, la reafirmación de un Plan Nacional de Desarrollo diseñado en otro tiempo y la condena de actitudes pretéritas cuyo fracaso  fue absoluto, cuando no relativo. 

Pero si bien nadie le ha pedido al Señor Presidente repetir los errores y desviaciones del pasado, tampoco se le aplaude –al menos no de todos los ángulos–, la insistencia en una política económica con más de lo primero y menos de lo segundo, cuyo resultado ya había mostrado fracasos desde antes del Coronavirus al cual él jura y perjura los mexicanos vamos a derrotar,  como lo hicimos con la corrupción, los malos gobiernos o los terremotos. Y es verdad, pero deberíamos revisar los costos. 

Cierta, por otra parte, la insistencia presidencial en cuanto a lo transitorio de la emergencia. Es cierto, todo es pasajero en esta vida, hasta la vida misma. 

Y si los males no duran cien años, no es esa la aportación, ni la única actitud, de quien los debe enfrentar. El desafío de hoy es atenuar los efectos económicos y sanitarios; en ese orden o al inverso, como se quiera, de una epidemia cuyos peores momentos están por venir y cuyos efectos han  sido monumentales y desastrosos en todo el mundo. 

El optimismo desbordado del Señor Presidente no es en sí mismo un informe. Es una actitud, no es una suma de resultados. Y su lectura no es una estrategia; es una confirmación y una advertencia: nada ni nadie hará cambiar el rumbo de este gobierno, ni de su misión transformadora.

Pero aun sin abandonar su obsesivo afán de irrumpir en la historia por la cuarta puerta, bien se podría considerar un elemento básico: las condiciones de hoy no son iguales a las dominantes cuando hizo sus planes de desarrollo, cuya gestión, en el primer tercio del gobierno, en nada han cambiado las circunstancias y si en algo han incidido, ha sido en la tasa cero de crecimiento y en el estancamiento de la actividad económica y el empobrecimiento de una buena parte de la clase media. 

Hace muchos años, alguien superior en materia gris a cualquiera de nosotros, Don José Ortega y Gasset, nos definió  como  determinados por el entorno, por las cosas mudas (decía) en derredor nuestro; seres  cuya identidad se inscribe en lo de afuera (circunstancia).

“…Hemos de buscar para nuestra circunstancia, tal y como ella es, precisamente en lo que tiene de limitación, de peculiaridad, el lugar acertado en la inmensa perspectiva del mundo. No detenernos, perpetuamente en éxtasis ante los valores hieráticos, sino conquistar a nuestra vida individual el puesto oportuno entre ellos. En suma: la reabsorción de la circunstancia es el destino concreto del hombre».

Y cuando hablaba del cambio decía, si no salvo mi circunstancia, no me salvo yo. Si no entiendo el exterior, no puedo enteneder el yo. 

 Obviamente las condiciones económicas (y sociales) de hoy son muy distintas de las de hace dos años cuando el Señor Presidente tuvo oportunidad de trazar un plan sexenal de desarrollo, reventado por la realidad en un bienio. Y es más obvio aún, cómo muchas cosas se van a modificar durante esta epidemia, cuya fase crítica aun no podemos decidir, ni limitar, por lo cual es imposible hacer proyectos inmediatos, y –mucho menos–, insistir en las cosas fallidas.

El gobierno no ha dado muestras de flexibilidad ni de adaptación al tiempo inclemente por el cual cruza el mundo entero. El desmesurado optimismo no es suficiente para cambiar las cosas, y tampoco es recomendable hacer cuentas en el ábaco de las nubes.

Ayer el Presidente se vio sólo en escenario. No hubo en esta ocasión ni integrantes del gabinete, ni tampoco invitados, al menos no ante las cámaras, las cuales son nuestra nueva realidad. 

Solitario se llama el brillante engarzado en una sortija. Si la epidemia nos cayó como anillo al dedo, el Presidente fue el gran solitario . 

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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