Una columna de opinión de Arturo Ramos
No es que no exista, la propuesta de López Obrador, presentada por el personero en turno, para que los ministros de la Suprema Corte sean elegidos por sufragio universal se concretó ya, en Bolivia, y data de los tiempos de Evo Morales. Es caso único.
La elección de jueces y magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, el Tribunal Constitucional, el Tribunal Agroambiental y el Consejo de la Magistratura bolivianos se da desde entonces (2010-2011) con un único filtro, la preselección por parte del Congreso de un listado de candidatos.
Pero, tratándose de Evo, al igual que pasó con Hugo Chávez y ahora con Nicolás Maduro, todo debate nacional se convirtió en un “a favor o en contra mío”, algo que sabe hacer bien el presidente mexicano, también claramente plegado al populismo que aborrece “los intermediarios” entre el poder y “el pueblo”.
Así, las elecciones de jueces en el mandato de Evo Morales se convirtieron en una especie de referéndum sobre su mandato.
En Bolivia se piensa ahora en abandonar la elección de jueces, magistrados y ministros, sobre todo por lo que esto significa al momento de que una mayoría política en el congreso o que un presidente excesivamente poderoso ponga a modo a uno de los poderes y a la administración de justicia.
México, a raíz de la autonomía mostrada por la Suprema Corte y el malestar estomacal que eso produjo en Palacio Nacional, camina en sentido inverso, diez años después de aquel experimento andino.