Como todos sabemos el mecanismo de emergencia en la sustitución de los virreyes españoles en las tierras americana se daba a través un documento sellado, lacrado, guardado con el sigilo del antecedente más monárquico del “tapadismo”, para designar a un sustituto en caso de muerte de alguno de los delegados del rey.
El Pliego de Mortaja, de Providencia o de Sustitución.
Era una fórmula de acuerdo con el tiempo, en una época en la cual las instrucciones metropolitanas tardaban mucho tiempo en llegar y más todavía en ser aplicadas. Eso facilitaba la proliferación de intermediarios, los oidores, los veedores, las audiencias, las cortes, los emisarios, los soplones, delatores; envidiosos, rencorosos y demás.
Para todos los monarcas y aun para los políticos modernos, la
La sucesión ha sido un problema y la traición ha sido una consecuencia de ese conflicto.
Todos los políticos en la cima son (en un grado mayor o menor, megalómanos) en busca de la inmortalidad y para asegurarla quieren dominar más allá de su tiempo, con la vana esperanza de evitar la escoba sobre la cursilería de su legado.
Todos han querido un sucesor sometido a la línea trazada. Un continuador, un extensionista, como hubiera dicho Santander. La fórmula es sencilla. O eso han creído.
Es tan simple como domesticar un león: se le lleva a la casa desde el destete, se le alimenta, se le acostumbra al olor humano del amo próvido; se le cuida, mima y vigila. Por precaución se le quitan las garras y hasta los colmillos en algunos casos. Se le dulcifica, se le domestica. Y aun así un día el cachorro de entonces, convertido en el león de hoy, le arranca la cabeza al domador con un certero zarpazo.
Los políticos siempre han formado en derredor suyo un grupo selecto de alumnos, discípulo, seguidores o apóstoles. Cachorros de la Revolución (MA), como decían antes.
Claudia Sheinbaum no ha hecho nada importante en su vida excepto estar al servicio político de Andrés Manuel. Él la hizo secretaria de Ecología con muy pocos resultados. La ciudad nunca mejoró ni su aire ni sus suelos forestales. Mucho menos resolvió el problema del agua potable o los drenajes, ni la explotación silvícola ni la recuperación de su fauna. Cuando mucho pintó el Zoológico.
Su mejor trabajo fue supervisar la construcción de los pasos elevados en parte del Viaducto y el Periférico, por donde circulan vehículos de combustión interna; o sea, la ecóloga al servicio de las fuentes contaminantes. Pero la contradicción es el distintivo de esta línea de pensamiento (seamos generosos).
Después la señora tuvo oportunidad de gobernar en la delegación Tlalpan (antes feudo de su excónyuge; el recaudador clandestino Carlos Imaz), donde como doctora en física tuvo oportunidad de comprobar la Ley de la Gravedad: se le vinieron abajo varias construcciones mal supervisadas y peor inspeccionadas, entre ellas una escuela de niños llamada como el ilustre pedagogo, Enrique Rébsamen.
Más tarde, comprobó nuevamente la vigencia de la ya dicha ley cuando se le vino abajo una parte de la estación Tláhuac del Metro, en sus tiempos de jefa de Gobierno, cuya magna obra fue una rueda de la fortuna. La suya.
Total, un tiradero.
Ahora el pliego de mortaja o la preferencia “in péctore”, como dicen del pecho papal donde se guardaba la identidad del sucesor (siempre y cuando el tórax pontificio tampoco fuera bodega), lleva su nombre y apellido.
El presidente cree en ella como la segura continuadora de sus acciones justicieras para lograr la IV-Transformación; pero no será así:
El poder cambia a las personas; trastorna a los ecuánimes y enloquece definitivamente a los neuróticos. Y a ella le va a pasar todo esto. Cuando tenga el poder –como Pedro–, tres veces negará al maestro.
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