Con la insobornable contundencia de los hechos, la elección de Estados Unidos demostró una vez más la raíz y esencia de la política: el poder.
No se trata de merecerlo, sino de lograrlo, tenerlo y conservarlo sin importar cómo ni para qué. Y si para ello se debe convocar a una inmensa legión de irreflexivos incapaces de distinguir entre lo malo y lo peor, no importa. La mayoría no siempre tiene la razón. No es cierto.
Con la brutalidad de un manotazo, la certeza de una zarpa en el pecho desnudo, el dolor de una dentellada, el silbido del puñal en medio de la carne, como sea, como se quiera ver, pero el hombre cuya lengua de fuego y vómito llenó de indignación a los bien educados y los sensatos, los herederos de una democracia de cultos asomos, de rancia estirpe, de búsqueda de la civilidad, la convivencia, el multiculturalismo, hoy se encamina a la oficina Oval de la Casa Blanca desde donde jugará con el destino como un maduro aprendiz de brujo a quien los elementos se le descompondrán al compás de sus rabias, furias, enojos, incomprensiones. Horrible.
Pero todo eso es producto de la “democracia americana”, cuya potencia decimonónica dejó estupefacto a Alexis de Tocqueville y de la cual en versos de musical anticipación, Leonard Cohen, muero casi simultáneamente al parto del absurdo, describió de esta sutil manera:
“La democracia viene a los Estados Unidos de América,
viene por el sufrimiento de las calles,
“Los santos lugares donde se encuentran las razas
de la ruindad criminal en la cocina,
donde se dice quien come y quien sirve.
“Viene por las ruedas de la desilusión,
en que las mujeres se hincan a rezar
por la gracia divina en el desierto
de aquí y de allá,
“La democracia está llegando a los EUA”.
Pero el imperio tiene nuevo rostro. La supremacía blanca sustituye al afro americano.
El péndulo como venganza.
Contra este hecho no pesan ni las ridículas protestas de estudiantes indignados por un resultado para cuya distinta desembocadura poco hicieron, ni tampoco los lamentos en coro. Ni la depresión post parto.
La verdad es mucho más fácil de expresar en las muestras de hostilidad prácticamente congruentes con el credo del aislacionista. Ya se hostiga y se lastima a los musulmanes, ya hay grupos felices al grito de “built the wall”; ¡ya, rápido!, pronto, con la celeridad de una urgencia larvada e incubada solo por un año de discursos.
Dos meses faltan para verlo caminar por el jardín de las Rosas.
Hoy quizá ya sueñe con descifrar, como un niño con su nuevo Lego, los secretos de la caja atómica y sus códigos peligrosos. Quizá ya sueñe con la colocación de una primera piedra en el muro fronterizo, quizá ya piense cómo deportar a millones, cómo revisar las listas de infractores para cerrar el paso a quienes hayan delinquido en casos tan graves como cruzar con una luz roja o equivocarse en una declaración de Hacienda. La visa tiene prisa para expirar.
“The big stick” (el gran palo) es ahora grande como nunca antes.
Pero las fronteras suelen tener dos lados.
Y de este ya se hacen arreglos para ajustar las variables cuya transformación no podremos contener ni mucho menos remediar.
Una vez más el sentido práctico nos hará hábiles para convivir con la nueva realidad. La tradicional cortesía mexicana volverá a mostrarse. Seremos dúctiles y maleables, como conviene a cualquiera en esas condiciones. El mundo entero se prepara, pero ningún otro país debe convivir espalda con espalda en la antesala del monstruo cuyo vómito inunda e invade.
El dólar ya ha llegado a los 21, el peso gime desde su raquítica condición, y no se sabe si su devaluación (basta de eufemismos como depreciación), y la capacidad exportadora (así sea de productos con patente estadunidense e industrias de gran maquila) se siente amenazada por la cancelación o incumplimiento de un Tratado de Libre Comercio cuya potencia nos ha hecho tan dependientes como para sufrir por su extinción.
En el extremo del recurso grotesco, con platillos y tambores, se anuncia un “acuerdo” imposible:
No importan las voces del patriotismo ramplón y simplista como las de Andrés Manuel quien pone como escudo, tal si de verdad existiera, la soberanía nacional.
¿Cuál? quisiera uno saber.
Mentira, la llegada del barbaján a la presidencia americana, del supremacista blanco no es el peor momento de nuestra siempre trágica relación con la América Imperial. Ni será esta, mucho menos, la ocasión para confrontarla. Estamos Sumisos Mexicanos.
Obviamente estábamos peor en 1847 y eso no fue obstáculo (quizá fue impulso decisivo) para la “gringuización” de la vida mexicana, como se demuestra en el creciente número de nuestros dirigentes políticos educados en sus escuelas y universidades (algunos desde niñitos, como los hijos del presidente del PAN, Ricardo Anaya, por cuya educación sureña tantos quebrantos binacionales ha tenido) y ahora frenéticos todos en busca de un remedio y un trapito tras consultar sus apuntes de “Chicago boys”.
Ya se reúnen los “cúpulos” de la Iniciativa Privada con el gobierno y señeros o ceñudos, según el caso, describen la amplia gama de sus fantasías protectoras; ¿cómo hacer si se modifica el TLC, cómo reaccionar para la defensa del empleo, cómo asimilar a los repatriados?; sí, por grotesco como suene, a esos cuya miseria los hizo irse y ahora van a regresar con una patada en el culo a la tierra protectora donde les esperan casa, comida y sustento como jamás conocieron cuando fueron expulsados por la realidad.
–¿De veras están hablando en serio?
Pero ante esto nos pide optimismo el Presidente Peña Nieto. Y sí, al mal tiempo buena cara. Buena vibra, nos dice. Vibrar todos como la tensa cuerda de un arpa celestial. Aleluya.
Y mientras, la bancada del PRI se vacuna contra una reacción del clero en las próximas elecciones del Estado de México y logra un aliado así sea a costa de abatir la iniciativa presidencial por el matrimonio igualitario lo cual causa frutos e indignación en la comunidad LGBTJDHJTFSH etc., y sus aliados en la solidaridad y los derechos de todos para todos.
No importa el texto universal de la Constitución. No importan los amparos, no le hace si en algunos estados es válido todo tipo de matrimonio. Vale la derrota política. El clero ha derrotado al Estado Laico, una vez más. Las leyes se modifican o se cancelan, n i por criterios jurídicos o de Derechos Humanos. Se hacen o deshacen por criterios religiosos aplicables hasta en quienes no practican esos credos.
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Ayer comenzó la temporada taurina en la ciudad de México.
Nueva administración, mismo asunto, misma plaza. Incierto futuro de un espectáculo en anacrónica decadencia y a contraflujo de la “gringuización” nacional ya aludida. Pongo este ejemplo:
“…(“México en guerra 1846-1848”. Conaculta. 1997) el circo americano se instaló en la plaza de toros, donde su empresario el señor Bensley, combinaba en su espectáculo las corridas, las suertes ecuestres y algunos musicales. En el teatro Sana Anna y en los bajos de algunos hoteles se instalaron mesas de billar y salones en los que se servían alimentos y bebidas a las tropas…”
En fin. Esto viene cuenta por un dibujo frente a mis ojos. Lo he descolgado de la pared. Esta lleno de tiempo y recuerdos de Rogelio Naranjo.
Una plaza de toros vacía en cuyo ruedo se alza gigantesco un toro negro asomado entre las banderas y el reloj.
El animal está sorprendido.
Afuera del coso, dibujado con la minuciosidad detallada y perfecta de escaleras, andanadas y tendidos; pasillos, columnas y bocas de túnel, hay tanquecitos, soldados minúsculos, misiles, camiones de transporte como de juguete, todo en la línea de un trazo perfecto de mordacidad y caricatura, sin vibraciones ni fallas.
La línea exacta como Flaubert si hubiera sido dibujante.
Los militares ya colman las escaleras.
La “corrida” va a empezar. Es un original irónico y mordaz, de Rogelio quien me lo regaló hace muchos años.
Dejamos de vernos hace mucho tiempo (estuve con él cuando la UNAM recibió su archivo “curado” por Angélica Abelleyra) y desde entonces no hubo más.
Ayer la noticia de su muerte me sorprendió con la luz grisácea de una mañana fría. Adiós al gran artista.