La sola convocatoria de comunicación aislada, la insólita asamblea del poder convertido en archipiélago cruzado por surcos continentales a través del ciberespacio, demuestra el peligro de la pandemia: 

Los líderes de las 20 naciones cuya potencia determina el rumbo del planeta, no se pueden encontrar, pero deben hablarse. Al menos virtualmente, el planeta estuvo reunido el jueves anterior. Y eso jamás había sucedido así. 

Obviamente es un logro, pero –por otra parte–,  demuestra una limitante.  

Ni siquiera todo el poderío planetario conjunto, con sus laboratorios, sus invernaderos de clones y bacterias, sus aceleradores de partículas, capaces de descifrar la creación o despedazar el tomo; sus plantas para lograr la fisión atómica, o sus robots en el espacio exterior,  puede contra un invisible virus cuya capacidad macrófaga no se detiene ante fagocitos humanos y se extiende con la velocidad de lo incontenible mientras los relojes avanzan en el conteo casi instantáneo  de la defunción y los enfermos mueren –quinientos en un día español; ochocientos un tarde italiana. ciento sesenta en la costa occidental de los Estados Unidos; noventa en Nueva York a la hora del Martini;  diez en la Ciudad de México—,  miles van en caída como las piezas de un dominó empujado por la casualidad.

 Los poderosos se deben mirar a través de pantallas con imágenes circulantes por redes digitales o conversaciones virtuales. Están sin estar.

Los medios y los multimedios enlazados son ahora los puentes virtuales de una comunicación planetaria nunca antes vista. La incomunicación de la vida real, tangible y olorosa; la comunión del bite.

Por única, y posiblemente solo primera ocasión,  a partir de ahora, jeques, primeros ministros, presidentes republicanos y hasta un moderno zar, pueden parlamentar, pero no solucionar. 

Es el verdadero gobierno mundial, cuya autoridad no alcanza para la realidad planetaria.

Los líderes del mundo refugiados en sus oficinas o salas de transmisión; asustados –como Boris Johnson, el melenudo rubio cuya verborrea nubla el escritorio de Winston Churchill en un espacio antes oloroso a humo cubano–, o preparando una gira a la frontera norte, como nuestro Señor Presidente, tienen todos la palabra pandemia colgada de la boca, cuando no del cubre bocas, y se oyen (quien sabe si se escuchen)  unos a otros y no halla ninguno,  ni en el mas recóndito de los rincones de su imaginación o su poderío, la única respuesta necesaria:

–¿Cómo vamos a vivir o sobrevivir en el futuro, con este virus hasta hace unos meses absolutamente inexistente, o al menos desconocido? ¿Y de cuánto tiempo es ese futuro?

Porque ningún discurso –si se leen uno tras otro los grandilocuentes pronunciamientos preparados durante días por los más reputados expertos al servicio de los más connotados políticos—dice algo más allá del cómo enfrentar esta crisis, pero ni por asomo sugiere cómo resolverla; es decir, cómo ganar la guerra y exterminar al enemigo, en este caso al invisible conjunto de proteínas alojado en miles de humanos a quienes ha convertido en su alojamiento. Y cuando uno muere, cambian de hospedaje.

Los virus son briznas de ácido ribonucleico o  desoxirribonucleico, materia prima de la vida, “encapsulados en una envoltura de proteínas conocida como cápside; protegen su material genético con una membrana o envoltura derivada de la célula a la cual  infectan y rodean su cápside con una membrana celular”.

 “Así, en la infinita navegación de la vida (sin vida realmente, pues son sólo proteínas), deben resolver tres circunstancias para hacer copias de sí mismo:

 “¿Cómo reproducirse dentro de la célula que infecta?, ¿Cómo esparcirse de un hospedero a otro? y ¿cómo evitar ser eliminado por las defensas (sistema inmunológico) del hospedero?”

Pero los virus han resuelto sus problemas. 

Son infinitos en su número y variedad. Sus mutaciones veloces e impredecibles siempre van por delante del ingenio y la ciencia de los humanos. Por eso son indestructibles, por eso nadie puede hoy contestar esta simple pregunta:

–¿Cuándo vamos a eliminar al virus COVI-19?

La pregunta no es  cuando vamos a resolver los problemas económicos derivados de su incómoda y a veces mortal presencia. 

No; ese no es el problema, es la consecuencia. 

El fenómeno es biológico; no económico. Como diría Clinton, es el virus, ¡Estúpido!

Quizá se puedan inyectar millones y millones de dólares, para paliar los efectos financieros; quizá se puedan fabricar respiradores y pulmones artificiales para prolongar la agonía de los infectados o simplemente dejarlos morir de asfixia con los pulmones carcomidos por la colonia viral; quizá podamos regalarle dinero a los “ninis” y a los ancianos, posiblemente seamos capaces de ofrecer créditos o hacer un “corralito” con el sistema bancario y de pensiones, pero si la gente se sigue muriendo, el tema central permanecerá intocado. 

Y –dicen algunos–, una vez logrado el triunfo de una vacuna para “domesticar al virus–, vendrá otro similar y cada década traerá una nueva epidemia, como ha sucedido con el Dengue, el Ebola, el Zika, la fiebre del Valle del Rift, la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, el mal  hemorrágico de Marburgo, la gripe, la influenza, el H1N1; el sarampión, el Sida, la Gripe Aviar y todas las demás calamidades –virales o no–, cuya evolución ha acompañado paso a paso la historia del hombre y su lucha por la vida.

Mientras, en las playas solitarias del Caribe, una enorme y confiada tortuga laúd deja en la arena los huevos de una especie en riesgo de extinción y regresa a las cálidas aguas. Miles de kilómetros más allá en las aguas del Adriático, los delfines saltan para asombro de la callada ciudad de Venecia, cuyos canales tienen ahora la claridad  de un acuario a cuyas aguas nadie arroja por ahora bolsas de plástico o latas vacías de cerveza.

Hoy el mundo se rige por un canon internacional, desconocido para la mayoría de los ciudadanos: el Reglamento Sanitario Internacional.

“…Es un instrumento jurídico internacional de carácter vinculante para 194 países, entre ellos todos los Estados Miembros de la OMS (Organización Mundial de la Salud). 

“Tiene por objeto ayudar a la comunidad internacional a prevenir y afrontar riesgos agudos de salud pública susceptibles de atravesar fronteras y amenazar a poblaciones de todo el mundo.

El RSI, que entró en vigor el 15 de junio de 2007, obliga a los países a comunicar a la OMS los brotes de ciertas enfermedades y determinados eventos de salud pública”.

Así pues, por encima de las peculiaridades nacionales, sin obligar a nadie a dejar de lado sus escapularios y estampas religiosas; limpias o prácticas  chamánicas o de hechicería, como sucede en las naciones científicamente atrasadas (o simbólicamente condescendientes con el atraso), el mundo, ese orbe ahora vinculado por la virtualidad de multiconferencias enlazadas, impone obligaciones.

SONORA

Por lo pronto Sonora ya vive bajo el decreto de Emergencia Sanitaria y Económica cuya finalidad es proteger a las personas y a las fuentes de empleo, y producción, a pesar del llamado al retiro social y el confinamiento domiciliario.

La gobernadora Claudia Pavlovich, quien a lo largo de la epidemia ha actuado con presteza y sin esperar determinaciones federales, ha autorizado gastos extraordinarios por 500 millones de pesos a cada dependencia estatal, con el fin de no paralizar, hasta donde sea posible, la actividad económica.

BARBOSA

En la columna publicada hace unos días en torno de la más reciente “barbosada”, lo rebauticé como  Miguel Ángel. Y no, ese no es su nombre. Me equivoqué, pero solo en eso me equivoqué. 

En lo demás, no. 

EXCESOS

Si el vocero presidencial para la epidemia, Hugo López Gatell y su equipo ofrecen una conferencia cada día, ¿cuál es el sentido de este “road show” por todos los micrófonos de todos los noticiarios de todas las estaciones y canales de TV, en franco concurso  para ver quién lo hace tropezar de peor manera?.

López Gatell ha sido utilizado como pararrayos del gobierno; no como un  científico comprometido con la explicación científica de las cosas. Esta a punto de fundirse.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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