Cuando en las elecciones intermedias de este sexenio, el Partido Acción Nacional ganó siete de doce gobiernos estatales, Ricardo Anaya inició su aventura presidencial de la cual ahora no le queda sino (nótese la lírica), un puñado de ilusiones rotas; docenas de enemigos —dentro y fuera del partido—, antes no declarados, algunas cuentas latentes en la Procuraduría General de la República y un futuro incierto en la política.
También le siguen como mastines furiosos los residuos de un Frente por México cuya utilidad no da ni para untar en el queso y varias certezas personales, asumidas o no (todo depende de la vanidad), algunas de ellas relacionadas con la mala calidad de su equipo.
También queda para su historial propio haber logrado menos votos de los alcanzados en solitario por Josefina Vásquez Mota, lo cual ya es comparar lo malo con lo peor. De joven maravilla pasó a joven pesadilla.
Y mientras tanto los suyos, empezando por el poco útil Damián Zepeda, se tiran de las greñas en un pleito vulgar y desgastante. Los derrotados en las elecciones, sin un momento de hidalguía ante el fracaso, no son capaces de poner la renuncia sobre la mesa y se aferran a un hueso sin tuétano ni pellejo.
Los demás integrantes de Acción Nacional, incluyendo a los expulsados de último minuto (Lavalle y Cordero), ya forman pequeños batallones de calderonianas desinflados ; tradicionalistas o doctrinarios, como les gusta llamarse entre ellos; en otra trinchera los afines al “reelecto” exgobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, quien culminó exitosamente (imposible para Felipe Calderón con Margarita), la maniobra para prolongar su mandato, primero con un pelele llamado Gali y después con su señora esposa, doña Martha Erika, quien no calentará ni el agua para el café en la Casa Puebla.
Y en un bloque aparte, quienes en verdad tienen un pequeño poder, cuya suma les permitirá siquiera alzar un poco la cabeza, son los gobernadores de los estados, quienes, previsores ante el naufragio, ye le habían dado la espalda a Ricardo Anaya, no obstante el respaldo de éste a algunas candidaturas triunfadoras.
Éstos han tenido la desfachatez de crear un membrete, cuyos integrantes pueden sesionar dentro de una Suburban y les sobra espacio: la Asamblea de Gobernadores de Acción Nacional, al frente de la cual está el queretano Francisco Domínguez.
Pero la gratitud se acaba cuando llega la necesidad.
Y por ahí están los demás oportunistas como Juan Carlos Romero Hicks (quien le compitió a Anaya por la presidencia), Marco Antonio Adame, su exconsejero; Fernando Canales, Alberto Cárdenas, el blandengue Luis Felipe Bravo Mena, Josefina Vásquez Mota y quien usted más quiera de ese selecto grupo de “influyentes”.
Obviamente hay quien sueña todavía con la familia Calderón Zavala y cree en el posible regreso de Margarita, después de haber hecho su rabieta de abandono; las trampas de su registro como candidata independiente a la Presidencia y su lanzamiento olímpico de toalla después de un primer debate insípido e incoloro.
El Partido Acción Nacional (y esto ya parece un ritornelo de cada sexenio, tras sus 12 años de gloria), está hundido en una seria crisis no sólo política sino de identidad.
Hoy se dan cuenta de cómo perdieron vertebración, orgullo, significado y ubicación en el campo político. Antes eran un partido de derecha, derechamente fincado en sus valores. Hoy no tienen finca, ni valores ni colocación. La aventura de aliarse con la parte más improductiva de la izquierda, o supuesta izquierda, el PRD, les costó demasiado cara. Cuando uno paga todo y no recibe nada, el aire resultó muy costoso.
Y si a ese esto se agrega el reguero de cadáveres y heridos, sobre los cuales Anaya quiso caminar a la Presidencia, los engaños, traiciones y dobles juegos, el asunto se pone peor.
Hace mucho tiempo, ante una de sus muchas crisis, alguien dijo quizá con tino para esos años, México necesita al PAN, como necesita también una organización política de izquierda moderna.
Hoy, cuando ya se han acabado esas “geometrías políticas”, como les llamaba López Portillo, y todo es una mezcolanza de oportunistas eclécticos, el PAN no es necesario para México. Ha perdido su sentido y su identidad. Y así, sólo les sirve a sus pendencieros militantes, quienes se pelean un esqueleto descarnado.
Hoy se disputan una dirigencia cuya labor debería ser seria e incluyente, quirúrgica para cauterizar las heridas abiertas, y constructiva para crear una nueva plataforma de acción política en y para el Partido. Bien les vendría a los panistas una real comisión ideológica.
Quizá un hombre sensato como Miguel Márquez, quien tuvo hasta la honestidad para abandonar el seminario en favor de la vida seglar y el servicio público, les pudiera ofrecer buenos resultados.
FRASE VACÍA
“El PAN deberá ser un auténtico contrapeso ante la nueva conformación política del país y la ciudad”. Eso dijo Jorge Romero Herrera, quien confunde un gramo como contrapeso de una tonelada.