Por fin, después de muchas horas de profundas reflexiones, meditaciones, lucubraciones y recolección de las ideas principales del caudillo moral de la patria, los redactores de la Constitución Moral de la República, produjeron un documento con un título menos jurídico pero más impresionante por su anhelos y  planteamiento: Guía Ética para la Transformación de México.Nomás.

Los pasos de este cuadernillo, folleto, panfleto o plaqueta, el cual será distribuido por millones en los cuatro rumbos de la nación, fueron simples.

Primero la adopción de la “Cartilla Moral”, de Alfonso Reyes, distribuida por los evangélicos en sus templos y zonas de influencia (no olvidemos al conocido pastor Arturo Farela, egresado del “Seminario San Pablo de la Iglesia Cristiana Interdenominacional”, en la colonia Portales de la Ciudad de México).

Después, la encomienda a un grupo de leales (as) , algunos de ellos (as) parte del gobierno; otros (as) con parientes (as) en la administración y algunos (as) más en matrimonio  con los (as)propagandistas (os) más conspicuos, para generar una Constitución (a) Moral (a), concepto (a) este (a) absolutamente (a) anárquico (a) , fuera de toda posibilidad (a) de ser tomado (a) en serio (a). Basta.

Una Constitución es  política; no moral. Lo otro es un catecismo, no una ley, especialmente cuando se quieren poner (o imponer) frente a los ojos de los ciudadanos valores propios de una persona (en este caso el líder carismático), presentados como los principios “axiológicos” de un Movimiento de Regeneración Nacional  cuya mescolanza (eclecticismo, le diría otro), les permite caminar de la mano al anarquista Flores Magón y a Jesús de Nazaret.

Convencidos de la innecesaria ampulosidad de su proyecto “constitucional”, los redactores de este compendio, se decidieron (los decidieron) por  una guía a la cual le cambiaron la palabra ética por el vocablo moral.

La ética, según Aristóteles, es la virtud para el bien y la felicidad humana. No se queda lejos el Dalai Lama actual: “…la ética necesaria para el nuevo milenio es el amor al próximo, lo que se inició hace más de dos mil años por Jesucristo”.

Pero si el Lama no marra, ni Aristóteles nos ha mentido a lo largo de los siglos, nadie podrá reprochar algo sobre este impecable principio del caudillo transformador de México:

No hay mayor alegría que la felicidad de los demás”.

Pero LA moral casi siempre fracasa cuando se intenta convertirla en la moral de todos. Entonces se llama ley. Al menos eso dice Kant:

“…si las reglas de la moral son racionales, deben ser las mismas para cualquier ser racional, tal como lo son las reglas de la aritmética; y si las reglas de la moral obligan a todo ser racional, no importa la capacidad de tal ser para llevarlas a cabo, sino la voluntad de hacerlo.  (MacIntyre, 1987: 65)”.

Sin embargo y haciendo a un lado estas consideraciones filosóficas, profundas y a menudo incomprensibles, deberíamos leer y tratar de evaluar y descifrar el origen de este manifiesto político, envuelto en  el ropaje de la bondad humanista.

El trasfondo de todo esto es la consagración de las ofertas electorales de un profeta, cuyas tablas morales descienden desde el Sinaí del Palacio Nacional y se nos entregan, editadas y compendiadas para su fortalecimiento; no para mejorar nuestro comportamiento. Mucho menos lograr la felicidad.

Pero no por eso deja de ser interesante su intención. No importa cómo lo hayan ordenado y editado sus amanuenses. Se trata de una ampliación de los preceptos de la “Economía moral” , el evangelio del pobrismo mal digerido –pero bien dirigido– o las cartas al Papa.

El líder político anhela convertirse en modelo ético. No quiere ser un adalid, se imagina un líder espiritual. No es un afán político su futuro, es una transfiguración.

El argumento central de este breviario es una condena más al pasado, fuente de todo mal, de toda injusticia, como si antes del “régimen neoliberal y oligárquico” este país hubiera sido el Edén o vaya a serlo después. Veamos:

“…El régimen neoliberal y oligárquico que imperó en el país entre los años ochenta del siglo pasado y las dos primeras décadas del siglo XXI machacó por todos los medios la idea de que la cultura tradicional del pueblo mexicano era sinónimo de atraso y que la modernidad residía en valores como la competitividad, la rentabilidad, la productividad y el éxito personal en contraposición a la fraternidad y a los intereses colectivos; predicó que la población debía acomodarse a los vaivenes de la economía, en vez de promover una economía que diera satisfacción a las necesidades de la gente; los más altos funcionarios dieron ejemplo de comportamientos corruptos y delictivos y de desprecio por el pueblo y hasta por la vida humana…”

Todo eso podría discutirse, pero presentado en la forma de una verdad universal, inmutable y patentada por gracia de una popularidad firme y una legitimidad electoral, convierte esos argumentos en dogmas. Y esos no se pueden discutir. Se asumen o se imponen.

Quizá esta masiva distribución del pensamiento del líder, nos permita pronto ver escenas como estas (Jonathan Spence. “Mao Zedong”. Mondadori. 2001):

“…..en cada calle se debía mostrar prominentemente una máxima del presidente Mao y mediante altavoces colocados en cada cruce y en todos los parques se debían proclamar sus ideas… todas las librerías tenían que estar aprovisionadas con libros de citas de Mao y en todas las manos chinas se debía sostener un ejemplar…”

Por otra parte la guía pretende, además, una justificación de la estrategia contra la pandemia.

De manera oportunista y a última hora, en un documento cuya elaboración comenzó mucho antes de la enfermedad,  se incrustó una parrafada sobre un tema cuya etiología no es moral, sino sanitaria. No resulta un argumento ético: es el retorcimiento de una circunstancia de valores nacionales, falsamente apreciada, para salir del paso a una realidad agobiante. Leamos:

“La pandemia de covid-19 puso (¿en pasado?)a la humanidad y a nuestro país ante el desafío de una renovación ética, pero también sacó a relucir conductas ejemplares, tanto en lo social como en lo individual, que deben ser reconocidas e impulsadas: la cohesión familiar, el sacrificio desinteresado del personal de salud y la solidaridad que ha permitido a numerosas personas salir adelante… esas conductas han significado la diferencia entre una situación crítica y un desastre total, y se ha procurado tomarlas en cuenta para la elaboración de esta guía…”

Extraña forma de incorporar el anillo en el dedo al catálogo de las virtudes nacionales.

Pero más allá de lo conceptual la guía tiene errores hasta cómicos, como este, por ejemplo:

“…De las plantas y de los otros animalesnos distinguen el intelecto y una capacidad cualitativamente mayor para transformar el entorno…”

Pues de las planta animadas y los animales inmóviles también nos distingue la incapacidad de escribir correctamente.

El papasal, cuyos 20 capítulos (a Moisés le bastaron diez) despuntan con una premisa del presidente, incluye varias cuestiones. Una de ellas es el perdón. Es algo incomprensible.

“..Pide perdón si actuaste mal y otórgalo si fuiste víctima de maltrato, agresión, abuso o violencia, que así́ permitirás la liberación de la culpa de quien te ofendió́…”

Así pues una mujer violada –por ejemplo–, debe perdonar a quien la ultrajó, para la feliz “liberación de la culpa “· del agresor. A toda madre.

Este compendio de desatinos, llega a puntos de realmente hilarantes. Así termina este rollazo:

“…Tenemos el deber de compartir nuestra atribución de dignidad con todos los seres vivos del mundo e incluso con las cosas inanimadas, como la atmósfera, los ríos y océanos y los yacimientos minerales, y asumir que no somos los reyes de ninguna creación sino pasajeros, junto con una diversidad de organismos, en una nave que viaja por la inmensidad del espacio”.

Dice Arthur C. Clarke en “Odisea espacial”:

“…Ante él, como espléndido juguete que ningún Hijo de las Estrellas podría resistir, flotaba el planeta Tierra con todos sus pueblos…”

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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