De acuerdo con un viejo principio “científico”, cercano
Al evolucionismo o la teoría de la adaptación y las mutaciones genéticas y todo aquello, la necesidad crea al órgano. Es decir, tenemos ojos porque era necesario ver; cerebro por una ingente urgencia de pensar y dedos porque alguien, después, iba a inventar el piano.
Suponiendo sin conceder –e ironías aparte–, como reza un artilugio de leguleyo, la tecnología ha invertido esa “ley”.
En nuestros tiempos el órgano (externo) crea la necesidad. El mejor ejemplo son las computadoras, las cuales pasaron de ser herramientas de cálculo, contabilidad, procesamiento de datos, almacenamiento de información a gran velocidad, a extensiones sociales de multi relación superficial en un conglomerado humano global cuya máxima dimensión es la intrascendencia. Otros dirán, la fugacidad, la frivolidad.
Pero estos conceptos, en sí mismos no corresponden a la época actual. La frivolidad no es un defecto, es un logro. Sin ella Donald Trump no habría iniciado su carrera a la presidencia de los Estados Unidos.
Las computadoras pasaron de ser el sueño redentor de la IBM, cuyo lema fue por años dotar a cada hombre de una máquina personal para su vida diaria, para el estudio, el mejor aprovechamiento del tiempo, la liberación del trabajo rutinario, a acompañantes sociales en cuya mínima dimensión de una palma humana, cabe todo el universo conocido y por conocer.
El verbo “gugulear “ ha sustituido al verbo estudiar. El verbo “chatear” ha desplazado al arte de conversar y la estandarización del conocimiento a través de enciclopedias al instante, como el café o el consomé en sobres de plástico o las sopas de microondas, han producido una generación de personas cuya ignorancia les permite saber todo en un instante aunque un minuto después lo hayan olvidado todo.
Hace unos días circulaba en la red (dónde si no), un chiste bobo pero a fin de cuentas ilustrativo del mundo actual: un hombre le dice a su médico:
–Estoy mal, doctor. Me duele el cuello, estoy todo el día con movimientos nerviosos en los pulgares, no me distraigo con nada, estoy todo el tiempo con la vista clavada, no hablo con nadie, he perdido el interés por cualquier cosa… ¿qué tengo?
–Un “i-phone”, le dijo el galeno.
La paradoja de esta epidemia de la cual todos somos víctimas en un grado mayor o menor es la incomprensión del fenómeno en sí mismo. Nos han vendido la idea del siglo de las comunicaciones; nunca antes el ser humano estuvo tan comunicado como ahora, pero yo lo dudo. El ser humano nunca estuvo peor comunicado como hoy, así sea verdad su jamás conocida interconexión. Estamos conectados, enlazados, enredados, pero comunicados, quien sabe.
La ubicuidad de las redes, la facilidad para cubrirlas con mecanismos automáticos de repetición, las invasiones a sitios ·formales”, la fragilidad de los muros de fuego, la relativa inseguridad de todos los sitios del mundo, la debilidad de las instituciones apoyadas en las computadoras, las grandes y las de bolsillo, nos hace temer un futuro miserable en el cual habrá desaparecido para siempre y de manera íntegra el concepto de la vida personal. Ya no digamos la vida privada.
La red nos ha convertido en una manada infame sostenida por la estúpida creencia de su propia felicidad “tuitera”, “faisbuquera”. Y no voy a repetir las palabras de Umberto Eco, ya todos se las saben.
Lo peor de las redes y el uso indispensable de ellas, es cómo han generado sus anticuerpos. Uno de ellos es el escarnio contra quien piense u opine en contra de ellas. La descalificación comienza con la sentencia de vivir en otro siglo, de no entender cómo ha cambiado el mundo.
Criticar el cambio es la mejor forma de darse cuenta de él. Actuar en el silencio de la grey es no darse cuenta de sus dimensiones.
Otra de las características de la red (entendida como el todo cibernético, desde las transferencias electrónicas de un dinero convertido en virtualidad hasta la ,manipulación de elecciones en Estados Unidos desde Moscú), es su fuero.
Nadie, en ninguna arte del mundo se atreve a legislar sobre su uso, dispersión y extensión. Es el único fenómeno de la vida humana, hasta ahora, salvajemente libre. El “Salvaje feliz” del siglo XVIII, llamado así por el racionalismo, tiene ahora una cuenta de Instagram para enseñar el culo por el planeta.
Y nadie se quiere dar cuenta.
¡Ah!, si quiere saber más de esto, consulte mi cuenta de Twitter. @cardonarafael