La verdad este texto me lo sugirió la lectura de la columna de Humberto Musacchio a quien le debo algunas páginas de pronto pago, lo prometo.
Revisando sus textos me hallé con la novedad de una inminente asamblea internacional en la cual los integrantes deberán asistir rigurosamente sin etiqueta, ni marca de lavandería siquiera, Cuando más podrán lucir sus lunares, pecas o cicatrices. Se trata del Encuentro Latinoamericano de Nudismo, cuya asamblea se realizará en Zipolite (anagrama de Zopilote) en la costa oaxaqueña.
El nudismo es una práctica. La desnudez es otra.
No recuerdo quien dijo del erotismo: no se logra con la desnudez plena, sino durante el tramo de retirar la ropa como quien se va comiendo una alcachofa.
En ese sentido Don Francisco de Goya nos puso el ejemplo: pintó a la señora De Alba vestida (aburrida como una Manola en el albero de Sevilla al abriste la feria) y después la desnudó en el prodigio de su piel de durazno. Si bien en ambas pinturas la mujer sonríe, no son iguales las dos sonrisas. Una lleva ropa, la otra brilla al sol.
La carga del descubrimiento se aligera con la exhibición plena, sin pudores ni misterios y eso si le damos crédito a aquel viejo chiste de Juan Verdaguer quien aseguraba haber estado en un campo nudista sin haber visto ni una sola cara conocida en toda la mañana.
Desnudos estaban Adán y Eva y la desobediencia ante los frutos del bien y del mal con todo y la consabida intervención de la culebra (también ella en pellejos vivos), los hizo darse cuenta del asunto y su apetencia y entonces aparieron en el planeta dos cosas al mismo tiempo, la desobediencia y el pudor.
Se dice de la maldición a Cam, el hijo de Noé, quien hizo befa y escarnio de los cueros vivos de su padre quien tras salvar a la humanidad en un arca prodigiosa, con todos los animales en pareja, descubrió el vino y sus consecuencias: se puso una papalina de órdago y terminó bailando en cueros hasta ser púdicamente cubierto por sus otros vástagos, quienes le dijeron oiga “apá”, ya ni la hace, hay señoras…
Pero sean como sean las cosas vale la pena darnos cuenta de cómo hemos convivido con la desnudez a lo largo de nuestras vidas y lo escaso de considerar el nudismo como una osadía.
Los antiguos mercaderes de pornografía hacían circular por precios realmente modestos, tarjetas postales con fotografías de mujeres (viejas encueradas, se les decía) en pose sugerente. Algunas cometían el exceso hasta de fotografiarse con una larga boquilla y un cigarrillo encendido. Eran pecadoras al estilo de Celia Montalbán, por ejemplo.
Carlos Monsiváis, recuerdo, tenía una enorme colección de esas imágenes de tiempo sepia, cuyo candoroso atrevimiento mereció la frase del pudor y la liviandad.
México fue durante algún tiempo la exaltación del encubrimiento. Las mujeres con la blusa corrida hasta la oreja y la falda bajada hasta el huesito, el calcañal, suponemos, parte del pie con la cual –por cierto— la virgen (cubierta por un manto siempre) pisó la cabeza de la pérfida serpiente impulsora de los pecados y las desdichas de la humanidad.
Hay quienes quieren hablar siempre a calzón quitado, es decir, simbólicamente, con plena exhibición de las partes pudendas, íntimas o privadas, lo cual a veces es bastante relativo, pues hay quienes hacen de esa parte de su anatomía algo público, bastante público.
Pero la idea es no cubrir ni encubrir las cosas, asunto muy extraño en un país donde la construcción de una personalidad política se da en la discreción y la sombra, sin exponer demasiados indicios, como si el mejor recurso fuera la “burka” electoral. Como velo de novia.
–¿Ha desaparecido el “tapadismo” con todo este auge de la llamada “democracia”? En alguna proporción, pero quedan de él suficientes recuerdos como para no darlo por sepultado, lo cual sería el exceso de la tapadera, pues quien recibe sepultura se queda tapado por un montón de tierra.
El problema del nudismo, al menos para quienes lo vemos como algo banal y poco interesante, no es de orden ético sino estético. Si bien hay cuerpos bellos, tanto masculinos (El David, de Miguel Ángel, por ejemplo) como femeninos (no hace falta poner ejemplos, nada más recuerde a Modigliani), la generalización del pellejo al aire (las tetas al fresco, decía Alejo Carpentier) nos expone a la contemplación de algunos bodrios poco agradables a la vista.
En fin, a veces no es conveniente ni siquiera la verdad desnuda.
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