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Pero algo queda claro: a partir del gobierno de Salinas, en el cual tuvo su formación inicial Marcelo Ebrard, el Estado dejó de ser el único constructor y administrador de obras públicas. Si uno quisiera dividir el tiempo en etapas de acuerdo con los modelos económicos de México podríamos decir, la Revolución desembocó en el desarrollo estabilizador y fue sepultada por el neo liberalismo privatizador.

De lo primero podríamos responsabilizar a Miguel Alemán con su política de sustitución de importaciones e industrialización imitativa; de lo segundo a Carlos Salinas de Gortari con el desmantelamiento del Estado; especialmente en cuanto a su capacidad como generador de riqueza a través de la industria, los bienes y los servicios.

Obviamente tales procesos no pueden ser explicados en dos párrafos de una columna en un diario. Ni siquiera en un curso completo de economía. Pero algo queda claro: a partir del gobierno de Salinas, en el cual tuvo su formación inicial Marcelo Ebrard, el Estado dejó de ser el único constructor y administrador de obras públicas hayan sido estas carreteras, puentes, vías férreas, puertos, sistemas de agua potable, recolección de basura, vigilancia y todo cuanto ya sabemos incluyendo servicios telefónicos, de comunicación, bancos y muchas cosas más.

El Estado se convirtió entonces en el árbitro de los negocios privados. El otorgamiento de licitaciones, casi siempre bajo bases amañadas y provechosas para los capitalistas previamente elegidos, vino a ser el mejor negocio posible para la clase política, en ocasiones parte del grupo industrial o de servicios beneficiado con la dicha autorización para suministrar bienes nacionales. Si después quebraban como ocurrió con carreteras y bancos, ya vendría de nuevo el Estado a su rescate, con lo cual muchos pagaban la inexperiencia o la corrupción de pocos favorecidos.

A ese sistema de privatización, no exento en ocasiones de alta corrupción, Carlos Salinas lo llamó, modernización nacional.

Y esa fórmula ha llegado a México para quedarse, no importa quién administre el país o bajó cuál de los supuestos ideológicos de las banderas conocidas se mueva el gobierno. Todos buscan la ruta de los negocios.

Y es bajo esa óptica como Marcelo Ebrard, fiel a sus orígenes y con habilidades crematísticas tan notables como el resto de sus talentos, encabeza un gobierno de aparente izquierda en el cual florecen las inversiones privadas como brotan los hongos en cuanto empieza la lluvia.

Así lo explica Ebrard en el anuncio del más reciente negocio capitalino, la carretera del poniente.

“…se trata de una obra dirigida a reducir los tiempos de traslado que la gente está teniendo que invertir. Lo que usted va a hacer es conectar la entrada a Cuernavaca hasta la salida hacia Querétaro y en el poniente, la salida hacia Toluca.

“Eso además nos va a ayudar para que las delegaciones Álvaro Obregón y Magdalena Contreras, Tlalpan, Cuajimalpa, una parte de Miguel Hidalgo y Xochimilco —todas esas delegaciones— la gente no tenga que invertir todos los días en la mañana hora y media o dos horas, como hoy está ocurriendo, que además todo amenaza con agravarse.

“Ahora bien, ¿por qué se hace esta obra en ese formato?, porque esta obra si la quisiéramos hacer con recursos públicos, pues tendríamos que dejar de hacer el Metro o las líneas del Metrobús. No se podrían hacer las dos con recursos públicos.

“Estas obras que estoy hablando ahorita le llamamos como si fuera una autopista urbana, porque lo que va a hacer es conectar —ya lo expliqué— las diferentes autopistas. Y si la quisiéramos hacer con recursos públicos, pues no podríamos hacerla, salvo que dejáramos de invertir en transporte público.

“Ahora, ¿cuáles son las ventajas que le veo adicionales?: que vamos a meter mucho dinero y posibilidades al transporte público…”.

Dicho de otro modo, para no desatender el transporte público se buscan caminos concesionados de peaje para rutas donde no circulará dicho transporte. Como paradoja es notable.

Pero la obra sería imposible si no se tuviera el poder público. Y en ese sentido las anunciadas expropiaciones son necesarias por tratarse de obras de interés público, no importa quién las construya y las cobre cuando estén en funcionamiento.

—¿Y las protestas? —le preguntan

—Respecto a lo que me pregunta de estas vías, bueno, mire, siempre que hay un proceso de construcción en la ciudad, de lo que sea, va a haber diferentes tipos de protesta, nada más que con prudencia, con sensatez, así actuará el gobierno, pero yo tengo que ver por el interés general.

“A mí no me pusieron para quedar bien; me pusieron en el gobierno para tomar las decisiones y llevarlas a cabo para que nuestra ciudad salga adelante.

“Si yo no hago estas obras —porque también podríamos decir ‘pues no hay que hacerlas, ¿para qué nos metemos en problemas?’—, si no hago esas obras, se va a colapsar todo el poniente de la ciudad. Estamos como a dos milímetros de que eso ocurra”.

La distancia de dos milímetros para el colapso se debe haber reducido notablemente con el poco tiempo trascurrido desde febrero del 2008 cuando el jefe de gobierno anunció, pleno de confianza, la construcción de un túnel en el poniente para evitar el colapso inminente:

“Estamos trabajando en ese proyecto del túnel (entre Santa Fe y el Auditorio) porque no habría otra alternativa para resolver el problema. Simplemente no lo hay”.

Pues si no la había, ya la hay. “Business are business”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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