En los días recientes se ha debatido si las acciones de incendio y crimen ocurridas en Jalisco, Guanajuato, Chihuahua u Baja California de manera caso encadenada, en episodios asociados con los de años anteriores y tiempos comprometidamente superables, gracias a la imaginaria labor pacificadora del actual gobierno, se pueden considerar terrorismo.

Quizá lo sean o no lo sean. Eso es asunto secundario para las víctimas. El gobierno jamás aceptará esa clasificación porque le abriría la puerta a una definición similar por parte de los Estados Unidos, en cuya extra territorial potencia se declara digna de acción directa suya, cualquier actividad delincuencial catalogada por ellos mismos como terrorismo.

Es decir, si los cárteles mexicanos llegan a ser considerados por nuestro gobierno como organizaciones con métodos o fines (o ambos), terroristas, entonces los americanos hallarían argumentos para intervenir. Y nuestra soberanía no se los podría permitir: no somos una colonia, como quedará claro absolutamente el próximo 16 de septiembre cuando asombremos al mundo con nuestra incalculable potencia militar y la proclama de nuestro credo soberano.


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Así de independientes deberíamos ser cuando la “caja negra” del helicóptero abatido durante la captura de Caro Quintero emigra a Estados Unidos para ser analizada allá e interpretada en los crípticos datos cuya complejidad sobrepasa las capacidades de los mexicanos, importadores de todo lo relacionado con la aeronáutica, desde aviones hasta lentes de sol para los pilotos. Pero como nos gusta la soberanía con chipotle.

En fin. Terroristas o no, los delincuentes frente a cuyas diversas actividades el Estado no puede, siembran miedo. Y el miedo es un acompañante perpetuo de la vida mexicana. La Revolución de 1910 fue, entre otras cosas, un pavoroso laboratorio de miedo. Temor a todos, a los rebeldes; a los constitucionalistas. Miedo a todos, al saqueo, al pillaje, a las violaciones de mujeres. Miedo por todos partes.

La revolución, dice una espléndida frase literaria, fue una isla rodeada de miedo por todas partes.

Reproduzco estos dos fragmentos de la literatura revolucionaria:

“…de pronto miré mucha gente con sombreros grandes y pies descalzos, con armas unos y otros montados a caballo, vestidos de charros.

“Me dio tanto miedo que ya no entré a la tienda por los cigarros y asustada corrí de nuevo a mi casa y le dije a mi hermano Pancho que no le había comprado sus cigarros porque afuera de la tienda mucha gente no dejaba entrar, y como había caballos qué tal si uno me fuera a patear. Inmediatamente todos salimos a la esquina y fue como supe que eran los zapatistas, que llevaban dos estandartes, uno con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe […] y otro con el rostro del Caudillo del Sur, don Emiliano Zapata…”

-¡…Bandidos! ¡Ladrones! -gritaba abrazando a Remedios como tigre que defiende sus cachorros-, ¿quieren quemar?

“Pues quemen, que yo haré lo mismo en el Roblar, y en otras muchas partes. ¡Canasto! Ya verán quién soy yo. Que me cuelguen si pueden: pero que no me toquen a ésta, porque entonces acabo yo con la raza de todos ellos.

“La miraba y remiraba como si aún no se persuadiera de que estaba en salvo, y luego acariciándole con mimo las mejillas añadía:

-¿Te duele el hombro? ¡Pobrecita! ¡Tú herida cuando eres una paloma que a nadie hace daño!… ¡Canasto! ¡Que yo los coja! ¿Te duele el hombro mi vida?… ¡Bandidos, cobardes!… Luego que cenes te acostarás a dormir; te daré mi catre que está muy fresco…

“Y aquella fiera era una madre, ya que no puedo decir más…”

Alguien dirá, bueno, pero eso era el desconcierto y el desgobierno del convulso tiempo revolucionario, pero ahora… pues ahora es igual, porque vivimos una nueva revolución, más trascendente, duradera y justa: hoy vivimos la revolución de las conciencias.

Y no tan profundo y humanista cambio en el ser nacional, no iba a ser gratuito, ¿verdad?


Rafael Cardona | El Cristalazo

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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