En la queja-alegato del secretario de la Defensa Nacional, general Salvador Cienfuegos, cuya energía preocupó por su vehemencia al mundo civil y generó una simulada urgencia legislativa por sacar adelante una Ley de Seguridad Interna (o como se le quiera llamar a fin de cuentas); hay un riesgo muy notable, el cual —al parecer— no ha sido advertido por ninguno de los “especialistas” en el tema.
Dicen los cínicos; no pidas algo, se te puede conceder.
Y si esa frase tuviera algo de certeza, el Ejército y en general las Fuerzas Armadas corren un riesgo: quedar encuadradas en un marco jurídico definitivo, por el cual se haga permanente su presencia en las calles, la cual se deriva de una circunstancia extraordinaria y temporal. Al menos siempre se dijo: será temporal mientras se arregla el desbarajuste de las policías estatales, municipales y federales.
Eso fue hace diez años y no ha sido posible advertir el arreglo de las policías (de ninguna de ellas, en verdad) y la sustitución aplicada con la temporalidad de la urgencia se da con la fuerza de los hechos como algo perdurable.
Y si se halla un marco jurídico para permitir las cosas, como actualmente están, es decir, las Fuerzas Armadas encargadas de la vigilancia callejera, se habrá oficializado la desnaturalización de las Fuerzas Armadas.
No estudiamos para policías, dijo el señor general Cienfuegos. Y dijo la verdad; pero si una legislación les clarifica la vigilancia en las calles, les dota de capacidad para realizar arrestos; para investigar delitos, como un Ministerio Público o vaya usted a saber cuáles modalidades legales, entonces se les habrá convertido, por ese solo hecho, en fuerzas policiales.
Se le habrá extendido un certificado de jure a una actuación militar cuya distorsión hoy se da de facto. Se va a oficializar su actividad en tareas distintas a su naturaleza y función.
Obviamente habrá un aspecto positivo: las reglas quedarán claras y no se expondrá al Ejército a dobles juicios, pero también se podrá entender el asunto como la perpetuación de una labor ajena.
No por legal dejará de ser ajena. No por estar encuadrada en el marco jurídico se le conferirá condición de asunto castrense. Los militares se “desmilitarizarán”, con todo cuanto ello signifique.
Al menos los primeros pasos ya se dieron en el orden jurídico: el Fuero Militar ha sido demolido en los hechos.
Pronto los vehículos militares tendrán placas de circulación y tarjetas expedidas por Héctor Serrano y si las cosas siguen por ese camino, los incorporarán a las tareas de bacheo y auxilio vial. Habrá tanques con holograma doble cero para repeler agresiones extranjeras (si las hubiera) sólo cuando les toque circular y no haya contingencia ambiental.
Las previsiones constitucionales de los artículos 89 y 129, deberán ser modificadas. Especialmente la patraña esa por la cual el Presidente puede disponer de la Guardia Nacional, si no hay en este país ninguna “Guardia Nacional”. Así estamos con los “marcos jurídicos”.
El marco les daría a los militares una certeza de actuación en un ámbito cuya circunstancia fundamental les es ajena. No es su actividad “natural”.
Las ventajas resultarían a la larga pocas.
¿Entonces se debe dejar todo como está? No, porque no está bien.
Lo mejor para este país sería lograr el sueño del pasado remoto: los curas en la iglesia, los soldados en el cuartel, los niños en la escuela; los maestros en el aula, los obreros en la fábrica, los campesinos en el surco, los enfermos en el hospital y los muertos en el cementerio.
Claro, algún retrógrada diría: los hombres en la cantina y las mujeres en la cocina. Pero eso es un mal chiste, además de un pésimo gracejo demasiado viejo.
PERVERSIÓN
Por todo lo anterior resulta una perversidad la interpretación de los “políticamente correctos” en torno de un intento de “constitucionalizar” la militarización del país.
Más bien se trata de borrar a las Fuerzas Armadas como tales del mapa de la (extinta) soberanía nacional.
Ofrecerle un marco al Ejército de ninguna manera significa ampliar su poder. De hecho ya lo ha ido perdiendo. En todo caso este tipo de ordenamientos lejos de “ordenar” (en el sentido de acomodar cada cosa en su sitio), limitan.
Pero sin recato hay quien habla de “golpes silenciosos”, “autogolpes” y demás memeces. Y lo peor, hay quienes los (las) escuchan y elogian.