Todos sabíamos de su llegada.
Cada año nos viene a saludar con su cálido abrazo, pero ahora no lo esperábamos tan temprano. Suele llegar con esta tórrida oleada por ahí de julio o agosto cuando los perros del cielo lo abrazan con su canicular ladrido cósmico.
Pero ahora el calor llegó en abril.
Y vaya si ha venido con un entusiasmo como del desierto o la playa marinera. Su lengua abrasadora extiende sudores por todos los cuerpos y quien desee ahora conocer los grados del infierno pues bien haría con recorrer despacio al mediodía los vagones detenidos sin motivo aparente en la abigarrada estación Pino Suárez o más allá en las tétricas mazmorras de Pantitlán o Tacuba.
El calor, dicen, dilata los cuerpos.
El calor es energía y no hace falta la geotermia ni los estremecimientos telúricos de los volcanes llamas adentro, para sentir ese sopor inagotable frente al cual resultan inútiles los barquillos de colores, los sorbetes o las paletas heladas cuyo frío volumen se consume de un mordisco tiburonero.
Importante es el calor para reconocer las virtudes refrescantes de la cerveza, esa bebida antigua como el hombre a la cual los presumidos alemanes llamaron en tiempos idos el licor de Gambrinus en memoria de aquel legendario rey por cuya inventiva se inició el comercio cervecero en gran escala. Vaya usted a saber, pues hasta los faraones del Alto Egipto ya consumían litros y litros de cebada con fermento mientras miraban callados con el perfil hacia el Nilo, la constricción de sus monumentales pirámides.
Pero el calor nos harta y calienta los autos viejos.
El calor nos malhumora y nos hace peor el sendero y más difícil el camino. Tanto puede ser el malestar por la temperatura excesiva como para devenir cual personaje de Camus en asesino por calor.
Matar a alguien sólo por sentir los ardientes sofocones sería cosa impropia de señoras con bochorno crónico, pero también sería condenable en el caso de cualquiera cuya propia temperatura se alzara hasta el ciego delirio sólo por ver con lascivia, como hace ese joven en el asiento de junto, la figura de una joven vestida con negra blusa transparente y sugerente.
El calor, dicen, es enemigo del desarrollo.
Los países cálidos (entre los paralelos del Cáncer y el Capricornio) son propensos a la molicie y si en las naciones del frío estimulante o paralizante, según el caso, se inventaron los ferrocarriles, la calefacción, los aeroplanos y el teléfono celular (entre otras cosas como el foco y la Internet), es digno mérito del trópico la aportación de la hamaca y el Mojito; las tardes del interminable dominó, la siesta de las dos y la hermosa guayabera por donde circula fresca la brisa del malecón.
Ni modo, pues, tenemos calor y en el tórrido festín no lucimos delfines policromados con saltos jabonosos, ni tampoco sombreros de jipijapa. Esos matasoles , apenas quienes fueron a la cumbre americana a Panamá.
Y el calor se quita con líquidos, ya sea en playas, albercas o jacuzzis, regaderas o tinas heladas, pero cuando viene el solano pavoroso, comienza a escasear el agua y entonces no hay quien nos salve, sobre todo en esta ciudad, crónicamente sedienta después de haber vivido en el centro de una bella laguna desaparecida, como el soplo de un ventilador a las cuatro de la tarde.
La verdad me gusta mucho como comenta este Sr. Es un gran periodista y siempre que puedo lo oigo con Pepe Cardenas. Tiene una critica muy atinada de los problemas del país y de como este va de mal en peor, principalmente debido, como dijo el hace poco, a ese grupito de pandillas que tenemos en el gobierno, que escudados por institutos tan nefastos como el IFE, rigen los destinos del país, a costa de nuestros impuestos, que a diestra y a siniestra, el mismo IFE se encarga de obsequiar a los partidos para que hagan sus campañitas electorales. (que por cierto ya desde orita que están empezando, ya me tienen harto).
La única solución que le veo a este país, es que desaparezca este estúpido financiamiento a los partidos, y que cada político, si quiere azul celeste, pues que se rasque con sus uñas.