Tras el relevo de Luis Videgaray en la secretaría de Hacienda, la mayor parte de los comentarios se han inclinado a favorecer los elogios la múltiple capacidad profesional del Doctor José Antonio Meade (lo es por la Universidad de Yale), cuya capacidad lo lleva del manejo de la Energía a los campos de la diplomacia; el Desarrollo Social y los comedores comunitarios; la distribución de alimentos baratos (hasta en aviones militares) o la cobranza impía de los impuestos.
Torero de los tres tercios, diríamos para usar una imagen seguramente de su agrado, pues entre otras cosas el actual secretario de Hacienda (en contra de la corriente políticamente correcta del “humanismo animalista”), gusta de las corridas de toros y hasta donde conozco su caso, le enciende cirios a un santo de su devoción: San José Tomás.
El relevo en Hacienda no sólo desequilibra el heterodoxo funcionamiento de un gabinete bifronte (Osorio-Videgaray) en el cual las tensiones lejos de fortalecer debilitaban y de lo cual se tuvieron evidencias desde la campaña cuando el actual presidente duplicó o repartió la conducción política en los dos hombres fuertes (uno ya no) de su confianza.
En ese sentido valga una apostilla: la remoción de Videgaray de Hacienda no lo inhabilita para los demás trabajos fuera de la luz pública. Ha sido y seguirá siendo un hombre con ascendiente en el presidente Enrique Peña. Los sacrificios del Estado no implican la derrota de los afectos. Luis Videgaray ni traicionó ni engañó a Peña. En todo caso se equivocó gravemente y lo hizo tropezar con la peor piedra del sexenio.
Por cierto, la campaña para aislar al presidente en la fiesta del grito, es una prueba del aprovechamiento abusivo de esa circunstancia.
En fin, de vuelta al caso del insólito Doctor. El adjetivo le cae en el anular porque si bien es cierto el raro caso de alguien con cinco carteras secretariales en su palmarés, también lo es lo inacabado de sus afanes en todas ellas. O ha sido relevado o ha llegado de relevo.
Meade es un caso extraño. Sin ser un político militante (o quizá por eso) ha servido en los cargos de más alta confianza de dos presidentes de distinto estilo y diferente partido y en ambos casos ha mantenido un estilo propio. Sencillo, sin falsos empaques, desinhibido, claro en el lenguaje, sin pudores e vocabulario, pero siempre correcto y afable, Meade se mueve como impulsado por su propio viento.
Como decían de Silverio Pérez, “torea a su aire”.
Su multifuncionalidad ha quedado de mostrada pero, paradójicamente, no han sido probada. No terminar la faena –de cuando se abre la capa hasta cuando se “toca pelo” con las cintas del estoque–, lo deja para muchos en la sombra de la duda.
No se le puede censurar con el fácil remoquete descalificador de “todólogo” porque no lo es ni lo pretende. Es, en todo caso un hombre con dotes de organización y administración. Y así se haya dedicado a la economía (una cuestión técnica, de tecnócratas), tiene también sensibilidad política y trato social. Hasta hoy nadie habla mal de él. Al menos en público.
Pero mientras más poder reúna, peores serán las historias o leyendas negras con las cuales lo quieran coronar.
BELLAS ARTES
Saúl Juárez fue director del Instituto Nacional de Bellas Artes, esa cueva de intrigas implacables en las hogueras vanidosas de los cultos y “cultillos” y sobrevivió a la batalla por los subsidios, los telones y las tablas. Pero en su siguiente encargo, la Biblioteca Vasconcelos, lo echaron por permitir una sesión fotográfica para una agencia de publicidad. Lo totalmente Palacio derrotó a lo Totalmente Biblioteca.
–¿Cómo prestar un edificio cultural área fines comerciales? gritaron quienes sufrieron con escándalo las nalgas al aire de Justin Biever en Tulum o las fotos de Thalía envuelta en una bandera.
Pero el caso es simple. Ahora le prestan Bellas Artes a una disquera para grabar a Mijares (más allá de su poca o mucha calidad) y no importa si la misma Cristina García Zepeda, actual directora del INBA, después del Auditorio Nacional) se opone. No se sabe si ante el secretario Aurelio Nuño o frente a quién, pero su oposición se la han pasado por el forro (como su autoridad) y el gran concierto se hizo.
Como dijo Lucero: ¿Y?