Como en muchos de los casos recientes el poco definible “derecho a la información” propalado por “Wikileaks” para desequilibrar si no la seguridad de naciones poderosas sí la infalibilidad de los sistemas de protección de documentos gubernamentales, ha sido la materia básica del conflicto.
Dicho de otro modo, este es un asunto de espías, no de demócratas en pos de la justicia informativa.
Julián Assange, cuya capacidad para sustraer ilegalmente papeles oficiales y deslizarlos gracias la complicidad de quien sabe cuántos infiltrados en la inteligencia redentora, deja chicos a todos los espías de la historia y lo ha convertido en emblema y símbolo de cómo se puede vulnerar la maldad intrínseca de los imperios al servicio, claro, de las mejores causas mundiales y el alivio de las buenas conciencias del mundo libre. Puros pretextos.
La historia de Assange, tan imprecisa como legendaria en estos días, contiene en sí misma todos los elementos para una producción cinematográfica de gigantesca fantasía.
Su nacimiento en Australia (aparentemente en Queensland) y por tanto su pertenencia a la Commonwealth; la compañía teatral de sus padres, su pasado sin equilibrio cuya mejor expresión es haber acudido a 37 escuelas y 6 universidades a lo largo su evidentemente corta vida lo convierten en un personaje con el suficiente halo misterioso para resultar tan atractivo como James Bond o Mata Hari, si se permite la extrapolación.
Como todos sabemos Wikileaks fue fundado en el 2006 y registrado como tal en 2009. Su consejo, por llamarlo de alguna manera, está formado por nueve personas de las cuales JA es vocero y rostro visible. Tanto como ahora cuyo mayor desplazamiento físico consiste en mirar por una ventana de la embajada del Ecuador en Londres, donde permanece encerrado con la amenaza de sufrir prendimiento en caso de poner un pié en la calle.
Hasta el día de hoy la historia personal, envuelta en misterios como el, origen de los fondos para operar Wikileaks y mover a Julián por todo el mundo, se ha sobrepuesto a la raíz real del “movimiento cibernético de exhibición de abusos”, como alguien podría describir esos intentos de divulgación de documentos supuestamente bajo infalible resguardo y segura encriptación.
El encierro de Assange en la embajada ecuatoriana en Londres, mientras lo reclaman los Estados Unidos y Suecia, uno por haber violado la seguridad del imperio y la otra por haber violado en Estocolmo a una joven menor de edad (o a dos, ya ni se sabe), no deja de ser una contradicción, una más entre las muchas de su azarosa vida.
En el año 2009, la bien educada prensa británica unificada, le otorgó el premio de “Amnistía Internacional”, por la revelación de innúmeros asesinatos extrajudiciales en Kenya, contenidos en un libro de poético título: “El llanto de la sangre”. Hoy esos medios no pueden volcar a la opinión pública en su favor de su salvoconducto. Ni podrán.
En este sentido Assange ha dicho algo muy impresionante. Según él Wikileaks ha divulgado una cantidad de documentos clasificados (es decir, secretos) de importancia humanitaria y social, superior a todos los diarios del mundo juntos, lo cual no deja de ser una notable exageración, pero si resulta útil para preguntarse con él, cómo un equipo de cinco personas, expertos todos en allanamientos cibernéticos, ha logrado romper todas las barreras en cuya seguridad los medios convencionales también trabajan.
Obviamente Daniel Ellsberg y todos los grandes transgresores de la seguridad lo miran como un Papa.
Sus riesgos personales han ido en aumento. Si en 1991 fue aprehendido en Melbourne por incursiones ilegales a varios sistemas de cómputo (una universidad australiana; la compañía de telecomunicaciones, y otras más) y puesto en libertad tras una multa notable y una promesa de buena conducta, todo eso ocurrió tras admitir su culpabilidad en 24 cargos de delitos informáticos.
Suecia le ha negado un status de residencia y mucho más de asilo político. La Gran Bretaña lo persigue sañuda y si el fisco de cualquiera de los países donde se ha movido lo quisiera ver tras las rejas les resultaría absolutamente sencillo. Assange tendría problemas para justificar los cientos de miles de dólares anuales para la operación internacional de su sitio revelador.
Hoy, a pesar de las acusaciones por delitos sexuales (la moda canalla de nuestros días, hacer a un lado a los enemigos con pretexto de sus lances eróticos, como a Tyson o a Strauss Kahn, por citar dos extremos), JA es un símbolo de la rebeldía, de la transgresión en el nombre de la verdad y la justicia.
Para otros no es sino un aventajado operador del espionaje en favor de cualquier menos de la víctima. Un hombre cuya capacidad de elusión ha resultado sorprendente y no habría sido posible sin la protección de poderes superiores.
Pero sea quien sea la Pérfida Albión debería respetar además de sus derechos, los del gobierno ecuatoriano y otorgarle el salvoconducto para dejarlo partir.
Como Darwin, se podría ir a las Galápagos a meditar sobre una frase del naturalista:
“La lucha por la vida es más intensa entre individuos de la misma especie.”