En el lejano año de 1959 el presidente Adolfo López Mateos dijo:

“…En un país de tantos desheredados, la gratuidad de la enseñanza primaria supone el otorgamiento de libros de texto, por lo que hemos resuelto que el gobierno les done a los niños de México…”

Como se ve claramente la necesidad del libro único, gratuito y obligatorio no tenía finalidades doctrinarias ni mucho menos de imposición dogmática. Apostaba –lejos del dictado cardenista sobre la educación socialista–, por une enseñanza liberal, universal y pareja.

Dice Elizer Ixba Alejos (Departamento de Investigaciones Educativas (DIE) del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados), “el 12 de febrero de 1959, el presidente Adolfo López Mateos creó, por decreto, la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg) para encargarse de «fijar, con apego a la metodología y a los programas respectivos, las características de los libros de texto destinados a la educación primaria» (Diario Oficial, 1959). 

“Esta iniciativa tenía como fundamento el mandato constitucional de proporcionar a los mexicanos una educación obligatoria y gratuita. La gratuidad sólo sería plena cuando los alumnos de las escuelas primarias recibieran, sin costo, los libros indispensables para sus estudios y tareas (Diario Oficial, 1959).

“Entregar una obra escolar gratuita a los alumnos de primaria no constituía ninguna novedad en México. Desde el porfiriato y en los gobiernos de Álvaro Obregón, Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho se realizaron esfuerzos para proveer de materiales de lectura y cartillas de alfabetización a las escuelas del país (Martínez, 2002: parte I). La originalidad, y punto de discordia de la iniciativa, se localiza en la tríada gratuito-único-obligatorio que caracteriza hasta hoy al LTG y en las funciones y facultades que el Estado adquiría (Quintanilla e Ixba, 2011).

“Por primera vez en la historia de México no habría distingos entre niños de escuelas primarias públicas y privadas, rurales y urbanas; cuando menos no en el material educativo que el Estado se propondría entregar. Por el carácter gratuito, único y obligatorio del libro de texto, todos los alumnos, por grados y asignaturas, recibirían los mismos impresos. 

“Sus profesores, además, debían utilizarlos en clases y no solicitar textos comerciales excluidos del catálogo oficial de la Secretaría de Educación Pública (SEP), so pena de incurrir en desacato. 

“De este modo, el Estado mexicano, señalaban sus críticos, no sólo unificaba contenidos, sino que se atribuía funciones de autor, editor, impresor y distribuidor e ingresaba a un mercado como un contrincante formidable, capaz de producir tirajes impresionantes, difíciles de igualar por otras editoriales, y de llevar los libros a los rincones de un territorio vasto y, en muchos casos, de difícil acceso. 

“Una proeza que hasta ese momento, y quizá hoy, ninguna empresa había logrado…”

Y sigue logrando, ahora con el avance hasta los textos de educación secundaria.

Pero si bien el origen de los libros fue la gratuidad en un país de miserables (las cosas no han cambiado),  obviamente los sucesivos gobiernos impusieron la historia oficial, entre otras cosas. También impusieron el idioma oficial aunque en tiempos recientes se hayan hecho ediciones paralelas en lenguas indígenas.

También se hicieron libros para ciegos. Hoy se editan cerca de 200 millones de ejemplares. En 1959 se tiraron seis millones en la naciente Comision Nacional presidida por Martín Luis Guzmán cuya calidad cutural –junto a la Jaime Torres Bodet, el sectetario de Educación de entonces–,  palidece junto a la de Marx Arriaga o Pedro Zalmerón, por cierto. 

La historia oficial de México es, como todos sabemos un amasijo de patrañas, mentiras, falsas verdaderas y abrazos en Acatempan sin lo uno y sin lo otro. Los villanos viajan en primera y los héroes reales a veces en segunda. Es una historia manida y sobada, de frases hechas y huecas, como esos lemas del mármol donde la patria es primero, los valientes no asesinan y las armas nacionales se cubren de gloria.

Historia de cartón, es cierto.

Pero ahora esa cartonería va a ser sustituida por otra tan oficial como la anterior. Tan llena de mentiras y mitos como todo ese desechable conjunto de leyendas y consejas.

Por eso el gobierno actual quiere cambiar apresuradamente el contenido de los libros, para imponer desde el parvulario una doctrina confusa y contrahecha, una mezcla de romanticismo indigenista (y por lo tanto falso), una engañosa concepción de la cultura de los pueblos originarios y una vocación catequista de iglesia presbiteriana o evangélica.

Todo esto es tan aberrante como subir un mamut al aeroplano.

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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