Las escenas con haitianos en la Colonia Juárez se suceden una a otra. Su presencia ya era común debido a que las oficinas de migración están allí, pero su nuevo hábito de acampar en una placita pública desvanece la invisibilidad del problema migrante que ya está en CDMX
La ola migrante sigue dirigiéndose hacia la Ciudad de México, constituida principalmente de haitianos. El peregrinar de los antillanos por el Continente Americano tiene un punto de descanso en la Pequeña Haití, el campamento instalado en la Plaza Giordano bruno, Colonia Juárez. Este viernes han encontrado a un hombre paseando a su perro en el lugar que, hasta donde dio su cartera, les disparó los tacos de birria. Como en el caso de las fichas para atención en la Comisión Nacional de Ayuda a Refugiados (COMAR), la prioridad para los tacos la llevaron las mamás con hijos pequeños.
El hombre del perrito apareció hacia las 10:30 de la mañana, cuando la Giordano Bruno tenía poca presencia haitiana si se lo compara con lo que sucede después de las 16 horas, cuando cierran las oficinas de la Comisión y, por supuesto, con lo que sucederá este fin de semana, sin actividades de esa misma oficina, que dejará varados en la Ciudad de México a quienes tienen ficha para ser atendidos la próxima semana, a quienes intentan que les den ficha y a quienes llegarán por primera vez desde el sur del país a la ciudad.
Los tacos gratuitos, aproximadamente una centena, han desaparecido rápidamente y eso que en la plaza no hay un diez por ciento de los haitianos que se agolpan en la Calle Versalles, a dos cuadras, frente a la oficina de la COMAR.
“Hay que ser empáticos, ninguno de ellos está aquí porque quiera”, resume el hombre del perrito sobre su buena obra, no habla francés, pero ha escuchado los periplos que representa cada familia haitiana llegada hasta la Colonia Juárez, “el mundo está hecho una mierda, si no somos capaces de ser empáticos, ¿qué pasará entonces?”.
El hombre del perrito asegura que él y otros vecinos empiezan a entender más el problema haitiano. Y lo diferencian de la invasión de la calle en la cercana esquina de Milan y Roma, esa realizada por invasores de predios lidereados por grupúsculos clientelares. “Claro que esto diferente”, concluye antes de retirarse de la Giordano Bruno.
Haití se ha tornado invivible en una década que inicio con el peor terremoto de su historia y terminó con violencia política desbocada. Desde 2010, el año del sismo, los haitianos salen de su país rumbo a Chile y Brasil, Colombia y algún país más. Pero el trabajo en Sudamérica empieza a escasear y ahora quieren llegar a los Estados Unidos. Es raro que alguno vea a México como una opción para buscar trabajo y asentarse.
“Custodiando” a los haitianos hay dos chicas muy jóvenes del Instituto Nacional de Migración. Es su primera misión de verdad, deben estar allí, junto con sus compañeros, 24 horas al día. Es evidente que los haitianos no quieren abandonar la plaza Giordano Bruno en la que incluso hay techo por si llueve. Pagar hotel les minaría su capacidad para seguir el camino al norte; no quieren alejarse de la COMAR porque de no recurrir a la petición humanitaria, deberían pagar mil 410 pesos por recepción de documentos e inicio de estudio de la petición y 4 mil 413 por un año como residente temporal.
La COMAR les hace el trámite gratis porque son parte de un grupo en situación de vulnerabilidad que hace imposible deportarlos sin poner en riesgo sus derechos. Eso es algo que saben bien los haitianos que llegan a la capital: hace diez años sus familiares salieron de su país y simplemente nunca hubo condiciones para que regresaran. Los hombres y mujeres jóvenes que han recorrido el continente desde el extremo sur, tampoco tienen esa opción. En eso tiene razón el hombre del perrito, no están aquí porque quieran estar aquí.