Parece un hada. Es muy esbelta y de apariencia frágil, tanto como para sorprender a cualquiera cuyos ojos hayan leído los cientos de páginas en las cuales Irene Vallejo, así de menudita levantó la enorme catedral de “El infinito en un junco”, en horas de trabajo robadas a otros quehaceres, con la atlética condición de un remero, un galeote literario (porque no había galeotas), y con el remo y la tinta y el empuje y la fe, en tarea de cíclope sin anteojo, la emprendió en labor titánica de letras y letras en miles y miles de ellas tejidas con la paciencia de Penélope sin deshilar las palabras de la jornada.

Irene Vallejo debe tener una bella sonrisa. Se le adivina, pero no se le ve. Lleva un cubrebocas estampado con pequeñas flores, signo inequívoco de los tiempos de la pandemia. Usa un vestido camisero de color pistache con una cinta muy delgada para definir su cintura cuya brevedad juncal, recuerda (dilo de una vez) la grácil delicadeza de un junco, de esos en cuya levedad caben el universo y el libro.

Su apariencia y su vestido verde nos llevarían a decir, un hada verde, pero eso sería, además de “baudeleriano”, injusto, pues no tiene su dulzura paciente los vapores delirantes de la absenta. Su esbeltez la hace ver más jovial. Casi tanto como su melena de tonos rojizos y sus ojos como avellanas. Es como si acabara de salir del salón de clases en la universidad.


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Hablamos en un salón cuyos ventanales en la colonia Condesa permiten la vista del palacete neogótico donde están los archivos Plutarco Elías Calles-Fernando Torreblanca.

–Mire, Irene, en ese edificio vivió Plutarco Elías Calles, el creador del partido político cuya gestión abarcó más de la mitad del siglo pasado en este país…

–Plutarco, dice sorprendida más por el nombre y menos por la obra política. Qué nombre, ¿no?

–Si, le digo, buscaremos alguna vida paralela…

Ella sonríe y yo evoco algo de su maravilloso libro:

“…Dice Plutarco que en realidad Cleopatra no era una gran belleza. La gente no se paraba en seco a mirarla por la calle. Pero a cambio rebosaba atractivo, inteligencia y labia.

“El timbre de su voz poseía tal dulzura que dejaba clavado un aguijón en todo aquel que la escuchara. Y su lengua, continúa el historiador, se acomodaba al idioma que quisiese como un instrumento musical de muchas cuerdas. Era capaz de hablar sin intérpretes con etíopes, hebreos, árabes, sirios, medos y partos. Astuta, bien informada, ganó varios asaltos en el combate por el poder dentro y fuera de su país…”

Pero si Cleopatra, con los atributos descritos por Plutarco extendió el poder político dentro y fuera de su país, Irene Vallejo ha llevado su dominio de palabras y ensoñaciones, por todos los territorios de la lengua española, primero y después a otras lenguas –del éuskaro al chino–, lo cual equivale a decir a otras tierras, hasta lograr una colección de treinta versiones a otros tantos lenguajes contemporáneos. Es una gran navegante de la lengua española. Y eso, ya es decir mucho.

Por lo pronto ya sobrepasa los 250 mil ejemplares en 26 ediciones. Y muchas aún por venir, pues hasta hace meses la espera del libro demoraba una o dos semanas.

Pero si de Irene Vallejo sorprende su aparente delicadeza física, no causa menos asombro su reflejo en la escritura. Toma el bolígrafo con una extraña apretura de falanges, como los niños cuando comienzan a jugar con lápices. Su mano izquierda bordea la página y con un pulso simétrico, ordenado y calmo, escribe con letras de extraña fuente y perfecto paralelismo:

“Para Rafael Cardona con infinito cariño este viaje del érase una vez de los libros, para usted que defiende el valor y la valía de las palabras, urdimbres de entendimiento.”

Gracias…

Rafael Cardona | El Cristalazo

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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