La verdad no es tan mala cosa esa de tapar el pozo tras el niño ahogado. Peor vendría siendo dejarlo abierto eternamente.

Tan extemporáneo taponamiento no previene el triste caso, pero –teóricamente–,  evita sucesos similares días más tarde. Es –más allá de la imprevisión cuya prudencia pudo haber evitado el primer muerto– una apuesta por un  futuro de seguridad plena.

Por eso los mercaderes de mañana  le deberán agradecer a la señora Regenta, Claudia Sheinbaum, su diligencia frente al porvenir, porque en el tercer incendio consecutivo el breve lapso de tres semanas en un mercado mayor de la ciudad de México (como en los dos primeros), ya dijo cómo se hace para reparar, cuando nada se logró para aplicar ese bulo llamado “protección civil”, concepto, ya se sabe, presente nada más cuando ya han sucedido los desastres, pero inútil si se trata de actuar con un  criterio preventivo.

No se puede esperar más de una institución –la Protección Civil–, cuyo mejor momento es el simulacro; o sea, jugar con las suposiciones. El 19 de septiembre del más reciente terremoto, en el 2017, la burocracia jugaba a la simulación con chalecos de colores, mientras la naturaleza nos recetó tremendo bailongo tectónico. Hubo decenas de muertos. Ninguno de ellos simulado.

Y es fecha todavía de promesas por una reconstrucción prometida.

Pero esa cuenta pendiente no se le puede cargar a esta administración. Apenas lleva un año. Y si no ha sido posible terminar con la reconstrucción es por la llamada curva de aprendizaje. Así se haya ido a aprender a la célebre Escuela Rébsamen de tan infausta memoria, allá por los rumbos tlalpeños.

Pero ahora los problemas no se deben a la Falla de San Andrés (hay andreces fallidos, no crea usted), sino a los incendios cuya magnitud ya rebasa las posibilidades de una casualidad.

Primero fue el Abelardo Rodríguez, donde el 23 de diciembre la quemazón acabó apenas con tres locales. Diligente el INBA se congratuló del buen  estado de los murales del viejo edificio, pinturas –por otra parte–, siempre contaminadas con humedad, grafitos, rayones  y semillas de jitomate.

Después el fuego se presentó en el mercado de San Cosme, en cuya vieja estructura del siglo parado se quemaron hasta los romeros y las papitas para el bacalao.

Atingente, diligente y eficiente, el gobierno halló la fórmula munífica para compensar a los locatarios afectados: un apoyo por 2 mil 568 pesotes mensuales. No importa si a los “ninis” les regalan más.

Y ahora, la navidad les trae a los mercedarios de la Nave Mayor, el regalo de otra quemazón. No fue como aquella famosa del mercado Ampudia y sus bodegas pirotécnicas al comienzo de la regencia de Manuel Camacho Solís en pleno salinismo neoliberal, no, ahora fue por quien sabe cuáles razones, cuya naturaleza elucidan los técnicos del gobierno urbano.

Nos dice la doctora Sheinbaum, se van a revisar las instalaciones eléctricas de todos los mercados públicos, cosa muy prudente hoy, pero de seguro innecesaria antes de los incendios pues el paisaje de marañas y cables en todas las naves comerciales  y en todos los locales, es cosa sabida por todo aquel (o aquella) cuyos pasos lo hayan llevado a comprar en cualquiera de esos establecimientos populares.

Pero también se debe reconocer una buena dosis de generosidad profesional: si se evitaran los incendios, ¿cuál iba a ser la utilidad de los heroicos “tragahumo”, como se les decía en añejas crónicas policiales a los bomberos?

Si no hubiera necesidad de corregir, no tendrían trabajo los correctores. Si no lloviera no habría paraguas. Si la gente no se enfermara se morirían de hambre los doctores y así hasta el infinito.

Por lo pronto nos debemos felicitar: la señora Regenta  ya fue informada de otros incendios en el país: el mercado Comonfort en Guanajuato y el Emilio Sánchez Piedras en Tlaxcala.

Y como en todas partes se cuecen habas, aquí no importa si la cocción comienza con el fuego directo. Total, dos muertos más; dos muertos menos en este país… baba de loro.

Las inspecciones serán rigurosas y en los casos de fallecidos se investigará hasta las últimas consecuencias y etc, etc y bla, bla,

bla.

Pero como decían los latinos: omnia ignem purificat (el fuego lo purifica todo). La ciudad se nos va purificando, excepto por aire de mala calidad. Otra vez la contingencia. Y ahora con miles de autos de vacaciones.
 
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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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