El mundo contemporáneo no puede prescindir, ni siquiera sugerir una relativa distancia entre cualquier país y China. Quiero decir un país con aspiraciones de real inserción en el planeta y su futuro. No hablo de Belice ni de Nicaragua; Burundi o Costa de Marfil.

China es en la cronología de la historia el territorio más importante del mundo. Ya era un imperio pasmoso, lleno de sabios y científicos, cuando en Estados Unidos no había nada.

A diferencia de otras naciones cuya partida de nacimiento se conoce, china no tiene principio, por lo tanto, se diría en paráfrasis de sus resúmenes filosóficos, tampoco tendrá fin.

Dice Henry Kissinger en su notable estudio sobre “China”: “se diría que han vivido siempre en el mismo estadio de progreso en el que viven hoy, y existen suficientes datos de la antigüedad que lo confirman”.

Sin embargo la China hoy conocida, cuya línea ascendente nos lleva a la épica del maoísmo y su larga marcha y su gran salto adelante y todo aquello, tiene un enemigo itinerante: el monje infatigable llamado comúnmente, Dalai Lama cuya oposición al gobierno chino carece de verdaderos motivos espirituales y se asienta en la grosera realidad de una disputa territorial.

La religión, o la filosofía tibetana es –en este caso–, una herramienta de propaganda contra un enemigo político.

La raíz de todo este asunto se remonta a fines de los años cuarenta: cuando el Partido Comunista Chino se hizo del poder, algunas regiones estaban virtualmente separadas de los residuos del Imperio Chino derrotado por la revolución Roja. Uno de ellos era el Tíbet. Otros eran Taiwan, Mongolia y Xinjiang.
En cuanto terminó la guerra civil, Mao se propuso ocupar de nuevo las zonas secesionistas. Los monjes tibetanos, los lamas, se habían adueñado del territorio entero a través de una teocracia nada democrática, por cierto. La revolución los hizo a un lado y convirtieron el exilio de su líder en una bandera anti china cuya propaganda se extiende por todo el mundo con el auxilio de los Estados Unidos y otras fuerzas políticas cuyo interés es (o era) contener “el peligro amarillo”.

Pero sobre la fuga del Dalai de entonces hay algunos datos poco conocidos. Al menos para los no especializados en estos asuntos. Cito de nuevo a Kissinger:

En 1959 Krushov y Mao sostenían tensas relaciones. En un intento por debilitar la posición china en una negociación cuyo contenido ahora no viene al caso, el soviético sacó a colación el espinoso tema tibetano:

“…lo sucedido en el Tíbet es culpa tuya. Tú mandabas en el Tíbet, deberías haber tenido tus servicios secretos allí y haber conocido los planes y las intenciones del Dalai Lama (muy joven entonces). Cuando Mao replicó Krushov insistió sobre el tema apuntando que los chinos tenían que haber liquidado al Dalai Lama en lugar de haberlo dejado escapar (a la India).

Krushov: “…En cuanto a la huida del Dalai Lama del Tìbet, nosotros en tu lugar, no lo habríamos dejado escapar. Mejor en un ataúd. Ahora está en la India y tal vez se vaya a Estados Unidos. ¿Acaso esto beneficia a los países socialistas?”

Mao: “Imposible. No pudimos detenerlo. No pudo impedirse que se fuera, pues la frontera con la India es muy extensa y podía cruzarla por cualquier punto”.

Krushov: “No se trata de una detención. Lo que digo es que os equivocasteis al dejarlo marchar. Si le dais la oportunidad de dejarlo marchar hacia la India, ¿qué puede hacer Nehru? Estamos convencidos de que lo ocurrido no es culpa de Nehru, sino del Partido Comunista Chino”.

Obviamente el exilio del Dalai (en cualquiera de sus encarnaciones) ha sido un elemento de propaganda adversa a China cuyos efectos (incluidas las producciones hollywoodescas) no han limitado su insólita expansión industrial y comercial. No ha podido el océano de la serenidad impedirle a los dirigentes comunistas (mezclados con el capitalismo más veloz de la historia) convertirse en una potencia militar y atómica; frente a la cual nada pueden los mantras y las meditaciones.

En este sentido es como deben analizarse las declaraciones recientes del embajador chino en México, Zeng Gang, quien con toda objetividad define los efectos de la jubilosa recepción del ex presidente Felipe Calderón al Dalai Lama: dañó la relación con nosotros.

Por eso, ahora cuando estamos en vísperas de la visita del presidente chino, Xi Jiping a México, podemos decir en el nombre del pragmatismo celestial, si Su Santidad quiere alguna vez ver a Enrique Peña Nieto, en su condición de Presidente de México, recibirá una foto autografiada a vuelta de correo.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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