Los marxistas, en especial los seguidores de Lenin, quien fue el motor de la doctrina, repetían con singular frecuencia aquello de la violencia como partera de la historia, pero salvo casos de lesión deliberada, no se le atribuye a una partera la inteligencia del recién nacido.
En otros casos la comadrona de la historia es la estupidez. y por desgracia hay muchos casos de eso.
Podemos recordar aquel famoso episodio de Napoleón y el Duque de Enghien, quien tras el estallido revolucionario huyó y desde su refugio pugnó y combatió por la reinstauración de la monarquía derribada por el pueblo.
Napoleón fue tras él a pesar de haberlo ubicado en campo de neutralidad y lo prendió. En un juicio falsificado, se le cambiaron los supuestos delitos: de conspirador pasó a ser traidor a la patria. Eterno recurso.
Y sin necesidad alguna, Napoleón lo asesinó. O lo mandó fusilar. Lo mismo da.
Eso dio pie a una de las más famosas frases de la política: no fue un crimen; fue una estupidez, como le dijo Talleyrand al Emperador. Pero ya ni modo.
Eso ocurre con mucha frecuencia cuando se toman decisiones irracionales, sustentadas únicamente en la propaganda o la vanidad.
Ya se sabe, el lenguaje de la arenga no es un idioma racional. No expresa ideas, esgrime sentimientos; consecuencias emocionales en la clientela; argumentos falsos cuya sonoridad populista los hace sonar como reales, pero cuya cáscara no resiste un análisis ni siquiera superficial.
Una de esas graves decisiones, generadora de muchos conflictos y problemas recientes en México, fue el aborto de un aeropuerto en construcción, cuya calidad habría resuelto el problema aeronáutico del valle por lo menos durante una década.
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Ninguno de los argumentos aducidos para cancelar su construcción, cuando ya llevaba poco más de la tercera parte, se sostiene tres años después. El Sistema Aeroportuario del Valle de México, sólo existe en la imaginación del discurso mañanero.
Las acusaciones de corrupción en la obra, nunca se presentaron formalmente. Los negocios inmobiliarios en torno de su territorio bien pudieron ser abatidos –si los había– mediante una expropiación. La especulación inmobiliaria no tiene ninguna relación con la operatividad aeroportuaria.
La fragilidad o blandura del esponjoso terreno, tampoco era una razón: el diseño –hecho por quienes construyeron sobre el mar el aeropuerto de Hong Kong –, preveía una sólida plataforma de muchos metros de grosor, como una gigantesca balsa sobre el suelo lodoso y un sistema de control hidráulico para evitar el hundimiento, cosa inexistente, por ejemplo, en la terminal, 2 del Aeropuerto Internacional Benito Juárez, aún en servicio (mal servicio), pero atribuible a otras empresas constructoras.
Los argumentos fueron tan irracionales como los esgrimidos para dejar estacionado en el hangar el avión presidencial cuya condición de caldo aguado, supera el valor de las albóndigas malditas en el falaz discurso de austeridad y pobreza franciscana, con el cual el presidente les ofrece diarias dosis de atole con el dedo a sus seguidores.
Clausurar la obra de Texcoco no fue un crimen económico, fue una estupidez cuyas consecuencias –en varios sentidos–, se pagan hoy -y se seguirán pagando– con la desastrosa condición de las dos terminales del AICM; el mal diseño del espacio aéreo; la descertificación internacional y la constante pérdida de tiempo de vuelos demorados, pistas con hoyancos y en general servicios de tercer mundo.
¿Y todo por qué?
Por una mentira. La demagogia es la mentira y el alimento del populismo cuyas mejores explicaciones juegan a la ronda infantil de la disculpa: yo no fui, fue Teté, pégale, pégale…
Fue Teté, con música de Chico Che…