Si un gobierno se define (y la frase resulta monótona de tanto repetirla), por el estilo personal -quizá podríamos decir el carácter, los demonios, las pasiones y los complejos- del presidente en turno, este es el gobierno del choque y el conflicto.

Acostumbrado a la barricada política y la agitación callejera; el presidente de la Republica no asume jamás una postura de conciliación. 

Promueve el conflicto, atiza las contradicciones en el mejor estilo del ansia proletaria de reivindicación de clase y después resuelve como Alejandro Magno: con la espada de su retórica y la brusca ejecución de sus pésimos administradores, rompe, corta, cercena y desanuda. 



Como cirujano ha hecho de la amputación su procedimiento favorito. No cura; produce inválidos.

Ahora, cuando ya se han desmantelado tantas instituciones como para no contarlas, el ambiente político desquicia al Poder Judicial.

Desde el Palacio Nacional y orientado por el más jesuítico de sus colaboradores, convoca a reuniones frecuentes a sus ministros favoritos, a aquellos a quienes encumbró en la Suprema Corte de Justicia, para intercambiar puntos de vista sobre temas de actualidad. Ponerse al día, pues. Otros dirían, ponerse a mano.

No queda exento de este trato palaciego, obviamente, el ministro presidente del supremo tribunal, el ilustre Arturo Zaldívar cuya capacidad para nadar entre varias aguas es notable, como también resultan visibles su interminable ansia de control y capacidad de simulación. 

Metido en el berenjenal de ampliar su periodo, como consecuencia de un capricho o un ensayo del presidente de la República, para extender un bienio su gestión, no importa si para ello se atropella la constitución cuya defensa es motivo de la existencia de la Corte; Zaldívar cruza al vieja Acequia Real y por la calle de Corregidora y acude a la cita dictada por Julio Scherer Ibarra. 

Todo queda entre amigos

Y con él, González Alcántara y la señora Esquivel de Rioboo. Todo queda entre amigos, todos llevan a fuego el fierro de la “4-T”.

Pero no solo se puede controlar a los tribunales, de cualquier jurisdicción–, mediante dádivas, prebendas y designaciones. También amenazándolos con las Fuerzas Armadas. Sólo así se puede entender el torpedo del almirante Ojeda, secretario de la Marina Armada, contra el sistema judicial.

Cuando nuestro Horacio Nelson dice del poder judicial, parecen nuestros enemigos, ya pueden jueces y magistrados; ministros y hasta tinterillos, poner sus barbas a remojar cuando traten asuntos relacionados con las labores policiacas de los marinos y no resuelvan en su favor.

Grave amenaza, sobre todo, si se profiere cuando el jefe del Estado acaba de conminar –impeler o convocar–, a la Corte a definir lo ya definido: ¿tiene o no tiene fuero el gobernador de Tamaulipas?

Bien se lo podría haber preguntado al ministro González Alcántara de cuya pluma salieron la resolución y la negativa de controvertir la constitución y dejarlo todo en favor del Congreso de Tamaulipas el cual ha ratificado la condición del gobernador perseguido, cuya cabeza de vaca no logra los mismos favores del toro guerrerense y su vaquita (torita, juanita) cancionera.

Pero no son esos enredos los únicos en el turbio Poder Judicial.

El Tribunal Electoral vive inmerso en una guerra civil de cuyo resultado nada bueno saldrá.

El magistrado presidente embiste a “arriones” porque no busca el imperio de la ley sino la salida de emergencia para sus problemas de inexplicable opulencia, con los cuáles la UIF y la FGR han puesto sobre su testa una espada como Damocles hizo, sujeta apenas con la crin de un caballo. 

Y sobre su coronilla cuelgan las posibilidades de una aprehensión en cualquier momento si el gobierno a ello se decide. Y se decidirá cuando Don Billetes deje de ser útil. Es decir, muy pronto.

Por eso actúa en favor de los caprichos palaciegos, y los demás togados se le revuelven y lo anulan; cierran las posibilidades  a sus decisiones de control, entre otras la pretendida obligación de presentar por adelantado el sentido de sus determinaciones a favor o en contra de cualquier asunto, lo cual los convertiría en tristes títeres, como se quiere hacer con la Corte.

Y como se niegan a eso y a otras decisiones administrativas, todo allá en Carlota Armero se convierte en un jaleo interminable.

La justicia se ha puesto de cabeza. 

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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