Pocas veces se ha visto un caso de torpeza como el más reciente salto de Felipe Calderón a las pantallas de televisión.

Presentarse como un hombre de Derecho y al instante descalificar todo un proceso judicial en los Estados Unidos contra un jurado unánime cuyo criterio se basó en testimonios, no en documentos, para llegar a su veredicto, es una pifia inaudita aún si se trata de Felipe Calderón:

Pero si al siguiente momento se declara perseguido político por las constantes alusiones en su contra del presidente López Obrador, es además de torpe, amnésico.

“Es evidente –dijo–, que hay en México una persecución clarísima de carácter político-mediático en contra mía, y que el fallo incluso se trata de utilizar para exacerbar esa persecución, que es casi personal, de parte del gobierno”. No es casi personal. Es personal.

Andrés Manuel desde la oposición política (los opositores también persiguen como sombras), le llamaba espurio y lo acusaba, sin pruebas, de haber cometido un  fraude electoral, hoy, con pruebas, desde la presidencia (¿participan los gringos del acoso del cual acusa a AMLO?), le cuestiona e interroga por una  relación muy cercana con un  procesado en los Estados Unidos  cuya siguiente etapa es conocer la sentencia o meterse a un programa de soplones a ver si le rebajan algunos años a su de todos modos segura condena prolongada.

La captura y el juicio americanos no hacen de García Luna –ni de su intocado jefe–, perseguidos políticos aquí, como si lo ha sido –como ejemplo y vergüenza–, Jesús Murillo Karam.

Felipe Calderón no tiene salida. No tiene defensa ni jurídica ni política, porque no puede responder a una simple pregunta:

–¿Ignoraba usted, con todas las herramientas del presidencialismo mexicano a su disposición, la conducta de su hombre de confianza en el gravísimo tema de la seguridad pública y sus lindes con la seguridad nacional?

Pues usted o fue cómplice o es idiota, con todo respeto.

Por eso no tiene defensa, como la base por bolas en el beisbol.

“Y en lo que a mí corresponde, ¿qué persecución puede haber? Si hubiese persecución –se defiende AMLO sin esfuerzo–, ya hubiésemos presentado una denuncia en contra del expresidente. No lo hemos hecho porque, ya lo he explicado, se le preguntó al pueblo y aunque muchos dijeron que sí se abriera una investigación no se llegó a la participación que exige la ley para que la consulta fuese vinculante.

“Y yo dije incluso que si se iniciaba un proceso en esa consulta iba yo a estar en contra, y lo hice, porque no estoy pensando en perseguir a nadie, estoy pensando en que no se repitan los abusos o los excesos, que no siga imperando en México la corrupción, que es lo que estamos logrando, por eso estamos avanzando…”

Independientemente del evidente carácter propagandístico en esta y todas las declaraciones del presidente, Felipe Calderón es un “dead man walking” en la actual vida pública mexicana. No tiene mayor oportunidad.

Quizá injustamente pero no pudo lograr un partido político desde el cual se habría defendido. Y su familia, en lo legislativo o lo mediático, lo ayuda poco.

Lo mejor para él, es el silencio y el aseguramiento de su exilio.

Sin tantas alharacas, Carlos Salinas de Gortari recurrió a sus genes judaico-sefarditas, y logró la nacionalidad española y hace tiempo no se mete en dimes y diretes con nadie. Ha conocido la virtud del silencio y el enorme capital de la oportunidad política.

Ese es un buen ejemplo, quizá tan inteligente como el de Ernesto Zedillo quien se alejó del país tras ejercer el Poder Ejecutivo. Dejó a la nación con un crecimiento de siete por ciento anual y de propina le entregó la alternancia política.

Lejos de México no lo alcanzan ni los murmuradores ni los acusadores. ¿Y Peña?

Bien, gracias.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona