Los aspirantes, suspirantes o pretendientes a la mano de doña Leonor (como se decía antes), han teñido todas sus actividades con los tonos a veces suaves, a veces grotescos, en pos no de una labor política sino sentimental, porque ellos lo saben, quien gane será por la preferencia de un solo elector.
Entonces verá cómo en su favor (y por órdenes de ese único votante), se mueve una maquinaria de cientos de miles de millones de pesos, y miles de borregos morenos, para garantizarle, no su triunfo, sino la oportunidad de convertir su fidelidad de hoy, en la política continuista de mañana.
La misma historia del «tapado-dedazo-cargada» priista. Hoy no importa si la corcholata está desprendida de la botella cuyos perfumes contienen la promesa del porvenir. El método es el mismo.
Si Ricardo Monreal lo quiere jugar a las “contras”; si Marcelo, por la escalera de afuera y Claudia por la abnegación obediente, ya es cosa de cada quien.
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Lo demás (la encuesta, la consulta y demás rollos), es lo de menos. Quien se siente en la silla en el 2024 lo hará por favor, favoritismo, designación, construcción, elección, decisión y capricho si fuera necesario, del más grande protagonista político de nuestros días: el señor presidente, sin cuya voluntad no existiría árbol, cuya hoja el decide cuando mover y hacia dónde.
El cénit del poder –esa estrella tan deslumbrante como efímera–, es la designación del sucesor. El ocaso oscuro, es cuando el sucesor lo traiciona.
Alguien dirá: Andrés Manuel no traicionó a Enrique Peña. Es cierto, pero Peña no lo designó. Simplemente, en una convenenciera maniobra política, dinamitó a su partido, puso obstáculos en la campaña de Ricardo Anaya y le dejó el campo abierto, con todo y las llaves de la alcoba matrimonial.
Una alcoba vacía, por cierto.
Pero eso no tiene nada de extraño. Ni de extravagante.
Lo notable, y a veces hasta jocoso (el ridículo ajeno siempre hace reír, como nos enseñó en su célebre ensayo Henri Bergson).
Por ejemplo, el canciller Marcelo Ebrard acude a la reunión del G-20 y convierte la ocasión en una oportunidad de enriquecer su galería fotográfica.
Encontrarse a grandes personajes en los pasillos es algo sencillo en esas cumbres. Yo diría, para eso son, porque por encima (o por debajo de las solemnes sesiones de trabajo, trabajo hecho meses atrás por los expertos de cada país, y consensuado semanas atrás), no hay cosa.
Charlar, tomar café, tomarse fotos.
Sea como sea, pero yo me imagino a Joe Biden corriendo por Roma para tomarse una selfi con Ebrard al grito de “Marcelo, hello, my friend, come here…” Pero esas son minucias para la egoteca.
Este pobre aporrea teclas una tarde se encontró con Vladimir Putin en un corredor en la sesión de San Petersburssgo. Y a la mitad de una emisión de TV, la señora Ángela Merkel se nos atravesó caminando en el fondo de la toma.
Lo único extraño en el caso de Ebrard es una confusión de su oficina de prensa. Hizo un boletín monísimo, abundante, conceptuoso, prolijo, en el cual un “balazo” dice:
“…A nombre de la CELAC, el canciller Ebrard llamó a que se destinen 100 mil millones de dólares anuales para que países en desarrollo puedan cumplir metas de adaptación y mitigación del cambio climático…”
¿El señor Ebrard acudió a Roma para hablar y pedir dinero en nombre de la CELAC?
Cualquiera, menos sus redactores pensaría en otra calidad para tan distinguido funcionario, aspìrante, además, al relevo presidencial del líder en cuya representación acudiò al magno foro mundial.
–¿O no?
Pero líneas más adelante, los boletineros de cuarta (Cuarta Transformación conste), dicen:
“…Con dirigentes internacionales, el secretario de Relaciones Exteriores promovió comercio e inversión…” Para México, quiero suponer.
–¿Y tu nieve, la vas a querer de limón, porque de mamey ya se acabó?