Hace apenas unos días los amigos de Marco Aurelio Carballo, le rindieron un homenaje en el medio siglo de su carrera de narrador, reportero y cronista. Hubo memoria, aplausos y en el fondo de cada sonrisa y alguna furtiva lágrima, una reservada resignación cuyos tintes ante lo inevitable no salieron a relucir a pesar de la conciencia general de su cercanía con la
.ora comparto esas letras o mejor dicho, parte de ellas.
ciencia general de la o y cronistra. En esa ocasiúltima verdad de la vida: la muerte.
En esa ocasión hubiera querido leer las líneas con las cuales ahora deseo despedirlo. Forman parte del prólogo de su primer libro póstumo.
–“Soy Carballo, le dijo el hombre bien plantado y con el brazo extendido al reportero recién llegado el día cuando se hablaron por primera vez en la pequeña redacción de “Ultimas Noticias de Excélsior”. No fue el día de conocerse pues ya sabían el uno del otro. Los reporteros nos conocemos todos y a veces nos conocemos todo.
“Carballo lucía una melena partida por un peine frecuente y una actitud de seguridad y suficiencia sin presunción. Hablaba poco, miraba mucho…
–…Ya lo decidí, compadrito, me dijo años más tarde.
–“¿Qué decidiste?
–“Voy a ser escritor aunque me muera de hambre”.
“La frase estaba puesta, era como una pelota de futbol a varios metros de una portería solitaria.
–Compadre, por qué si eres un gran reportero te empeñas en ser un mediocre escritor. Pierde el periodismo y nada gana la literatura.
–Vete al carajo, me dijo.
“Años y años de confidencias, complicidades, secretos y esperanzas compartidas. Empeños, labores, trabajos comunes, rencillas, aventuras, cascadas de ron y güisqui derramándose por los acantilados de la madrugada, hasta llegar a este punto o al cercano viaje a Tapachula de hace unos meses cuando por fin entramos juntos a “La mesa redonda” cuyo significado personal y literario resulta inútil para quienes conocen los textos de Carballo, el escritor hecho a fuerza de creer en su propia escritura, el tozudo de todas las terquedades, el hombre confiado en su vocación, su intuición y su esfuerzo.
“Lo recuerdo enflaquecido por la operación cerebral, casi enjuto, de paso difícil y con un sombrero imposible en los tiempos de nuestras aventuras comunes, cuando la juventud nos daba para todo hasta para desperdiciarla en las alboradas frente a los ojos de mujeres desconocidas en rascuaches cabaretes de la Guerrero o Garibaldi, pero fiel como en las horas previas a su fervor insustituible, a su laboriosidad insobornable, leyendo sus crónicas (alguna de ellas en esta selección) en la plaza central del pueblo suyo donde pasó muchas horas de su infancia y primera juventud y hoy convertida en una pista de hielo bajo el tórrido sol del Soconusco.
–Hazme el pinche favor, compadrito…
Y veo también cómo esas decisiones e ingredientes tiñeron sus textos para terminar de una vez por todas con la falsa disyuntiva entre literatura y periodismo. Es una cuestión de géneros. Nada más. Novela, cuento, crítica, reportaje. Todo es letra, todo es palabra, todo es idea, recreación, construcción, vehemente, búsqueda por saberse común, por romper la soledad de la vida. Por eso escribimos.
Hoy; cuando escribo estas líneas para el prólogo de esta recopilación de crónicas (…) percibo su acidez crítica y su elegancia para la observación despiadada y sin remedio y reconozco de plano y sin reserva lo equivocado de mi diagnóstico inicial. No perdió nada el periodismo y sí ganó la literatura…
“…Para lograr su sueño peregrinó, como todos, por redacciones y escritorios desvencijados. Conoció a los mejores periodistas de su tiempo y todos lo respetaron y estimularon. Viajó por el mundo, supo del amor y el desengaño; tuvo hijos, sueños y amigos; traiciones, congojas, días soleados y nubes en el cielo. Supo distinguir el gato de la liebre y disfrutó las “rútilas monedas” del talento cultivado, trabajado y domeñado.
“…Por eso no quiero seguir con esta relación de los motivos de mi largo cariño de compañero interminable, de amigo cercano o lejano, según el año y el capricho… Si le digo ahora, súbitamente, cuánto lo aprecio, cuánto lo quiero y cuánto respeto sus novelas, sus crónicas y todo lo demás, de seguro me va a repetir como siempre:
–“Vete al carajo, compadre”.