Entre todas las palabras de uso citadino a veces me gusta mucho el vocablo cajón. Quiere decir muchas cosas, sobre todo en la política. También en el periodismo.
Cajón puede ser un superlativo de caja. Así pues al ataúd se le ha dado en llamar de esa manera, en tono medio despectivo, cuando se le puede decir simplemente féretro.
Pero el cajón puede también ser festivo.
En las percusiones, ya sea de aires andaluces o de música peruana, hay quien toca el cajón y suele ser siempre un músico de manos grandes y dedos resistentes (salchicho-rosados, decía James Joyce de uno de sus personajes) cuya función consiste en la rítmica insistencia de las manos contra la madera, como contra los tambores o tumbadoras hacen los músicos caribeños. Cosa curiosa, el arte de darle manotazos a una caja de madera. En fin.
Pero eso del cajón tiene acepciones diversas y de ello saben un rato los aseadores de calzado, pues tal es la profesión de aquellos a quienes llamamos simplemente “boleros”. Unos cargan cajitas de madera (con todo y un mínimo banquillo), llenas de grasas y abrillantadores; cepillos y trapos necios y no se les debe confundir con el género musical (los otros boleros) cuyo melódico romanticismo nos ha llevado a todos a reconocer, especialmente en la juventud perdida, nuestra indeclinable porción de cursilería.
Nada hay más cursi y necesario como un bolero musical a ciertas horas de la madrugada cuando los ángeles del cielo se llaman César Portillo de la Luz o José Antonio Méndez, por no citar a cualquier otro de esos genios cubanos o mexicanos como Vicente Garrido, a quienes ojalá y Obama haya podido escuchar, con cálidos sopores, antes de decretar el fin de la guerra fría.
Pero en los cajones se guardan cosas. Especialmente en las gavetas de los escritorios.
Y cuando la ocasión lo amerita, se abre el cajón y se extrae el mismo discurso de hace un año o dos; la misma declaración política de quien sabe cuándo, el mismo proyecto o las repetidas órdenes periodísticas para solicitar reportajes especialmente en los días de baja informativa como suelen ser las vacaciones.
¿Reportajes de cajón; o sea los ya hechos y guardados para actualización menor y aprovechamiento frecuente?
Pues por ejemplo los precios de mariscos y pescados en Semana Santa; la Semana Santa misma y –obviamente–, la pasión en Iztapalapa, aunque debemos reconocerlo, en este año hubo una variante nunca antes registrada en cajón alguno: la rebelión de los trompeteros.
Al menos así lo da a conocer una nota de “Crónica” del martes. Lea usted:
“Desconociendo al Comité Organizador de la Semana Santa (no de sus festejos, nótese) A.C. (COSSIAC), el grupo de clarines de Santa Bárbara participó ayer en el inicio de la representación de la viacrucis en Iztapalapa, lo anterior luego de que el presidente de la AC, Miguel Morales Larrauri, los destituyera por una supuesta inasistencia”.
El asunto reviste una absoluta gravedad ni siquiera imaginada por Mauricio Magdaleno en su célebre cuento “Viernes Santo en Iztapalapa” en el cual un hombre aprovecha la multitud para acuchillar al amante de su esposa; no. Esto es aún más grave.
Informado el líder de los clarineros, César Orozco de la marginación de los metales, anunció su determinación de participar en la fiesta a toda costa y advirtió, no con voz de trompeta sino con sonido de trueno, sobre lo inamovible de su decisión.
–Si nos impiden estar, no vamos a dejar pasar a Jesucristo por las calles de nuestro barrio. Ni el jueves ni el viernes. Vamos a cerrarlo todo.” Y como la cosa amenazaba convertirse en una de aquellas o armarse la de Dios es Cristo.
Si bien esta ciudad es escenario de protestas por muy diversos motivos (los 43, los 5, el 2 de octubre, el 10 de junio, etc), habría sido la primera vez en mirar cómo un bloqueo obstruye el paso del mártir del Calvario, lo cual además de insólito resultarían blasfemo.
Quizá la presienta de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México, hubiera seguido una queja de oficio por los tratos crueles y degradantes infligidos al Nazareno o al menos un abogado habilidoso se habría ofrecido a representar a los filarmónicos y clarineros afectados por el abuso de autoridad.
Como sea y seguramente en precisión de males mayores, hasta el cardenal Norberto Rivera, Arzobispo de la ciudad de México, intervino en el asunto y el domingo pasado acudió a Iztapalapa a bendecir las palmas del domingo de Ramos.
Por lo pronto ya la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha solicitado un presupuesto al gobierno mexicano para enviar un grupo internacional de expertos “independientes” cuya “coadyuvancia” aclare el caso de los clarineros amenazados. Eso también es de cajón.