Vi hace muchos años en el Museo Arqueológico de Atenas un magnífico y barbudo dios Poseidón y no he logrado olvidarlo. Toda el alma griega estaba aprisionada en el metal. Un brazo extendido hacia el horizonte; los ojos vacíos con el doble hueco del infinito cuya negrura no ha podido despegar de mis recuerdos.
Bronce. La edad de bronce, se llama una de las mejores piezas de Augusto Rodin. ¿Cuántos caballos, bailarinas, torsos musculados, bellas mujeres detenidas en el instante del placer y el reposo habrá fundido el hombre? ¿Cuántas estatuas ecuestres de próceres, héroes patrios y salvadores de las naciones hay? Deben ser millones.
No sabemos la verdadera razón de perpetuar las figuras en el bronce, esa noble aleación cuyos tonos verdes dominan las grupas y crines de los corceles y pegasos en las plazas de Europa; las alas de los ángeles y las melenas de los leones. Se podría decir que a cada cosa sucede un bronce. Cada fecha, cada epopeya, cada prohombre. Y también cada capricho del poder.
Pero así como las hay útiles y bellas, las hay insignificantes e inútiles. Quizá sin éstas el mundo pesaría un poco menos. No lo sabemos. Pero de algo sí estamos seguros todos. En México padecemos una epidemia de estatuas.
Podríamos decir, tenemos “estatuitis” y no la considero una enfermedad de la memoria, ni siquiera de la manía conmemorativa, sino de la fatuidad, de la impostura, de la vanidad sin límites. Para no ir más lejos, en esta ciudad en la semana por acabar hemos visto dos casos de “estatuitis aguda”.
Un señor (mejor dejarlo en el anonimato) se tiró la puntada de esculpir primero y luego fundir a la cera perdida una figura casi de tamaño natural del político de ocasión más ridículo y grotesco del país. Sí, de Juanito.
Y por ahí andaban el bronce y el modelo en un peregrinar escandaloso y exhibicionista; del Zócalo al Periférico, como habría dicho en su célebre y hoy olvidada columna el maestro Ricardo Cortés Tamayo.
Pero como en este mundo los extremos se tocan, el “estatuismo” pasó de lo cómico a lo trágico y se vistió de luto. Profundamente conmovidos por el doloroso recuerdo, los panistas afines y cercanos a la familia Mouriño, con el presidente Felipe Calderón a la cabeza, le regalaron a la ciudad en el primer aniversario luctuoso del malogrado secretario de Gobernación una broncínea efigie de quien es hasta ahora (para ellos) el único héroe a la altura del arte.
El busto, parte principal de un monumento a los caídos en al avionazo cuya historia todos conocemos de sobra, al menos la versión oficial y definitiva, fue inaugurado en medio de conceptuosas palabras sin espacio para el olvido, la noche del pasado miércoles en el lugar de los hechos tristes y para reafirmar la importancia simbólica del hecho se hizo también una efímera “escultura de luz”; es decir, dos haces de enorme potencia cuyos prístinos rayos horadaron las nubes y se clavaron como flechas luminosas en el cielo del cual se precipitó, como Ícaro, la joven promesa de la política mexicana.
Obviamente, el caso de Juanito nada guarda en relación con el de Juan Camilo. El primero es un asunto de comedia; el segundo de tragedia. Pero el bronce, bronce es.
PLASCENCIA
Dice Luis Echeverría en el reciente libro de Salvador del Río:
“Naturalmente (sobre la llamada “guerra sucia”), están envueltas imputaciones contra los últimos presidentes durante los últimos 30 años; hay muchas acusaciones como si por radio se hubieran ordenado ejecuciones y la apertura de cementerios clandestinos. Eso nunca fue conmigo; no fue evidentemente tampoco con los señores licenciados López Portillo, De la Madrid y Salinas. Creo que eso carece absoluto de fundamento. Ojalá se investigue a fondo…
“Es un hecho que ha habido desaparecidos en distintos episodios de los últimos años en la vida de México. Evidentemente, en encuentros con guerrillas en la sierra de Guerrero, en Oaxaca, ha desaparecido gente. Muchos pudieron haber sido víctimas de secuestros cometidos por elementos secundarios del gobierno, de mínima significación, o que algunos se hayan ido de braceros a trabajar en los Estados Unidos”.
Si el señor ex presidente se hubiera tomado el trabajo de leer la investigación sobre los hechos del pasado, incluyendo el suyo, elaborada por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y coordinada por quien ayer fue designado por el Senado de la República para dirigir la institución en los próximos años, Raúl Plascencia, no hablaría de esa manera tan superficial y desinformada.
“¿Ojalá se investigue a fondo?”. Lo más a fondo posible ya fue hecho y bien hecho por Plascencia. Es una pena la escasez de lecturas del señor ex presidente.