Uno de los promotores de la reforma energética en el equipo presidencial me dijo hace unos días: necesitamos darle a la economía nacional un golpe de timón. Estuve de acuerdo.

Después le dije, pero bien valdría saber primero si sabemos a dónde ir y si es posible construir otro barco.

Pero en este caso como en muchos otros, para los mexicanos la realidad siempre es un espejo; nunca una ventana. Llevamos ya varios días escuchando ideas en torno de las inversiones por cuya abundante concurrencia el país va a lograr miles de empleos, baratura en los precios de toda la energía habida y por haber, desde la electricidad hasta la fuerza del viento y quizá hasta la fuerza interminable de la fisión atómica.

Pero no hemos escuchado la otra versión: la ganancia por la cual los inversionistas van a concurrir con su riqueza, a cómo nos van a vender, prestar o rentar su tecnología —según el caso— y cuál va a ser la forma como vamos a compartir la riqueza. ¿Entendemos bien a biuen el significado de esa fórmula llamada “utilidad compartida”? ¿Quién parte y quién reparte?

Tampoco sabemos todavía cuándo y cómo se producirá el milagro de abaratar, por ejemplo, la gasolina si nuestro problema es de importación, déficit y subsidio. Si les seguimos comprando gasolina a quienes la producen después de refinar el crudo previamente comprado a nuestra empresa extractora, nunca será posible venderlo por debajo del precio internacional. Competiremos, en todo caso, con sus precios y sus utilidades.

Para eso es la competencia, dicen los promotores de la libertad comercial y eso es verdad, pero sólo en parejura; entre iguales. Productores con productores; no productores con importadores.

En el análisis de todo esto alguien citó una frase olvidada del ingeniero Heberto Castillo (cito de memoria): el petróleo genera riqueza donde se usa; no donde se produce. Eso quiere decir algo muy sencillo: en su estado natural, “crudo”, el petróleo no sirve para nada.

Ni se come ni se unta. Resulta el fluido más importante del mundo (casi tanto como el agua) cuando se hace algo con él, cuando se le convierte en energía y con ella se hacen otras cosas en la interminable cadena de la ingeniería humana; cuando se mueven las industrias y se fabrican casi todos los bienes por cuya existencia la vida humana se aleja cada vez más de la caverna y llega hasta los viajes estelares. Todo con el petróleo transformado.

No tiene caso ahora explicar la diferencia entre un país extractor de la simple materia prima llamada por nuestros antepasados “chapopote”, cuyo viaje en barriles mueve los motores del mundo industrializado, y aquellos cuyo desarrollo se hizo gracias a la conversión de crudo en productos petroquímicos, industrias y miles de aplicaciones.

Quizá un escritor de ciencia ficción pudo haber seguido el viaje de la gota de petróleo huasteco (o el barril) cuyo viaje terminó en la NASA y luego en los tanques de turbosina espacial del cohete Saturno V cuyos motores impulsaron a los hombres hasta la Luna. Mientras Neil Armstrong caminaba en Selene, los obreros mexicanos de Veracruz o Campeche lo miraban por una televisión patentada en los Estados Unidos.

Y quizá lo mismo se podría haber dicho de los maravillosos edificios de Manhattan: cuando el general Lázaro Cárdenas leía ante la patria emocionada su decreto expropiatorio, algunos de los dueños de esas compañías ya habían inaugurado, años atrás, el edificio entonces más alto del mundo: el Empire State, el cual –como todos sabemos—fue construido por los petroquímicos de la Dupont.

–¿Cuántos de los edificios de Nueva York, provienen de las concesiones mexicanas a la madre de la Standard Oil o la Sinclair Oil? En el nombre sea de Rockefeller y las “Siete hermanas”.

Pero hoy todo eso es agua bajo el puente. Todo México sabe la necesidad real de una transformación de la industria nacional agobiada por el burocratismo, la corrupción y el rentismo contratista. ¿Va a resolver la propuesta del Presidente Peña esos problemas?

Quizá no del todo. Pero al menos no lo vamos a ver cruzado de brazos. Lo veremos en decidido movimiento del timón; si la tripulación del barco le permite el cambio en la singladura nacional. Si no le sabotea el buque.

Ahora, en este contexto tan complejo, se ha puesto de moda citar las ideas el general Lázaro Cárdenas y también vale la repetir algunas de sus palabras en aquel célebre decreto expropiatorio:

“…La oposición de los poderosos intereses petroleros al acatamiento de nuestras leyes, a la jurisdicción de los Tribunales y al imperio de las Instituciones, solo se explica por su afán de seguir aprovechando las riquezas del subsuelo de México, en beneficio, de capitalistas que permanecían no solo indiferentes, sino que gravitaban sobre las condiciones de insalubridad y de pobreza de la mayoría de los trabajadores en estas grandes empresas.

“Su oposición, lejos de fomentar el desorden entre las masas ha solidarizado a todas las clases sociales en derredor de la Administración, que ha sabido con serenidad y decoro, mantener la soberanía nacional y alejar para el futuro el peligro constante de intromisiones indebidas de los privilegiados, que habían constituido en épocas de crisis, entendidas con fuerza económica y política capaces de influir en los destinos del país”.

También eso dijo el general Cárdenas cuando cimentaba la utopía mexicana.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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