Como si la historia diera una vuelta más en su interminable círculo, el Palacio Nacional, herencia directa de Virreyes y monárquicos, tanto como de los liberales juaristas triunfantes en el siglo XIX, la sede del Poder fue agredida una vez más, no por una revuelta popular como la consignada por Carlos de Sigüenza en una extensa carta a Don Andrés de Pez, Almirante de la corte de Madrid, sino por los eternos profesionales de la inconformidad, agrupados en torno de las anacrónicas e inservibles normales rurales, especialmente la de Ayotzinapa.

Si bien el “Alboroto y motín de los indios de México” tuvo una raíz comprensible derivada del acaparamiento de los granos en perjuicio de los labriegos, el ataque de estos días –secuela de aquella puerta derribada por los mismos protestantes el pasado seis de marzo, y cuya importancia (hasta simbólica), fue minimizada por el inquilino de los palaciegos aposentos, quien todo lo resuelve con vallas más altas– carece de sentido, como no sea el habitual ejercicio de la demanda y la queja.

Ayotzinapa ya no produce guerrilleros en la sierra de Guerrero, ahora genera manifestantes cuya causa se vuelve en contra de quien les ha dado la razón, pero no ha satisfecho sus exigencias de modo absoluto, o al menos satisfactorio para quienes furiosos por el engaño sexenal, incitan la inconformidad por sí o por no, con pretexto de los 43 asesinados en Iguala. El tres de marzo derribaron una puerta lateral del Palacio Nacional. No caeremos en provocaciones, dijo el presidente.

“Pero, fuese como se fuese –decía Sigüenza y Góngora– , no se lo pasaba tan bien como en México en algunos pueblos de la comarca, de donde venían por instantes lastimosas quejas, reducidas a que no cabía en la piedad cristiana ni en razón política quitarles a ellos el sustento por darlo a México”.

Con motivo de aquella injusticia y desigualdad,

“…determinaron ponerle fuego a Palacio por todas partes y, como para esto les sobraba materia en los carrizos y petates que, en los puestos y jacales que componían, tenían a mano, comenzaron solos los indios e indias a destrozarlos y a hacer montones, para arrimarlos a las puertas y darles fuego; y en un abrir y cerrar de ojos lo ejecutaron…”. Ya después vendría la represión.

En la historia de los ataques al Palacio yo viví uno de ellos. Durante el gobierno de Miguel de la Madrid, en uno de los balcones cercanos al espacio central, debajo de la campana libertaria, estábamos conversando Ricardo García Sáinz (ex secretario de Programación y Presupuesto, entre otros cargos) y Alejandro Carrillo Castro (ex director del ISSSTE, entre otras cosas),

La marcha del primero de mayo de 1984 se desarrollaba con normalidad. Un contingente del Sindicato Mexicano de Electricistas, combativo y violento, llegó hasta el centro de la fachada. Una gran manta se extendió como un telón y tras él, un activista conocido como “El pato”, arrojó un coctel Molotov contra el balcón central. La botella no hizo blanco en el lugar deseado, pero se estrelló a unos cuantos metros, a los pies de Carrillo Castro quien sufrió quemaduras en la parte interna de los muslos.

El Estado Mayor Presidencial se hizo cargo del agresor.

El 7 de marzo, pocos días después de haber participado en el asalto palaciego en la calle Moneda, Yanqui Khotan Gómez Peralta, fue asesinado por un policía en un retén en Chilpancingo. Todo fue producto de la casualidad, nos han explicado.

Hoy tras los petardos y el incendio, el señor presidente ha hecho acopio de serena tranquilidad. Son provocadores, dijo. No caeremos en la provocación. Pero algo sucederá.

¡Ah!, pero cuál es la mentira. Mucha historia y mucho de todo, pero ¿cuál es la mentira? Sin relación con todo esto la falacia cabe aquí:

“(Apro).- El presidente Andrés Manuel López Obrador rechazó que afecte a su partido con la cantidad de veces que la autoridad electoral ha resuelto que hace propaganda o que sus comentarios buscan incidir en la preferencia del voto, lo cual al final podría contar para calificar la elección.

“Además, afirmó que no hablar de esos temas es como cruzarse de brazos y sentarse en el banquillo de los acusados con un complejo de culpa, “o suicídate y luego hablamos”.

“(Exp).- De los últimos tres presidentes, Andrés Manuel López Obrador es el mandatario que más quejas ha tenido por presuntas violaciones a la ley electoral, y la mayoría de ellas son por sus declaraciones en sus conferencias “mañaneras”.

“Según datos del Instituto Nacional Electoral (INE) de 2018 al 8 de abril de 2024, el órgano electoral recibió 187 quejas contra López Obrador; mientras, en contra del priista Enrique Peña Nieto se registraron 24 denuncias, y en contra de Felipe Calderón, 3.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona