No le tema usted a los refranes, los dichos callejeros o la sabiduría popular; la verdad es sencilla pues desde hace unos días, del domingo para acá si somos precisos, el señor presidente nos tiene a todos con el alma en un hilo, el Jesús en la boca y un amargo sabor a  cobre viejo en el paladar, porque se nos ha revuelto el estómago y se nos ha derramado la bilis, no de coraje ni de ira tampoco, sino de congoja superlativa, porque la incertidumbre supera con su fardo todos los demás dolores de la existencia, y en un caso como este, se le agrega a su infausto dominio, un  remoto sentimiento de orfandad plena, de abandono superior, y mientras no sepamos  cuanto ahora nos ocultan los doctores presidenciales, malévolos o prudentes en la obediencia,  quien sabe, no hallarán paz nuestras almas ni sabremos de noches sin insomnio, con los ojos abiertos como platos, con la duda total de nuestro futuro y nuestros destino, porque nada somos  sin la exactitud de un  diagnóstico certero, verosímil si no se puede verdadero, porque todo se nos ha ido en especular y suponer y analizar los escasos datos ofrecidos por un  gobierno de cuya veracidad todos dudan en tiempos normales, pero ahora esa duda nos supera y abruma, porque si no dudaran no estaríamos exigiendo precisión y lógica en los mensajes, y si bien nos ha dicho el señor Adán en su fugaz condición de  encargado de las funciones presidenciales –entre ellas la información mañanera–, cómo y cuándo y por qué el señor presidente yace y huelga en sus aposentos palaciegos sin responsabilidad superior al reposo de sus menguadas fuerzas –según se vio en las fotografías divulgadas después del arrechucho–, pocos son quienes se conformen con tan magra cosecha, y mucho menos cuando aparece la palabra mágica del doctor Alcocer quien nos habla de la tensión activa en el contacto con el pueblo como factor de desajuste en la salud presidencial, y la verdad lo ocurrido no debería preocuparnos, tanto como la calidad de los médicos en su entorno: los más notables, quienes hablan públicamente al menos, son para salir corriendo en  busca de los sagrados óleos para practicar la unción de los enfermos porque nadie en su sano juicio aceptaría ser atendido por López “Gatinflas” o el torpe viejecito Alcocer, rejego en vacunar a sus nietos contra el Covid, como si fueran Djocovick,  pues además de su ignorancia catedralicia, ve aumentado el caudal de sus limitaciones con una condena gerontológica sin apelación posible, y si en esas manos está la salud de la república o de su presidente, para no exagerar, válgame el señor diría la beata,  porque entonces las cosas son peores, de lo imaginado al pie de la cama de Don Andrés; un merolico infatigable y abuelito gagá y ya no nos queda sino decir, como Mario Moreno, óigame usted, no hay derecho,  pero así son las cosas y a ese precio están los aguacates y se los siguen llevando: en la medicina el dichoso par ya descrito y en el control de la desinformación un amateur cuya capacidad profesional es molecular, porque solamente controla a Lord Molécula, pero eso es cosa aparte, ahora la noticia es la desinformación y ya se organizan caravanas como la viacrucis que viene de Chiapas, para exigir una fotito, un  videíto por el amor de Dios, porque todos queremos ver al presidente –antes queríamos ver a Olga–, y ahora anhelamos escuchar de su propia voz, ronquita o no, una declaración feliz cuya palabra cruce la nación y siembre en ella certeza de saberlo con nosotros por años y años en el futuro promisorio de la patria, pero él no quiere grabar y divulgar ese video y sus razones debe tener.  

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona