Como vivimos en el mundo de las buenas palabras y el eufemismo nos regala salidas “civilizadas” para la descripción de todo suceso, caso o hecho, nos ha dicho el señor obispo de Saltillo: la operación contra Arturo Beltrán Leyva no fue un intento de captura sino una ejecución extrajudicial.
Pues sí, en México, al haberse abolido la pena de muerte, no se podrían realizar ejecuciones judiciales; es decir, producto de una deliberación en tribunal competente y una posterior sentencia.
Quizá Monseñor Vera debió decirlo con todas sus palabras: fue un asesinato colectivo con premeditación (eso es la labor de inteligencia); alevosía y ventaja (eso produce el número y entrenamiento de los combatientes).
Pero decirlo así podría sugerir una cierta piedad hacia quien no se la merecía, de acuerdo con la valoración oficial. Los narcotraficantes, delincuentes, secuestradores, vendedores de protección, sicarios y demás seres indeseables crueles y peligrosos, solo tienen como destino la bala justiciera. Por eso se celebraba casi con alborozo cada noticia de ejecuciones “inter-bandas”. Se están matando entre ellos, ¡bravo, bravo!
Y esa es una apreciación lógica cuando se echa mano del Ejército o en este caso la Marina Armada.
Ese es el sentido único y final de una guerra y ese ha sido el error inicial (deliberado y costoso en vidas humanas) de haber iniciado una labor de legitimación política bajo una convocatoria similar a la reconquista de los Santos Lugares. En este caso la tierra santa es todo el país, los herejes son los delincuentes y los métodos pueden ser todos.
“La declaración de guerra del 11 de diciembre del 2006: lograr la legitimación supuestamente perdida en las urnas, y los plantones, a través de la guerra en los plantíos, las calles y las carreteras ahora pobladas por mexicanos uniformados”, han escrito y divulgado hasta el cansancio Rubén Aguilar y Jorge Castañeda, ambos notables funcionarios al servicio del gobierno de Vicente Fox; es decir, de un gobierno tan panista como éste.
El análisis Aguilar-Castañeda es muy valioso no por haberlo hecho ellos (cuya capacidad académica e intelectual, por otra parte, está reconocida hasta por sus detractores) sino por no haber sido nunca desmentida de manera categórica por el gobierno. En un caso como este, quien calla concede.
“Llegaron a ejecutar, no llegaron a aprehender. La manera como exhibieron al ejecutado, es la misma manera en la que exhibían a los que mataban, dejándolos colgados de los árboles, en la época de la Revolución. Ahora los embadurnan de billetes…la famosa ‘guerra contra el narcotráfico’ se está convirtiendo en ejecuciones extrajudiciales… es peligrosísimo… es exponer a esta sociedad a la ley el monte. No hay derecho. No hay derecho que esto venga del Estado mexicano… es irresponsable la manera como están llevando las cosas. Es irresponsable, ineficiente e inmoral”.
En un caso como este y con las invocaciones obispales a la época revolucionaria, bien valdría recordar la época prerrevolucionaria, cuando Porfirio Díaz hizo inmortal la frase de la solución definitiva de un problema por medio de la eliminación del adversario así nomás. Sin juicios ni preámbulos.
En 1879 Luis Mier y Terán gobernaba Veracruz. Se fraguaba un alzamiento conocido como el movimiento Lerdista para destituir al presidente.
Cuando el gobernador logró cercar a los conjurados solicitó instrucciones al Palacio Nacional. Díaz respondió:
“Sí; cógelos en infraganti, mátalos in continenti y diezma la guarnición”. La traducción de los latinajos es más sencilla y de más rápida comprensión y acatamiento: mátalos en caliente.
Pero de vuelta a la denuncia y acusación del obispo Vera. Esas palabras de un obispo chocan de manera absoluta con las de otro obispo, Norberto Rivera Carrera quien hace apenas una semana alababa la presencia militar en las calles como la última y única fuerza de la cual podemos disponer los mexicanos para recuperar la paz perdida.
Es extraño como los mitrados, casi por sistema, tuercen las cosas, pues otra semana atrás el vocero de Norberto Rivera, el padre Hugo Valdemar, pidió la valoración para regresar a las tropas a sus cuarteles.
La iglesia (al menos la comandada por el cardenal), obviamente, tasa sus posturas y las alterna, una semana no; a la siguiente sí. En este caso es mucho más consistente la opinión de Raúl Vera López quien siempre ha sostenido la misma actitud en defensa de los derechos humanos.
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El “hechicero” de las relaciones públicas, Manuel Alonso Muñoz, murió en Acapulco a la mitad de las fiestas navideñas.
He escrito eso de su magia con el recuerdo claro de una hermosa acuarela hecha por Abel Quezada hace muchos años y cuya maestría humorística adornaba uno de los muros de la oficina de Alonso en el Paseo de la Reforma, junto a un ventanal desde donde casi se podían tocar las alas de la Victoria dorada.
En ese dibujo Abel había inventado un sonriente mago con sombrero de cucurucho y túnica negra, bautizado con la revoltura de las letras de Manuel Alonso. Se llamaba creo “Lamune Onasol” y en la puerta del caricaturizado laboratorio aparecía su lema bajo el nombre: se convierte el plomo en oro.
Esa era la virtud profesional de Manuel. Una especie de alquimia de la imagen política o comercial de sus clientes. Alonso perteneció a esa generación brillante en la cual estaban Amado Treviño, Rodolfo Landeros, Gonzalo Andrade, Mauricio y Pedro Ocampo Ramírez, León Roberto García y muchos más.
Conocí a Manuel Alonso hace casi 40 años cuando fui a su oficina en la calle Lancaster a registrarme para cubrir el Gran Premio de México en aquella inolvidable tarde cuando el público irrumpió en la pista del Autódromo y Pedro Rodríguez trataba de calmar a la turba. Mucho tiempo después trabajé con él por casi una década: un sexenio entero en la Presidencia de la República (hasta el día de hoy nadie ha hecho un equipo de duración sexenal en ese puesto) y poco más de tres años en la dirección del diario “unomasuno”.
Los motivos del distanciamiento no tienen ya ni siquiera espacio en la memoria, perdieron su importancia –si alguna vez la tuvieron—hace ya muchos años.
Supe de su larga y penosa enfermedad y cuando en la mañana de la Navidad, Abelardo Martín (quien también fue su colaborador en algún tiempo) me dijo de su muerte en Acapulco, realmente me sentí conmovido.
Mucho vivimos juntos Manuel y yo en aquellos años del gobierno de Miguel de la Madrid. Le dimos la vuelta al mundo y varias veces recorrimos el país. Ahora mientras escribo veo una fotografía tomada por Miguel Alemán, donde estamos con enormes gorros y gabanes en la helada Muralla China.
Mucho supe de su ejemplo profesional. No pudimos, por muchas razones, levantar el periódico a una altura comparable a la de su fundación. Hubo demasiados factores adversos, políticos y económicos, muchas limitaciones y muchos errores por todas partes.
Pero hoy ya nada de eso importa. El diario desapareció al menos como una opción profesional presentable y nosotros nos separamos con una tristeza hoy tan profunda como nunca antes.
Sinceramente le deseo paz en su descanso y a su familia –Pina, Guadalupe, Patricia, Manuel y Jorge–, resignación y consuelo.
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Dice la información: “Manuel Alfredo Rodríguez Amaya, padre de Xinuelth Emmanuel, uno de los 49 menores que murieron en el incendio de la guardería ABC, aceptó ayer una valoración médica en su segundo día de ayuno. Rodríguez Amaya estará en huelga de hambre hasta el 1 de enero en demanda de justicia por el siniestro del pasado 5 de junio. El secretario de Gobierno, Héctor Larios, acudió a la plaza Emiliana de Zubeldía para ofrecerle atención directa. (Notimex).”
Muy distinta esa manifestación de protesta a la de los concesionarios de aquella plaza y a todos quienes se rehúsan a aplicar las nuevas medidas de seguridad impuestas por el IMSS para continuar con la subrogación de las guarderías.
Simplemente no quieren cumplir, pero no renovarán quienes no lo hagan.
“A como de lugar debemos impedir nuevos accidentes en las guarderías”; ha dicho Daniel Karam, Director Genetral del IMSS.