Como casi todas las cosas en la vida, incluso aquellas cuyo predecible fin se acerca en medio de la reticencia de sus protagonistas; o sea, esas cuya evolución o reforma muchos quieren pero nadie se arriesga a  protagonizar, la educación en México es un  tema infinito, en el cual la patria ha encontrado momentos luminosos y  también épocas sombrías.

La realidad  es muy sencilla: el volumen de la educación y la tarea casi monopólica del Estado para llevar el conocimiento mediante la Educación Pública, creó una casta social  hasta hace tiempo intocable: el magisterio. Una legión de miles y miles de personas con una doble condición.

Por una parte el maestro es un agente social de cambio y transformación. Por la otra un trabajador al servicio del Estado.

De esta segunda circunstancia se deriva la poderosa organización sindical (en cualquiera de sus expresiones, la “oficial”, altamente beneficiada y consentida,  y la opositora, siempre rencorosa y demandante).

Y de ahí provienen su rebeldía y su fuerza. No de los problemas de la enseñanza sino de las condiciones de su empleo. Es un tema laboral; no pedagógico.

El sindicato (o lo sindicatos, para decirlo con amplitud)  secuestró la mecánica de la burocracia educativa y le dejó nada más lo primero.

Se montó en el tráfico de plazas, impuso los pases automáticos y extendió patentes de corso mediante procesos corruptos de venta, tráfico, herencia y demás, hasta convertir al maestro en componente de una nata espesa y sucia flotando sobre la educación nacional, cada vez  con menos calidad.

Cuando el gobierno de Enrique Peña  (otros habían abierto el sendero, es cierto ) los quiso someter a través del proceso de examen, certificación o evaluación, se levantaron (casi) en armas. Se despojaron de cualquier clase de valor cívico y defendieron con las garras y las mandíbulas de la protesta política (asociada a los movimientos radicales de los estados más pobres del  país en una mezcla explosiva) sus condiciones de comodidad laboral.

La subvención perpetua debida a su condición de maestros del Estado, educados en escuelas del Estado. Esa es su demanda real.

Si bien la protesta no es universal; es decir, no todos los maestros del país se oponen a ella, sí representa el grupo disidente y violento una masa lo suficientemente grande para poner al gobierno contra la pared una y otra vez, mientras ellos alzan el escudo de sus dimensiones.

No habría manera, por ejemplo, en Oaxaca, de controlar el incendio de 80 mil maestros en rebeldía plena todos al mismo tiempo.

El gobierno no puede, en los tiempos actuales, reprimir un movimiento magisterial (justo o injusto) como en otros tiempos lo hizo con ferrocarrileros, médicos o estudiantes. Es imposible. Pero negociar en condiciones de admisión  constante y tolerancia extrema, también debería serlo.

Hoy, ante las expresiones violentas de asalto a las instalaciones donde se aplicarían los exámenes de evaluación  –por ejemplo–, suspendidos temporalmente para garantizar una fugaz tranquilidad electoral, los maestros más radicales se nos muestran no en el catecismo cívico cuya observancia su labor les debería imponer, sino en el “cate-simio”· de su asalto en pandilla.

Esta nota proviene de Chiapas:

“Un grupo de 12 jóvenes encapuchados y armados con palos y piedras ingresaron a las instalaciones del Instituto Estatal de Evaluación e Innovación Educativa, donde destruyeron y quemaron papelería y mobiliario.

“Maestros de la CNTE se deslindaron de los hechos y exigieron al gobierno estatal que investigue con las cámaras de seguridad que tiene en la ciudad el origen y ruta que siguieron los autores de este hecho. 

Advierten que un grupo de choque se ha infiltrado cometiendo acciones violentas y haciéndose pasar por maestros.

..

“Integrantes de la Coordinadora tomaron las estaciones de radio de cuatro empresas privadas y la del Sistema Chiapaneco de Radio, Televisión y Cinematografía y llamaron a sus compañeros a no asistir a las evaluaciones que se realizarán este fin de semana”.

Frente a esto –y otros hechos similares, ante marchas y caminatas, pedreas y sabotajes–,  el meteorólogo de la firmeza política, el secretario de Educación Pública, Don Emilio Chuayffet, ha dicho tonante (“ira,ira…”) : llueva o truene habrá reforma educativa, dudar de ello (cito de memoria) es además de cualquier cosa, una ofensa para el Señor Presidente.

Y si bien la Santa Madre Iglesia nos enseñó no proferir en vano el nombre del creador, la disciplina priista parece actuar en sentido contrario  pues los riesgos de suspender la reforma no ponen en peligro el  respeto a la figura presidencial, sea como sea, sino la instrucción del tradicionalmente ignorante y pobre pueblo mexicano.

Hoy, ante esas expresiones un tanto exageradas y de poca utilidad, recordamos los preceptos de antes, cuando nuestros mejores intelectuales eran verdaderos Reyes del pensamiento (como Don Alfonso) y nos podían legar estas ideas contenidas, por cierto , en una “Cartilla moral”:

“El hombre debe educarse para el bien. Esta educación, y las

doctrinas en que ella se inspira, constituyen la moral o ética. (La

palabra «moral» procede del latín; la palabra «ética» procede del

griego.)

“Todas las religiones contienen también un cuerpo de

preceptos morales, que coinciden en lo esencial. La moral de los

pueblos civilizados está toda contenida en el Cristianismo. El creyente hereda, pues, con su religión, una moral ya hecha.

“Pero el bien no sólo es obligatorio para el creyente, sino para todos los hombres en general. El bien no sólo se funda en una recompensa que el religioso espera recibir en el cielo. Se funda también en razones que pertenecen a este mundo. Por eso la moral debe estudiarse y aprenderse como una disciplina aparte.

“Podemos figurarnos la moral como una Constitución no escrita, cuyospreceptos son de validez universal para todos los pueblos y para todos

los hombres. Tales preceptos tienen por objeto asegurar el

cumplimiento del bien, encaminando a este fin nuestra conducta.

“El bien no debe confundirse con nuestro interés particular en este o en el otro momento de nuestra vida. No debe confundírselo con nuestro provecho, nuestro gusto o nuestro deseo…”

Pero ya sabemos aquello de la moral y el cinismo de la política bronca del viejo pensamiento revolucionario: cuando más  (lo dijo “El alazán tostado”): cuando mucho un arbusto de cuya ramazón cuelgan las moras…

SALARIO

La idea fue originalmente de Miguel Ángel Mancera, justo es recordarlo. También  separar esa propuesta para elevar el Salario Mínimo a un monto razonable y suficiente , de los asuntos electorales y de futurismo político hoy tan en boga.

Lo notable es darse cuenta cómo en el seno de la academia  ese planteamiento se retoma, pero ahora patrocinado por un  grupo amplio, diverso y altamente calificado:  el “Grupo Nuevo Curso”, formado por una treintena de distinguidos economistas y politólogos quienes han emitido un memorándum en una de cuyas partes se destaca esto:

“…Un nuevo acuerdo social y político debe poner en la mira la necesidad impostergable de frenar el deterioro y la precarización de los ingresos laborales empezando por el salario mínimo, que debe ser elevado en un periodo prudente hasta el nivel contemplado en el criterio constitucional, es decir, el del costo de la canasta de bienestar de las familias…”

PIOJO

Una vez más vemos la velocidad para construir un ídolo de arena y la rapidez para desbaratarlo. Hemos pasado de la idolatría al “Piojo”  Herrera, a su acelerada  denostación.

Dicho como se hace ahora, pasamos del #todossomospiojo al #lárgatepinchepiojo.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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