La razón de esto es que yo creo que el régimen monopólico estatal en la explotación de energéticos era y es insostenible, pero no creo que las empresas privadas sean hermanas de la caridad.
Para comenzar debo hacer una pequeña confesión. Desde el principio de la irrupción cuaroniana en un debate nacional convocado por su propia voluntad, estuve tras la clave de su defecto. Algo me sonaba hueco en toda esa argumentación tan políticamente correcta, tan aparentemente ascética y bien peinada.
Si bien reconocí desde un principio el inalienable derecho de cualquier persona, famosa o no, de pedir información, solicitar, reclamar audiencia o atención de parte de la autoridad, busqué durante algunos momentos, dónde estaba la parte frágil. Y ya la encontré, o creo haberla encontrado.
En los días recientes, como eco de aquellas cartas abiertas dirigidas al presidente Peña, Alfonso Cuarón y Sergio Sarmiento han cruzado mensajes en las páginas editoriales del diario Reforma. El periodista hace sus propias diez preguntas, pero las dirige, intencionadamente, a quienes “buscan mantener el statu quo en la industria energética de nuestro país.” Las diez preguntas de SS son, por ahora, irrelevantes.
Cuarón se pone el saco y luego se lo quita y le contesta a Sarmiento. Y ahí es donde yo hallo el punto débil, del cineasta: confunde su derecho con la necesidad colectiva. Presenta su curiosidad como si ésta fuera la expresión de una soterrada interrogante nacional. Según él sin sus preguntas, nadie conocería la luz brindada hasta ahora. Y ahí también falla. Todo lo dicho ya estaba dicho.
Como representante no designado de todo un país confunde sus urgencias con la satisfacción democrática de las necesidades colectivas.
Veamos parte de esta respuesta:
“…Mis cartas cuestionan la pobreza del trabajo legislativo que llevó a la aprobación de las reformas y su difusión, y cuestionan la carencia de un debate profundo y plural en torno a ellas, así como la falta de participación ciudadana en el proceso. Mi propuesta de debatir no busca suplantar los debates en el Congreso, ni llama a una consulta popular, ni busca dilatar aún más el proceso legislativo. Es una invitación a escuchar y ser escuchado, a informar, a profundizar, a aprender y a corregir rumbos en la etapa de las legislaciones secundarias…”.
En este sentido si la obra del Congreso ha sido pobre (¿quién la mide y con cuánta autoridad?), lógica debería ser una convocatoria a repetir el trabajo, no eludirla con base en la crítica propia con eso de no querer sustituirla. Pero en fin.
Sin embargo, hay otro enfoque notable:
Las diez preguntas que publiqué no se alinean con ninguna corriente ideológica ni cuestionan la existencia de las reformas, que en materia energética ya han sido aprobadas por el Congreso. Tampoco ponen en entredicho la necesidad y justificación de esas reformas. La razón de esto es que yo creo que el régimen monopólico estatal en la explotación de energéticos era y es insostenible, pero no creo que las empresas privadas sean hermanas de la caridad. Creo que reformas son necesarias, pero no aceptándolas a ciegas”.
Como quien dice, sin mi, todos estarían ciegos. Cuánta vanidad.
racarsa@hotmail.com