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Como todo miembro de mi generación viví marcado por varios crímenes de Estado: el asesinato de Jaramillo; las matanzas de 1968 y 1970 y el asesinato de Luis Donaldo Colosio. En todos los casos la cercanía me hizo sentir el aletazo de la desventura. De las dos primeras me salvó la suerte. De la ejecución de Luis Donaldo me sigue agraviando la inconsistencia de las versiones oficiales.

–¿A usted no?

Luis Colosio Fernández, con quien hablé de esto en varias ocasiones me miró silencioso y me respondió con elegante y evasiva discreción: pues cómo no.

Su desacuerdo nunca lo llevó ni al escándalo ni a la rebeldía. Llevaba las cosas con un dolor displicente y su actitud me hacía pensar en un doble cargamento: traía la pena pero también un secreto jamás revelado. Al menos esa impresión me daba.

–Usted sabe algo, Don Luis dígame.

–Yo no se nada, nomás que me mataron a mi hijo.

Un año después del asesinato, como ocurría con frecuencia, una joven periodista se presentó en la dirección de la revista “Época” para pedir trabajo. La única cosa distintiva en esa ocasión era el origen de la reportera. Venía de la TV de Sonora y tenía un nombre como extraído de las historias increíbles de Macondo: Aurelia Fierros.

Le puse como prueba una entrevista “a fondo” con Don Luis. Fotografías del álbum familiar, detalles de la infancia de Colosio en Magdalena, cosas del pasado para una figura sin presente ni futuro.

–Tienes un mes. Si traes algo bueno, te quedas.

Pasado el tiempo regresó con una larga entrevista y una pila de fotos facilitadas por Don Luis.

–Tengo un recado de Don Luis para ti, me dijo.

–¿Sí? Me extendió una portada del número donde se publicó el asesinato en Lomas Taurinas y en nombre del padre me expresó su desacuerdo.

–Dice Don Luis que publicar esta fotografía fue una grosería innecesaria.”

Hoy veo la portada aquella.

Colosio muerto cuelga lacio en los brazos de quienes lo alzaron del suelo con la cabeza reventada y la ropa llena de sangre. Solo dos semanarios publicaron así esa imagen, “Time” y nosotros.

Aurelia se quedó un tiempo en la revista y yo me prometí ver a Don Luis para pedirle su perdón. Ambas cosas sucedieron.

–Ya no se preocupe por eso; peores cosas han ocurrido, me dijo.

Nunca supe si esas palabras significaban perdón o condescendiente desprecio, pero no pude hacer otra cosa.

Cuando fue Senador lo vi y en varias ocasiones nos sentamos en la misma mesa. Jamás lo sentí del todo abierto. Siempre guardaba una distancia educada y fría. Nunca una palabra descortés; nunca una confidencia, nunca una confianza con quien seguramente no la merecía.

Hoy Don Luis esta muerto y yo me quedo con la sensación de haber sido parte de una prensa canalla…

CIUDAD JUÁREZ

Anuncia el gobernador José Reyes Baeza un golpe mediático sin profundidad posterior: mover los poderes del estado de Chihuahua de la capital a la fronteriza Ciudad Juárez mientras la emergencia de inseguridad siga vigente y demandar ayuda financiera para aplicar dinero y más dinero en programas de desarrollo social cuya utilidad frene la oferta laboral del narcotráfico en contra de quienes no hallan otra actividad.

Bien en teoría pero en nada aumenta la eficacia del Poder el traslado temporal de “Los Poderes”.

El poder constitucional de Chihuahua; es decir, su legislatura, su judicatura y su Ejecutivo no van a lograr únicamente con su presencia aquello en lo cual, han fracaso en fila india las policías municipales, estatales y federales; la fuerza de élite preventiva y los soldados del Ejército Nacional.

La sede de los poderes es un convenio político; no una fórmula de seguridad.

Al gobernador Patricio Martínez, le pegaron un tiro en la escalinata de sus oficinas casi al inicio del gobierno de Vicente Fox. Su agresora fue declarada loca y sobre el caso cayó tanta tierra como arrojó el Chichonal.

Los empresarios juarenses habían solicitado el traslado temporal de los poderes federales al antiguo Paso del Norte, pero hoy la hornilla no hace panes como los del Benemérito hace ciento cincuenta y cinco años. Bueno, han pedido hasta a los “Cascos azules” de la ONU, como si de algo sirvieran esos señores a quienes hemos visto fracasar en toda la línea en tantas partes del mundo.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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