La fotografía tiene una cierta elocuencia.
La Secretaria de Relaciones Exteriores de México, Claudia Ruiz Massieu, con la cabellera castaña suelta sobre los hombros y una mano, la izquierda, con el dedo índice sobre la mejilla; el codo en el descansabrazos de la pulida caoba del sillón, la indumentaria formal, formalísima en el buen gusto de un traje sastre sencillo y lanudo, mira –condescendiente y profesional–, al secretario general de la OEA, Luis Almagro — a quien la melena larga sobre el cuello camisero le viene mal, como una extemporánea muestra de la juventud perdida, pero a quien le viene muy bien el anuncio: el gobierno mexicano se dispone a hacer una aportación extraordinaria a la OEA para resolver, así sea de manera parcial y mínima la crisis financiera de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, esa nueva forma de Santo Oficio cuyo hereje mayor ha sido, precisamente, México; villano favorito (para usar palabras familiares a la señora secretaria) cuyos dólares sin embargo no son tan mal vistos como su siempre invocada crisis de Derechos Humanos.
El anacrónico melenudo lleva en sus manos los anteojos con los cuales contará uno tras otro los billetes recibidos de manos de la señora secretaria. La mira con agudeza aquilina y en su actitud de interés explícito, con la cabeza de lado, se adivina la frase inmortal de Jerry Maguire:
–“Show me the money”.
Pero a fin de cuentas la prudencia diplomática no permite revelar el monto de las aportaciones extraordinarias, las cuales en esta ocasión no han sido tan abundantes como ocurrió cuando fueron financiados los cinco expertos internacionales cuyos refritos de investigación y sus parcializados señalamientos colocaron a México en el paredón de las buenas conciencias cuando investigaron los hechos de Iguala y como ávidos lactantes quedaron insatisfechos a pesar de los varios millones de dólares erogados para rellenar el biberón de su desesperanza.
Dos millones de dólares fueron gastados en aquellas erogaciones extraordinarias, distribuidas en varios pagos, aunados a las cuotas obligatorias por las cuales México forma parte de esa entelequia llamada “Sistema Interamericano”, cuyos órganos operativos son la Comisión y la Corte de Derechos Humanos, formas sublimes y contemporáneas de la nueva intervención en asuntos nacionales, cuya finalidad es replicar aquí y en cualquiera otra parte, el modelo Guatemalteco; es decir, entregarle las decisiones políticas fundamentales a los organismos internacionales.
Es un hecho, algunos de allá y otros de acá, nos quieren “Guatemalatizar”, curioso verbo cuyo neologismo no halla sustituto.
En fin, saldría más caro pagar (en propaganda adversa, en riñas con los bien portados y los políticamente correcto), el costo de no formar parte de ese perverso sistema interamericano, con piel de mansa oveja, pues estos pulpos chupadores (habría dicho “Palilllo”) se conforman con poco, pero poco a poco.
En este caso el “sablazo” fue nada más de 55 mil dólares.
No van a resolver con eso la crisis en la cual los hundió la crisis en la cual los puso Emilio Álvarez Icaza, conocido como el ajonjolí de cualquier mole, cuya agenda personal, en México y otros países hemisféricos, los llevó a una quiebra fatídica para cuya solución salieron a “botear” por toda América, tanto el señor James Cavallaro, cabeza de la CIDH, como el mismo Almagro y otros circunspectos y estirados diplomáticos de los derechos humanos cuya finalidad, tarde o temprano se exhibe en la devoción a la ya mencionada filosofía de Maguire.
Pero para México 55 mil dólares (no importa el tipo de cambio) son pelito de gato, sobre todo si los comparamos con otras erogaciones inscritas en la misma moda de las formas democráticas o humanísticas de fondo.
Total, la democracia (o la cosa así llamada) es tan cara como inútil; al menos cuando se ven sus resultados en Morelos y otros lugares donde el Instituto Nacional Electoral está necesitado de meter las manos sin pillarse los dedos en la puerta.
No es nada la cuota extraordinaria para la OEA si la comparamos con los 15 mil millones de pesos para el INE en el año por venir y de cuyo volumen casi la cuarta parte (4 mil millones) se irá en financiar a los partidos políticos, los cuales se pueden dar el lujo de contratar para un “reality show” a Cuauhtémoc Blanco, en el tele novelero papel de candidato a la alcaldía de Cuernavaca ante la mirada estupefacta del INE.
Gastos por uso de marca, dirán algunos.
Bailan los millones de un lado al otro. Cien le perdonan al Partido Verde y siete le entregan los señores Roberto y Julio Yáñez, un par de rapaces propietarios de la franquicia del PSD en Morelos al “Cuau”, quien niega cualquier acusación y pide la presencia de grafólogos y peritos para probar la falsedad en el contrato signado (a quien se le ocurre firmar esas cosas) cuyo valor es nulo de toda nulidad, como un gol metido con la mano si no se trata de Maradona.
A quienes les metieron varios goles con la mano (y se los siguen metiendo, diría el Doctor Brozo) es a los morelenses, pero allá ellos y su escasa capacidad de razonar los votos.
Total, el pus revienta por todas partes y en el magro tejido nacional a veces sería mejor cerrar los ojos, porque ahora los señores y señoras, casi siempre (dicen) bien portados de Acción Nacional, desvelan al calor de los alipuces sus pugnas internas y una señora docta en el chismorreo y la infidencia, invitada a una fiesta de prolongado horario con motivo del cumpleaños de Mariana Gómez del Campoo (aun tiene edad para hablar de aniversarios), exhibe los broncos calificativos de Federico Doring mientras se filtran por conductos aun desconocidos algunas grabaciones cuyo grosero contenido tabernario pone el piso para el pleito esperado: Gustavo Madero (el decepcionado) contra Ricardo Anaya (el ingrato incumplido).
Pero sea este un caso (el enésimo) de parricidio político o no, Madero trina contra ese bato quien le canta canciones rancheras y lo deja en la cuneta después de haber recibido tantos favores y logrado tantas promesas.
–¡Si ya bailaron siéntense!, grita Javier Lozano.
Sin embargo suenan las piedras cuando las arrastra el río con agua (hay ríos secos) y la ponzoña de la división se ha colado en el menú de los azules y hay quien dice haber visto a una sierpe (gorda y larga como una boa descrita por la Santanera) debajo de las puertas del cúbico edificio de avenida Coyoacán.
Y mientras crecen la altivez y la soberbia, la víbora prieta los podría morder con su fatal veneno. Nada es peor para un partido político: cuando se anida la división y se enseñorean las vanidades sin reconciliación, nacen el Tucom y otros engendros y entonces todos, los de un bando y lo del otro, se ahogan porque cuando el barco se hunde se hunde completo. Y quien de esto dude sólo debe recordar la historia de Roberto Madrazo quien se inmoló en el ara de su propia vanidad sorda y ciega, como suele ser toda soberbia respetable.
Divisiones; pendencias, quejas e inmoralidades por doquier.
“En el hombre existe mala levadura”; decía Rubén Darío cuando elogiaba la naturaleza del pobre lobo de Gubia temido cuando era bestia feroz, y apaleado cuando quiso ser tan bueno como el “mínimo y dulce” Francisco de Asís.
Pues a lo mejor el hermano Francisco; los demás, simplemente como n os enseño Porfirio Remigio…
Excelente como siempre, maestro Cardona, felicidades