Inútil como todos sus similares llega el Día Mundial del Agua. Y con él, la intolerable demagogia. Discursos sobre la necesidad de protegerla; novedosas formas para nombrar “el vital líquido”; cataratas de palabras transparentes como un lago desaparecido; diáfanas como el antiguo hielo de los polos y a final de cuentas la nada absoluta, ni un solo compromiso administrativo, ni una sola acción verificable.
Puro güiri güiri, por no decir puro glu glu.
Vil cuento en el gobierno federal de la mano del comisionado acuático, el señor ingeniero José Luis Luege, y de la otra por el jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard.
Por la ventanilla del automóvil se acerca un joven con cachucha. Me ofrece un vasito de plástico con un cepillo dental y un tubo de dentífrico.
“Es para ahorrar agua”, me dice y me entrega el ingenioso obsequio.
Después leo el planteamiento político de tan profundo hallazgo burocrático.
Dice el ingeniero Luege en un inspirado boletín de prensa:
“Al formar parte de la gran celebración del Día Mundial del Agua, que este año lleva como lema ‘Agua para las Ciudades: Respondiendo al Desafío Urbano’, aseveró que en las grandes ciudades se debe hacer frente a importantes retos como el abasto de agua en cantidad y calidad suficientes, por lo que es indispensable que cada persona cuide los recursos hídricos y haga un uso racional de ellos, pues las ciudades son las que se ven impactadas en mayor medida por la falta de disponibilidad de este vital líquido.
“Por ello, la Conagua tiene esta gran campaña, Nuevos Hábitos, con la que invitamos a cada persona a ser parte de las grandes acciones del cuidado y ahorro del agua, pues con pequeños esfuerzos lograremos valiosas acciones que nos ayudarán a que las futuras generaciones puedan gozar del agua, un recurso indispensable para continuar con el desarrollo y preservar la vida, afirmó el titular de la dependencia federal”.
Si no ha inventado el agua tibia, está muy cerca de hacerlo.
Y como si fuera un concurso de vaguedades, lugares comunes y boberas infinitas, aparece en escena el frustrado elector perredista, Marcelo Ebrard, y nos regala esta joya:
“…El año pasado se logró reducir en 10 por ciento y este año nos proponemos aumentar todavía más; ¿cuál sería la meta?, mil millones de litros al día; ¿qué haría eso, si nosotros reducimos ese dispendio de agua, qué lograríamos?, garantizar que la ciudad en los próximos años no le falte el agua, eso es, entonces necesitamos que nos ayuden, necesitamos reducir el dispendio de agua a como dé lugar.
“Agua que nosotros tiramos, agua que no vamos a tener”.
Sin embargo, la mejor forma de ahorrar el agua no es con vasitos ni con pasta de dientes. Tampoco si se contrata al Doctor Chunga con el “dispositivo-ahorrador…”.
Marcelo Ebrard podría frenar el consumo de agua si restringiera la voracidad y el apetito desmedido del sector inmobiliario de la ciudad. Si por el contrario, sigue autorizando fraccionamientos, edificios de departamentos con canales de nado, albercas y gimnasios, nada funcionará de fondo.
Por otra parte, y en la prédica con el ejemplo, el jefe de gobierno podría olvidarse siquiera por este año (en el nombre de la cultura del ahorro) de su mefítico programa de las playas artificiales y las albercas de Semana Santa. El argumento para insistir en este insalubre programa reside en la insignificancia de su consumo.
Olvidarse de las albercas sería un símbolo importante sobre el cual se podría montar la argumentación para cerrar las instalaciones acuáticas de todos los clubes deportivos de la ciudad. No es posible inaugurar cada semana albercas, trampolines y edificios con spa, y por la otra condolerse de la señora de pasos cansados con una cubeta por Iztapalapa.
JACARANDA
Solamente había leído sobre el color de su mirada, pero una tarde en Los Pinos, Elizabeth Taylor nos miró a mí y a un grupo de atónitos reporteros y nos regaló el flechazo displicente de dos relámpagos de violeta
Aquel día vi por primera y por última vez en mi vida los ojos más bellos del mundo.
Luis Echeverría había llevado a los Burton-Taylor a la casa presidencial para presumir quién sabe cuál arreglo sobre la regularización de los terrenos de la mansión Kimberly en Puerto Vallarta, construida en dos bloques comunicados por un puente rosa mexicano sobre la calle, como (en otras circunstancias) hizo O’Gorman con las casas roja y azul de Diego Rivera y Frida Kahlo en San Ángel.
Eso ocurrió hace casi 40 años y cada primavera, cuando esta ciudad se llena con la explosión indescriptible de miles de jacarandas, recuerdo aquel fugaz momento de su mirada, aquellos ojos inusitados como vapor de genciana. Y ayer, más. Toda una tempestad.
MANLIO
Cada vez se prueba más cuál debe ser el primer paso de una reforma fiscal: un ábaco para Ernesto Cordero. Eso les demuestra una y otra vez el senador Manlio Fabio Beltrones.