No creas querido Ricardo ni en el olvido ni en la amnesia, sólo porque a partir de hoy ya no podremos hablar con la frecuencia de nuestros últimos 35 o 40 años, de ninguna manera. No pienses ni por un instante –en esa intemporal eternidad donde ahora estás –no hay relojes ni calendarios en el más allá–, en la ingratitud de la desmemoria. Al contrario.

Hoy lamento muchas cosas, especialmente la comida pactada hace unas semanas y no realizada por razones ahora sin importancia, pero son más los motivos de buen recuerdo porque la vida nos reunió en redacciones, estudios de televisión y bares; bajo la luminosa luz del sol y en la sombría complicidad de las madrugadas.

No pudimos reunirnos en estas semanas anteriores, porque ya sabes cómo es este asunto, como tampoco fue posible en los días previos a la fecha final, pero frente a cualquier alegato posterior, te imagino diciendo, pues sí, pero ganó Delfina, lo cual ya no deja espacio para especulaciones, ni para discusiones, cuando mucho para la resignación.

Si ayer hubiéramos podido hablar yo te habría recordado aquella llamada mía cuando escribiste cuánto trabajo te daba entender el apoyo de Andrés Manuel a Delfina a quien en tu longeva columna de El Universal, le llamaste (y yo asentí), mujer de pecados (delitos les llama el código, te dije yo), por “la retención de salarios a los trabajadores y de los recursos del DIF en Texcoco” ; la “reducción del presupuesto hasta la extinción de las Escuelas de Tiempo Completo, y las irregularidades en la SEP por 830 millones de pesos…” y yo te decía todo eso es cierto e inadmisible, pero a estas alturas del cinismo (¿te acuerdas?) ya nada nos debe extrañar, cuando mucho indignar, pero ahora con la señora casi sentada en la silla (faltan las formalidades), ya no tuvimos tiempo para lamentar el resultado pero no va a ser este el espacio donde yo revele confidencias tuyas en torno de la IV-T, y algunos rasgos de acíbar en esa amistad tuya perdida sin remedio, pero ese asunto es ajeno y ahora agua bajo el puente.

Y lo de hoy no lo habrías dicho ni con tristeza ni con ánimo de pelear contra la realidad de las cosas, porque ya sabemos, Ricardo querido, tu trabajo siempre supo separar el inflexible mandato de los hechos de la muy directa, vigorosa y sensata opinión sobre los mismos.

Fuiste un gran comunicador de las noticias, en primer lugar y después del pensamiento analítico sobre ellas, pero la nota es la nota, mi querido Rafa, me decías con esa sonrisa de medio lado con la cual te reservabas el segundo comentario.

Con ese rigor; te lo dije un día y sólo respondiste, gracias, impulsaste a varios jóvenes muy destacados ahora. Carlos Loret de Mola, Adela Micha, Julieta Lujambio; tus hijos y no se diga a cuántos más ayudaste y promoviste con señorío de gente grande desde tu agencia DDN

–¿Por qué no le pones ADN (Agencia Detrás de la Noticia) ?, te pregunté.

–Ya déjalo así está bien.  

Hoy evoco las noches de la Fundación Sebastián, como aquella cuando el gran escultor, tu compadre, en el nombre de su fundación les otorgó la medalla al mérito a Armando Manzanero y a Jacobo Zabludovsky. En los discursos tu hablaste del compositor (alguna vez tu “room mate”) y yo hablé de Jacobo (alguna vez y para siempre nuestro maestro).

Esa noche todos fuimos felices y cantamos y escuchamos un piano, hasta el infinito.

Esto es una cosa muy rara porque a partir de hoy sólo quedan los recuerdos a salto de mata por las calles de aquí y de allá, y en los libros de Saramago con quien fundaste un partido político para desencantados, pero ¿qué sería de la vida sin recuerdos y sin tristezas como esta?

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona