–Hazme “el paro”, mi buen, les dicen los delincuentes a los  policías cuya mano fiera les sujeta el pantalón por la rabadilla y en infalible práctica de “calzón chino”, lo mantienen detenido y llega un momento por piedad, sociedad, convivencia o soborno seguro, el agente del orden afloja los dedos y el cinturón y deja irse a al malhechor a quien ya se encontrará en un lugar y hora convenidos para cobrar el pago del “paro”; hazme “el paro”; o sea, para esta situación, detén el curso lógico de una detención, no me lleves con el Ministerio Público donde todo es más caro y mucho menos me empujes hacia el juzgado cuyo costo final se multiplica, mejor me ayudas ahorita y luego habrá ocasión de ayudarte nosotros, mi buen pues ya lo sabemos y arrieros somos y en el camino andamos y en una de estas hasta la vida te salvo, porque todos andamos en lo mismo ¿verdad?, mi buen, a lo mejor hasta de carnales terminamos, y en ese juego, en ese mecanismo de ayúdame y yo te ayudaré, pues las cosas se arreglan, porque ese es el verbo favorito, arreglar, arreglarse, llegara a un arreglo y de alguna manera ese fue el resultado (sin arreglo imaginario por parte de ninguno de los protagonistas de aquel llamado “Culiacanazo”, porque  ya no somos iguales), pero los policías, los soldados y la mismísima Guardia Nacional dejaron ir a un detenido de regular tamaño cuya captura se dio en seguimiento y cumplimiento de una solicitud de extradición del gobierno  de los Estados Unidos, y gracias a enjuagues no sabidos hasta ahora  y de los cuales algún día habrá claridad, porque la señora historia ya ha ido convocada a decirnos en indeterminado tiempo su análisis, juicio y veredicto sobre el caso (cosa imposible ahora porque esta muy ocupada escribiendo la biografía de Pedro “Sombrerito” Castillo, el peruano entenado  de la IV-T) , pues en aquel tiempo  el señor presidente con todo el peso de su autoridad les dijo a sus discípulos armados, haced el paro a Don Ovi, y Ovidio se fue como el Chapo de Puente Grande o Almoloya,  y así el hijo de don Chapo, el Chapo más Chapo de todos los Chapos, cuya vida merece una saga cinematográfica más allá del talento de todos  quienes lo han intentado sacralizar el narcotráfico con el oropel de la buena vida y las fastuosas buchonas malhabladas y los tiros y la sangre roja sobre el rojo Ferrari, incluyendo entre todos ellos al cineasta de la casa,  don Epi,  quien prefirió quedarse con la historia del señor de los cielos y no emprendió todavía la serie biografiada de don Chapo, porque para todo hay límites y ni modo deponerse al tu por tu con Anabel, si no es para tanto, pero debemos volver a lo importante, porque ahora quienes pedían la extradición de un señor sin órdenes mexicanas de captura siquiera, ofrecen urbi et orbi una recompensa de cinco millones de dólares por ese caballero quien desde hace muchos meses ha dejado de ser objeto del deseo justiciero mexicano y hasta la fecha nadie nos informa si lo buscan o no, aunque el resultado de no haberlo hallado nos hace suponer lo más sensato; si no lo encuentran es porque no lo buscan y si su liberación fue para evitar el inocente derramamiento de sangre en la capital sinaloense, ahora nadie nos explica por qué después de tanto tiempo no se ha montado operativo alguno para agarrarlo (como se merece) a estrujantes abrazos y furibundos apapachos, porque de los balzos ya ni pensarlo, no somos como antes y por eso si los gringos no nos recuerdan su existencia con la oferta de cien millones de pesos por el soplo, pues ni siquiera nos acordamos ni de él ni de sus hermanos, quienes no deben ser tan panteras porque hasta a ellos los levantaron cuando departían con bellas morras de boca con Botox y tetamen de balón, en el restaurante “La leche” de Puerto Vallarta, lo cual ya es tener muy mala leche, pero el caso ahora es cómo hacerle para no parecer de nuevo empleados de los americanos, quienes ya legalizaron su capacidad tantas veces ejercida de meterse hasta la cocinas ajenas en busca de los insumisos de su negocio, pues ya sabemos, la cosa de la droga es gran fuente de recursos monetarios y financieros de quienes dicen perseguir a  los narcotraficantes y solamente administran la transnacional de la droga, pero las explicaciones nunca sobran y cuando se saquen a Ovidio como el mago extrae un conejo de la chistera, nos habrán probado cómo si sabían, por lo menos,  donde estaba escondido el sombrero , y por eso hoy  debemos recodar aquello con las palabras recientes del Señor Presidente quien nos ha dicho lo siguiente:  

“…Si están en territorio nacional (el conejo y la chistera), a quien corresponde detenerlos es a la autoridad nuestra, no se permite que ninguna fuerza extranjera actúe en esta materia, ni en ninguna otra, en nuestro territorio. Nosotros somos los que tenemos que hacer nuestro trabajo de acuerdo también a las investigaciones que se llevan a cabo en México…


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“…No hay impunidad para nadie y no hay, como era antes, o sea, dos extremos, que se presentaban:

“Uno, la asociación delictuosa entre la delincuencia organizada y las autoridades. El caso más representativo es el de García Luna, o sea, cómo la autoridad encargada, responsable de combatir la delincuencia se asocia a uno de los grupos durante todo un sexenio. Y no era cualquier funcionario, era ni más ni menos el secretario de Seguridad Pública; y tampoco cualquier secretario de Seguridad Pública, era un hombre con mucha influencia. Ese es un extremo.

“Y el otro es que se permitía que agentes extranjeros intervinieran en operativos en nuestro país…  Eso es una violación flagrante a nuestra soberanía, que eso no lo podemos permitir bajo ninguna circunstancia”.

Bajo ninguna circunstancia, ¿quedó claro?

“O sea (en el Culiacanazo y el “paro” a Oviidio) , no quisimos que perdieran la vida más personas, y había en aquel entonces un cálculo de que podían (sic) haber más de 200 muertos y tomamos la decisión de que se detuviera el operativo. 

“Si hicimos bien, (si) hicimos mal, ya la historia lo dirá. 

“Yo fui el que tomé la decisión de parar el operativo”.

Rafael Cardona | El Cristalazo

Author: Rafael Cardona

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