Con un costo previsto (sobre cuya evaluación no puede haber exactitud alguna) Enrique Peña cortó por lo sano: defender su ventaja, comportarse como quien va adelante y no exponerse inútilmente en debates cuya naturaleza no es la estrictamente electoral pero sí de un alto componente político.
Su rechazo a comparecer en ante el tribunal autoerigido de los medios ha retacado la pantallita del tuiter. Si todos esos son votos en contra; ya se verá en su momento su peso y volumen. La alharaca de las redes no describe a la opinión pública, ni siquiera (creen los “peñaestrategas”) la opinión publicada como le llamaba Felipe González.
Pero además de los 140 caracteres convertidos en el nuevo evangelio de las clases medias (ya hasta una televisora organizó un certamen literario con textos de esa extensión), hay analistas cuya precisión es notable pero alejada de los rigores de una campaña.
Me refiero al espléndido texto de Jesús Silva-Herzog Márquez cuyo impecable razonamiento académico tiene, a mi modo de ver, algunos defectos. Veamos.
“¿Es aceptable que un candidato a la Presidencia se pasee triunfalmente sin acceder a los escasos espacios de crítica y de reflexión que se han abierto en el país? Una campaña debe ser un tiempo en que los ambiciosos son confrontados por los críticos. No digo que se exponga al escarnio, que se encierre con leones para disfrutar de un circo.
“Creo que es deber elemental de quien busca gobernar a México dar la cara al periodismo independiente y a la opinión crítica. Quien busca democráticamente el liderazgo debe estar abierto al desafío del cuestionamiento. Los ambiciosos querrán controlarlo todo, naturalmente. Querrían eliminar los riesgos y dedicarse a coleccionar elogios. Pasearse sin peligro.
“Pero tendrían que admitir que sólo en la confrontación con la exigencia se encuentra la medida de su talento. Y que rehuir la pregunta seria confesión de incompetencia”.
Todo lo anterior es cierto si se analiza fuera de la política. Todos los políticos de cualquier tendencia, de cualquier categoría o talento, han vivido siempre de la simulación, la hipocresía, el doblez , el engaño y la “otra moral”. Los ejemplos son Fouché y Mazarino, por ejemplo; no la Madre Teresa de Calcuta.
Obviamente simplificar las cosas al extremo de dar por confeso a quien no se presta a un juego desventajoso, en territorio enemigo, equivale a negar las afirmaciones previas en el mismo texto: “…No digo que se exponga al escarnio; que se encierre con leones para disfrutar (¿no querría decir, para que otros disfruten?) de un circo”.
¿Entonces cómo se explica la insistencia de uno de los contendientes por hacer doce debates? Pues solamente cuando se quiere llevar al adversario a los terrenos propios, una comedida invitación a meterse al foso de los cocodrilos y nadar entre ellos.
Esas líneas nos ponen a pensar si en verdad esos medios y esos debates organizados por esos promotores en el mejor estilo de Parnassus, a los cuales Peña se resiste son los únicos espacios de crítica, reflexión e independencia periodística absoluta y por tanto desinteresada y químicamente pura; arcangélica y celestial.
Pero aun si se tratara de espacios de objetividad e imparcialidad a toda prueba, no lo son quienes contienden contra Peña. Ellos usarían todos sus talentos para buscar los aprietos del candidato puntero cuya ventaja se debe cuidar.
El asunto, obviamente guarda relación con lo políticamente correcto. Resulta anacrónico en estos días rehuir el debate y peor aun si se hace con quien, con el aplauso de muchos, se ha erigido como conciencia crítica nacional.
–¿Pierde Peña con esta decisión?
–Sí, pierde temporalmente, pero sin colaborar en ello, sin acudir a la casa de quien lo espera con un trío de estacas en un juego en el cual le tenían reservada la única tarjeta roja se .